lunes, 30 de octubre de 2017

El cañón del río Guadalix y la cascada del Hervidero. Ruta del Azud del Mesto.


Cascada del Hervidero
El río Guadalix (o Miraflores en su tramo superior) es un afluente del Jarama, que discurre íntegramente por la Comunidad de Madrid. Nace en la sierra de la Morcuera, a más de 2000 m de altitud.

Su etimología arranca de las palabras árabes “guad”, río, y “alix”, que significa alisos. O sea, río de los alisos. Lustrosas alisedas se entremezclan con tupidas formaciones de sauces, chopos y otras especies arbóreas, que conforman un espectacular bosque de galería. Y qué mejor ocasión para visitarlo que en el otoño.

El aliso (de la familia de las betuláceas) presenta la particularidad de que, si bien es un árbol cuyo follaje es caducifolio, sus hojas se mantienen verdes hasta su caída. Este tipo de árboles necesita mantener sus raíces embebidas en agua, soportando perfectamente los encharcamientos.

Aliso: hojas verdes otoñales y raíces embebidas.
No hace falta madrugar en exceso para realizar esta ruta. El Cañón del Río Guadalix se halla entre Pedrezuela y San Agustín de Guadalix. A lo largo del recorrido del Cañón encontramos parajes como la Cascada del Hervidero, la Presa del Mesto y las obras de ingeniería del siglo XIX del Canal de Isabel II, aparte del río en sí mismo.

Iniciamos la marcha con paso vivo en el área recreativa del Lago de los Patos en el extremo norte de San Agustín del Guadalix. La sombra resulta fría por el soto. El sol todavía entra muy rasante y aún falta un rato hasta que temple.

Atravesamos un par de puentes y mantenemos la marcha siempre con el curso de agua a la vista, más a menos próximos a ella. La vegetación es exuberante, los fresnos y alisos sobresaliendo de una densa vegetación de matorral bajo, rosales silvestres, majuelos y coriáceas carrascas.



La senda se va estrechando; nos acercamos al cauce y encontramos un grupo de pozas así como unos pequeños saltos de agua; estamos en el Charco del Aliso, donde varios de estos árboles hunden sus raíces en el agua.




Los alisos sombrean las orillas y se reflejan sobre las aguas

Algunas higueras aportan su perfume característico junto al río
Nos alejamos momentáneamente del río y continuamos por una amplia vereda, hasta alcanzar el puente de San Antonio que cruzamos para, al otro lado (izquierda orográfica), continuar aguas arriba hasta encontrar la almenara del sifón de Guadalix, a donde bajamos por unas escaleras.

Desde esta construcción un sendero conduce hasta una pequeña explanada aparentemente sin salida. Tras una mirada más atenta observamos una tenue trocha ascendente que se adentra entre las carrascas, pendiente arriba, así como unas escaleras de piedra, muy empinadas y sin barandilla de ningún tipo, por las que se accede a la parte baja de la Cascada del Hervidero, que se oye aun cuando todavía no se ve.

Peldaños para descender al Charco del Hervidero
Tras una cautelosa  bajada, accedemos al Charco del Hervidero y ya podemos ver la cascada.  Dos saltos de agua laterales forman una charca en su base que obliga a contemplarlos desde la distancia.

La Cascada del Hervidero, solitaria y a la sombra
Todavía no hay gente y el recogimiento del lugar invita a quedarse durante un rato, inspeccionando sus rincones, luego este sitio se pondrá abarrotado y resultará imposible el ensimismamiento.

Volvemos a subir por los pulidos peldaños y, una vez de vuelta en la pequeña explanada, tomamos decididamente la estrecha trocha que, adentrándose entre las carrascas, enfila ladera arriba que tras algún zigzag comunica con la Senda del Mesto que hay más en lo alto.

