Bergusa |
Y allí que nos fuimos los cuatro,
Manumar, Alba, Boira y el que suscribe, tras ser repelidos por la ventisca que
azotaba el Portalet, todos vestidos de esquiadores, menos la perra, que lucía su pelaje natural, a visitar el lugar y rememorar a los viejos espíritus.
Plan B que pusimos en práctica a
la vista del mal tiempo. Lo que en Portalet era nieve y ventisca en estos
barrancos era llovizna menuda y pertinaz. En lugar de esquiar nos dedicamos
pues a trotar, marchar y correr en pos de un lugar que antaño fue tierra de
carboneros y donde las familias que habitaban allí vivían del huerto y corral,
criando además algún que otro cerdo a la espera de cada San Martín.
Suerte que los tres bípedos
llevábamos puestas sendas zapatillas de “running”, que el cuadrúpedo ya iba
naturalmente preparado para cualquier entorno, y así, a pesar de la extraña
sensación que produce moverse con atuendo de nieve por trochas de bosque, entre
robles quejigos, bojes y zarzas, iniciamos la marcha.
Primera vez que Alba y Boira visitan
un pueblo abandonado de los que Huesca es tan abundante. Hay que encontrarse
con la propia historia.
Primera vez también para que
Boira conociera la nieve y las sendas de sus ancestros. Hay que sacar los
instintos a pasear.
Una vez más para que Manumar y yo
volviéramos a percibir las presencias que todavía impregnan los muros y
cercados de estos lugares.
Salimos de Oliván y bajamos a
encontrar la pista que discurre junto al río. La seguimos durante unos cuantos
kilómetros por medio de un pinar, con el suelo tapizado por las hojas y
bellotas de los robustos robles que se encuentran con frecuencia.
Tras varios kilómetros de pista, a nuestra
izquierda, una senda con marcas amarillas y blancas desciende hacia el río que
fluye por el fondo del barranco. Comienza la marcha hacia el pasado.
Entre bojes y deshojados robles aparecen,
en la otra vertiente, las casas de Bergusa.
El sendero se torna resbaladizo en
su descenso hacia el río. Huele a boj y a humedad.
El torrente baja crecido y lo
cruzamos con alguna dificultad, pasando de piedra en piedra. Al otro lado
iniciamos el ascenso hacia Bergusa.
Sus casas derruidas, despojadas
de techumbre, los muros escorados, la vegetación enraizada dentro de las
antiguas viviendas, todo ello en un entorno empapado y brumoso, calan en
nuestros ánimos, en cada cual a su manera.
Hablamos poco; intercambiamos
algún que otro comentario, observaciones breves más bien.
Entramos en la vieja iglesia; con
cierto resquemor atravesamos su desencuadernada portada. El interior transmite
olor de musgo y años sin cuidado. Un Cristo que hasta hace poco hubo sobre la
pared del altar, hoy ya no está. Salimos del recinto.
Iglesia de Bergusa |
Ainielle queda lejos, pero aún a
sabiendas de que ya no llegaremos a él decidimos recorrer parte del camino que
lo une a Bergusa. Y así, en una ida y vuelta, ¿Sin sentido? Pues el mismo que pudiéramos
encontrar para haber llegado hoy aquí, seguimos recorriendo estrecha y húmeda
trocha entre boj, algún pino y quejigos, sin más propósito que empaparnos, en
todos los aspectos, de bruma, naturaleza y pasado.
“Hasta aquí llegamos, que para
Ainielle todavía hay que doblar aquella loma, y la lluvia arrecia”
Retornamos corriendo, pasamos de
nuevo, con sigilo, junto a los muros derrengados, dejamos de lado el cartel
indicador y continuamos por el sendero que nos trajo a este lugar al que
quisimos venir y del que nos vamos con el espíritu enriquecido.
Bergusa se troba en a rota que
puya dende Oliván ta o Sobrepuerto, a 968 metros d'altaria sobre o ran d'a mar,
amán d'Ainielle.