lunes, 26 de noviembre de 2012

Rio Huerva, discreto y poco valorado. Tiempo de carencia y melancolía.

Los días siguen acortándose y la temperatura del aire se va enfriando cada vez más. En la naturaleza parece que los colores salen a jugar con la vegetación pintando de amarillos, naranjas y rojos lo que en los últimos meses fue una paleta impregnada por las tonalidades verdes.
El otoño es la estación del año que se identifica con la melancolía de las despedidas.  Cada planta lo “dice” a su manera, expresa su ser y lo hace con una intensidad de colores indescriptible. Sólo hace falta caminar por los bosques, pasear por las montañas, asomarse ante tal magnificencia, para “escuchar” sus voces.
En estos días, cuando la montaña queda a desmano y el ánimo anda necesitado, se  busca la naturaleza próxima, la que habitualmente pasa desapercibida, y salimos a descubrir lo que siempre  se ha tenido al lado.
Zaragoza, ciudad de Ebro y cierzo, tiene un segundo río, que tan pronto entra en ella, se esconde en sus entrañas y aflora muy al final, para desembocar y entregar las aguas en el majestuoso cauce del primero, más abajo del Pilar.
El río Huerva nace en la Sierra de Cucalón, Sistema Ibérico, en Fonfría, Teruel, a 1280 metros de altitud, llega a Zaragoza por la zona de barrancos y yesos  de Botorrita, Cadrete, Cuarte de Huerva y María de Huerva y, habiendo recorrido 128 km, desemboca en el río Ebro a 200m de altitud.
Quiero recorrerlo aguas arriba, comenzando inmediatamente antes de que se oculte tras pasar por el Puente del Parque Grande.

Sentir el rumor del agua mientras corro, siguiendo la senda que bordea el río, hace que me vaya encontrando conmigo mismo. La cabeza deja de divagar y se centra en el entorno, en la contemplación.

Respiración y carrera acompasados, nadie alrededor. Humedad, vaho en las gafas que trato de enjugar con la manga. Transito por medio de un paisaje de belleza inesperada.

Poco a poco derivo hacia el pinar, abandonando la margen cuando, a partir de un determinado momento, se hace ya intransitable.

Sigo ahora una senda cómoda, bien balaustrada, que discurre a cierta altura por encima del Canal Imperial. Son los Pinares de Venecia.

Subo hasta la parte más alta de los mismos. La vegetación comienza a anunciar que pronto se acabará, que llegaré al límite del pinar.

Y ahí me detengo. Titubeo antes de dejar los árboles. Pienso si realmente quiero seguir adelante adentrándome en el terreno plano y seco de yesos que conforman estos altos y que se extienden hacia el horizonte.

Y me digo que sí, que esta vez voy hacia delante aprovechando que no hace calor. Continúo corriendo por una pista anodina, que discurre por un secarral en dirección hacia María de Huerva. El ánimo se me va esfumando. Diviso una figura minúscula, a lo lejos, junto al borde del camino.

Me acerco, me agacho y así quedo unos instantes, contemplando cómo un conejo “llora” su adiós otoñal. Apenas se mueve, percibo que me siente próximo mientras tiembla temeroso; me alzo entristecido y decido retornar al cobijo del bosque.


Necesito sumergirme de nuevo en los colores, percibir el roce de las ramas contra los brazos, agachar la cabeza para sortear alguna, sentir la mullida alfombra de agujas secas bajo los pies. La carrera me lleva rápidamente. En mi soledad observo el manso fluir del agua.

El otoño intensifica la melancolía de las despedidas. Siempre ha sido de la misma manera. Así fue hace ahora muchos años y así seguirá siendo.
¿Son ahora más apagados los colores o acaso es una percepción personal?

lunes, 19 de noviembre de 2012

Bordas y guariches. De lo efímero y lo duradero; de integrarse en la naturaleza.

Proximidades del Pic d'Annie, Pirineo
Son sitios no necesariamente muy limpios, localizados en lugares a veces inverosímiles, pero siempre convenientes, con los que topamos en nuestro transitar por las montañas, construcciones precarias que a veces pasan inadvertidas, en tanto que otras se muestran abiertamente.
Cuerda de los Porrones, hacia la Maliciosa
Los más primitivos no pasan de ser meros cobijos naturales en los que la mano del hombre apenas se percibe.
Proximidades del Puente de los Pollos, Pedriza
Peña de San Miguel, Guara
Los más evolucionados son lugares simples, sin adornos ni detalles superfluos, exiguos, insuficientes para el grupo pero que acogen bien al caminante solitario que sabe adaptarse a su contorno.
Fuente de los Frailes, Moncayo


Ordás, Guara
Son frágiles y limitados, perecederos, sujetos al abandono, aunque, siendo positivos, podríamos considerarlas moradas, venidas a menos eso sí, “solariegas”, ya que, careciendo de techo, el sol alcanza a todos sus rincones. 