Abandonamos el, por el momento, solitario y algo brumoso Charco del Hervidero
El río y el Hervidero van quedando abajo; con cuidado (hay mucho guijarro suelto) nos acercamos a los pequeños miradores que permiten contemplar la parte alta de la Cascada del Hervidero. En uno de ellos descubrimos un inesperado apostadero de caza muy bien camuflado (¿?).


Apostadero camuflado
Finalmente alcanzamos la Senda del Mesto que a partir de este momento seguimos para, llaneando, recorrer por la parte alta el cañón del río Guadalix, hasta llegar a la antigua presa de Azud del Mesto.

Por la Senda del Azud del Mesto
La Senda, de unos 3km de longitud, está jalonada por artísticos respiraderos en forma de torreta y discurre entre encinas, carrascas y arces ocasionales. En la parte baja del barranco la franja verde de álamos y alisos señala el cauce del Guadalix cuyas aguas no se ven desde la altura.

Colorida franja vegetal "delatando" el curso del río Guadalix
Hacia la mitad de la Senda se encuentra una pared rocosa (Peña Águila) donde hay algunas vías de escalada y un canal excavado a media altura sobre la roca, ahora en desuso.

Tras las rocas se distingue una de las bocas de la canalización
Continuamos aguas arriba, al fondo entre la vegetación se ve el Acueducto de la Retuerta, mientras que el sendero continúa haciendo eses, aproximándose a la pequeña presa Azud del Mesto.

Acueducto de la Retuerta
Llegados a la presa se acaba el camino. Es el punto de retorno. Antes de emprenderlo nos entretenemos en coger media docena de los pequeños higos de los que está cargada una higuera. Saben frescos y buenos.

Presa Azud del Mesto
Volvemos por el mismo camino por el que hemos venido. La perspectiva y el panorama cambian con el sol más alto. Los colores otoñales de los árboles caducifolios destacan sobre el fondo verde de las carrascas.

Senda del Azud del Mesto

Discreta otoñada sobre el fondo verde de las carrascas

De vuelta en la Cascada del Hervidero observamos que el lugar ha perdido la soledad de la mañana, y está repleto de gente. Nada queda del sosiego anterior. Sin embargo la cascada presenta un aspecto bien luminoso y diferente a plena luz del sol.

Cascada del Hervidero a pleno sol

Parte superior de la Cascada

Chorro derecho de la Cascada

Volvemos a subir por los peldaños de piedra (la de veces que lo hemos hecho en el día de hoy) y cruzamos seguidamente el  río Guadalix por el viaducto, accediendo a la Casa del Lavadero, en la orilla dcha. orográfica, desde donde tiramos todo tieso hacia arriba hasta alcanzar la edificación de la Almenara de los Castillejos ¡Es corta, pero menuda es la cuesta!

Encinas por encima de la Almenara de los Castillejos
A partir de aquí enseguida alcanzamos una pista que tomamos hacia la izq., en dirección a San Agustín y, ora por pista, ora por senda junto a la misma, completamos esta circular alcanzando la población en el mismo lugar donde comenzamos la marcha por la mañana, tras haber completado un breve paseo mañanero (15km; 250m D+) por un lugar inesperadamente bello, descubriendo un entorno que  desde la distancia nada parece indicar.

sábado, 21 de octubre de 2017

El bosque de la Pardina del Señor, entre Fanlo y Sarvisé. Otoño en el Pirineo.


Ha terminado el verano, los días son más cortos y aunque todavía no llegan las lluvias que sacarían todo su lustre a la vegetación, buscamos la inmersión en el bosque otoñal.

El bosque de la Pardina del Señor se extiende entre Fanlo y Sarvisé,  muy próximo al valle de Ordesa y al cañón de Añisclo. Multitud de árboles mudan en otoño de color y su gama de amarillos, ocres y marrones, contrastando con el verde intenso de los ejemplares perennifolios, componen un espectáculo visual que se produce tan sólo en esta época del año.  

