Ayer era verano,
hoy es otoño; empieza a hacer frío y la lluvia ha estado golpeando las ventanas
durante la noche. No pinta la cosa como para aventurarse por la sierra, así que
echo mano de lo que bien a mano tengo: el Monte del Pardo.
Este espacio
natural, mirador de la Sierra de Guadarrama, bosque de pinos, encinas y
alcornoques, atravesado por el río Manzanares, ofrece recorridos variados con desniveles moderados
que, convenientemente enlazados, dan para mucho, tanto en desnivel acumulado
como en longitud. A la postre, la dureza de un itinerario la marca quien por él
transita.
El circuito de hoy
lo haré, mayormente, paralelo a los muros y alambreras que delimitan la zona
pública de la privada. Largo perímetro
de unos 25km de longitud cuyo trazado lleva por trochas y senderos nítidos,
entre pinos y encinas primero, para acabar transitando por la ribera del río
Manzanares: variado, natural, duro.
Dejo el coche en la
zona de aparcamiento de Somontes. Primer tramo de subida entre bosque de pinos
hasta alcanzar el muro de la Quinta. Continúo ascendiendo, siguiendo la tapia
hasta que se acaba, enlazando entonces con la alambrera.
El sendero desciende
durante unos cuantos kilómetros. Encinas y fresnos alternándose.
Entro en una zona
más plana, el arbolado se aclara. Las encinas predominan. Es la dehesa.
A la izquierda, lo
público y yo; a la derecha, lo privado y los corzos.
Entre ambos, la malla
de alambre. Artificial, metálica, limitadora. Lástima que no haya otros medios
para preservar la vida tranquila y natural.
Me cuenta mi amigo
Luís que antes, hace varios lustros, acudía con su padre aquí mismo para que
los corzos comieran de la mano. No había separación entonces.
Encaro el último
tramo del recorrido por la parte más elevada del monte; toca ahora un verdadero
rompepiernas, encadenando subidas y bajadas cortas (de unos 30m a 50m), pero
muy pendientes, por medio de pinar. La inacabable alambrera, insensible a mis
resuellos en las subidas, marca inexorable la dirección a seguir. Parece que
nunca torcerá. La urbanización de Mingorrubio queda allí abajo.
Por fin el
alambrado hace un giro de 90º, internándose en el pinar. Lo agradezco y de qué
manera. Desciendo velozmente por amplia senda hacia la urbanización.
Alcanzo la ribera
del río Manzanares y busco la represa que corta el cauce del río, gran losa de
hormigón de unos 15m de amplitud, surcada en su parte central por un canal de aproximadamente
1,5m de anchura que sirve para canalizar “toda el agua” que lleva el
Manzanares. Un ciclista me dice que: “Ya no existe, la retiraron hace más de un
año. Si quieres cruzar por allí, o vas en bicicleta o te mojarás”.
A los pocos metros
alcanzo el lugar donde estaba la losa. El ciclista tenía razón. De hormigón ni
rastro. Así que, sin titubeo alguno y para asombro de los que están en ambas orillas,
vadeo el río a zancadas, sacudo el agua cuando llego a tierra firme y continúo
la carrera aguas arriba, hasta la presa, por zona de fresnos todavía con sus
hojas verdes.
Una vez en el
aliviadero del embalse, el camino se acaba: parada, marcha atrás, y trote por
el margen derecho hacia abajo; a mí izquierda el río, a mi derecha la alambrada
de nuevo.
La vegetación se
beneficia de la proximidad del agua.
Los juncos tapizan
el cauce.
Algo se mueve entre
ellos.
Llego al puente de
los Capuchinos. Desde aquí hasta el de la Zarzuela, el sendero sigue
discurriendo paralelo a la malla metálica. Por delante, un estrecho camino, muy
poco frecuentado y naturalmente bien conservado, que huele a ribera.
La vegetación junto
al río se va tiñendo de los colores tibios del otoño, de esos contrastes tan
característicos de la época.
En cambio, cuando
el sendero se aleja tan sólo unos pocos metros de la orilla,el paisaje se presenta amarillo y agostado, con la avena loca y los cardillos
pugnando por adherirse a la ropa.
Paso bajo el puente
del ferrocarril, ya estoy cerca del final; me preparo para vadear el arroyo de
la Trofa, y cuando llego a él descubro que está seco. Me planteo volver a atravesar
el Manzanares para pasar directamente a donde he aparcado el coche, pero
prefiero seguir hasta el puente de la Zarzuela, cruzarlo a pie seco, y
completar un itinerario que bien puede calificarse de “Medio Maratón,
generosamente medido”.
Recorrido periférico de este ecosistema mediterráneo, limitado por muros y alambradas, tan cerca de la gran urbe pero que conserva un bosque de encinas adehesadas que nos transporta imaginariamente al campo charro. Buen campo de pruebas para entrenar cuestas, cambios de ritmos, carrera continua. Cada uno elige su rutina, su método, su trazado, su tempo. El aire fresco y limpio regenera los pulmones y permite recargar las fuerzas para seguir dibujando nuevos objetivos. Salud y Montaña a zancadas ligeras y secas, a ser posible.
ResponderEliminarSecas mejor que húmedas, sí, que bien me ha costado remontar el amago de catarro que me anduvo rondando toda la semana. Un abrazo, Manuel.
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