El termómetro marca 4ºC cuando Segis, Rubén, Eduardo y yo salimos del coche y ponemos pie sobre el pequeño collado que hay en las proximidades del pueblo de Fanlo. Un panorama de contraluces y de siluetas se extiende hacia el Este.

Peña Montañesa
Los Sestrales
Iniciamos la marcha retrocediendo aproximadamente medio kilómetro por la carretera por la que hemos venido desde Sarvisé, hasta encontrar un cartel que indica "GR15-Buesa 14,8 km". Comienza aquí la Senda de la Pardina del Señor, que se abre paso desde el valle de Vió al valle de Broto por la margen orográfica derecha del barranco del Chate, comunicando las poblaciones de Fanlo con la de Buesa para, desde ésta, bajar luego a Sarvisé por el Sendero del Quejigar. La Senda está bien marcada y hay carteles en cada uno de los cruces.

Antes de adentrarnos en la espesura del pinar lanzamos una mirada a la entrada de la cueva de las Gloces, a punto de ser iluminada por el sol.

Cueva de las Gloces
En un primer momento el sendero desciende decididamente hasta alcanzar el barranco del Chate, que apenas lleva agua y vadeamos fácilmente. El entorno está perfumado de boj y los colores, aun estando a la sombra, anuncian lo que vendrá enseguida.

 
 
Barranco del Chate
A partir de aquí casi la totalidad del camino discurre por el interior del bosque, con cortos sube y bajas poco exigentes, lo que facilita una inmersión total en el entorno, tanto el próximo como el más alejado, a través de las “ventanas” que se abren en el denso follaje que envuelve la senda.

 
 
De vez en cuando algún ejemplar de roble de gran envergadura emerge de entre las hayas.

El colorido circundante nos absorbe por completo.

 
 
 
Llegamos a las ruinas de la Pardina del Señor. El número y el tamaño de las edificaciones, junto con los bancales, son muestra de la relevancia que antaño tuviera el enclave.

La Pardina del Señor
 
 
El sol va penetrando en la espesura, comienzan a menudear las hayas mientras los robles y bojes van cobrando relevancia a medida que perdemos altitud.

Y seguimos caminando por un bosque que parece no tener final, absortos en un paisaje que llena los sentidos.

 Nos percatamos de que ya no hay hayas y de que la luminosidad del sol apenas es frenada por las hojas de los robles. Los rincones umbríos son menos frecuentes.

 
 
 
 
Nos detenemos un instante junto a unas ruinas parcialmente engullidas por las zarzas.
 
Aumentan "los detalles" de presencia humana.

Bajo esta luz somos capaces de distinguir a una mantis religiosa a pesar de su reseñable camuflaje. Aprieta el calor. El termómetro marca 27ºC. Los bojes perfuman pero no dan sombra.

Mantis religiosa
La senda se va ensanchando y desemboca finalmente en una pista desde la que ya se ven, en la plana, los campos de Sarvisé.

 
Plana con los campos de Sarvisé
Hemos de caminar todavía durante un kilómetro por la solanera de la pista hasta alcanzar las afueras del pueblo de Buesa. Brusco contraste con el boscoso recorrido que llevamos realizado desde que salimos de Fanlo.

Una vez en Buesa, y sin llegar al centro del pueblo, encontramos una fuente y la iglesia. La vista se nos va hacia una parra cuajada de apetitosos de racimos de uvas.

Junto a la iglesia hay un cartel que indica "Senda del Quejigar". Tan solo ciento cincuenta metros de desnivel y apenas un kilómetro de distancia nos quedan para llegar a Sarvisé. Último e inesperado tramo boscoso que, por muy empinada senda (ojo con las resbaladizas bellotas), nos lleva hasta Sarvisé poniendo el broche a una ruta preciosa (16,5km, 570m D+ y 1.050m D-) realizada a través de un bosque mixto pleno del cromatismo otoñal que vinimos a buscar.
 
Comienzo de la Senda del Quejigar
Descendiendo por la Senda del Quejigar
Con los ojos puestos en la plana de Sarvisé