Pradera de Santa Orosia, al pie de Oturia
Tienen un toque de cutres y viejos antros, hechos de madera o piedra,  que utilizamos cuando necesitamos pasar la noche que se nos echa encima o guarecernos de una tormenta súbita.
Valle de Lescun
Proximidades de la Peña de San Miguel, Guara
Es entonces cuando nos damos cuenta de que lo efímero, ante la realidad, se torna duradero, de que lo escaso resulta suficiente, de que lo caduco y provisional se vuelve firme, y así se hacen perdurables.
El Hoyo Cerrado, Guadarrama
Deambular por la naturaleza es en sí una sucesión de instantes, instantes ininterrumpidos de calma, de gozo, de atención, de esfuerzo, de agradecimiento, de tensión, de acatamiento.  
Proximidades del Tozal de Guara
Mañana será un día menos, por lo tanto vivamos y valoremos el hoy breve y fugaz antes de que se transforme en el ayer que fue, y convirtámoslo así en permanente, contribuyendo pues cada uno de nosotros, pasajeros, a seguir dando continuidad al propósito que los originó.

lunes, 12 de noviembre de 2012

El Tozal de Guara desde Nocito. Encantado de conocerlo

Se trata del punto culminante de la Sierra de Guara. Sus 2.077m de altura garantizan que alcanzar su cima sea algo más que un paseo. Dependiendo del punto de partida supone salvar un desnivel entre 1.100m y 1.300m.
Las vías de ascenso no ofrecen dificultades técnicas, y discurren bien por la cara Sur (desde Sta. Cilia o desde la Tejería), bien por la cara Norte (desde Nocito o desde Used).
En esta ocasión decidí ir a conocer la montaña por su parte más boscosa, esto es, por el Norte, partiendo de Nocito, con el propósito de imbuirme de bosque otoñal. Un itinerario variado, hermoso, húmedo y colorido en esta época de otoño, con sostenidas e importantes cuestas a través de las cuales uno se adentra por los entresijos de estos bosques y barrancos, donde los fogonazos de color resaltan por doquier, con los buitres avizorando desde los afilados peñascos.
 Lo que estaba previsto ser una excursión en compañía de mi hermano Manuel (Manumar) se convirtió en una salida en solitario a causa de un imprevisto de última hora que le impidió venir. Él se acordó de mí y yo de él, a lo largo del día.
Con la credulidad propia del entusiasta, salí de Zaragoza en plena niebla, con el dicho de “Niebla en el valle, montañero a la calle” repicando en mi cabeza.  Conduje hasta Huesca y hube de alcanzar Nueno para abandonar finalmente la gris y húmeda nube que todo lo envolvía. En Árguis ya se veían claros y la niebla se rompía a retazos.
Árguis ya no estaba bajo la niebla
La vista de la vertiente Norte de la Sierra de Guara desde la boca del túnel de la Manzanera anuncia bien a las claras la belleza de este ambiente, que en otoño alcanza su punto culminante. Las nubes y las cimas se reparten el horizonte.

La inmersión en el entorno y sus colores comienza aquí. Los sentidos atentos, la naturaleza entrando a raudales por ellos. La abundancia de la lluvia en los días anteriores hace que el agua rezume por todas partes.
Es época de caza y Nocito un punto de reunión de partidas de cazadores. Está muy concurrido el lugar, si bien todavía no se han puesto en movimiento.
Son las 9:30h cuando comienzo la marcha. Hay un cartel mostrando el camino hacia el Tozal de Guara justo antes de cruzar el riachuelo que hay a la entrada del pueblo. Todo el itinerario está jalonado por postes indicadores en los puntos necesarios.
Sigo la pista en sentido Norte – Sur, hasta la siguiente señal que marca el inicio del barranco del la Pillera, que se remonta aguas arriba, en dirección Oeste - Este, siguiendo el cauce del torrente que lo surca, por un sendero bien definido que va alternando la orilla derecha con la izquierda, de tal manera que obliga a atravesar el cauce con mucha frecuencia. El primer cruce está justo en el inicio, al momento de abandonar la pista que seguía. Manuel, que ya ha disputado en un par de ocasiones la carrera por montaña que se organiza aquí, me había comentado: “Seguramente nos mojaremos los pies”. Pero aún así consigo cruzar el crecido riachuelo sin mojarme, saltando sobre las pocas piedras que afloran.
El camino está muy bien marcado y sube ligeramente. Llego al siguiente ¿cruce? del agua. No sobresale piedra alguna, así que me lanzo a “vadearlo”. Para algo llevo zapatillas de “trial running”. No sólo me mojo los pies, sino las pantorrillas también, porque el agua llegaba hasta por encima del tobillo.

La “gracia” del camino no está en que gane demasiado desnivel, en este sentido es suave, sino en que cambia de orilla hasta ¡siete veces! así que, aparte de la primera que puede tacharse técnicamente de cruce, las otras seis fueron de vadeo con el agua hasta casi por la rodilla. Bien es verdad que la primera titubeé algo, pero las siguientes fueron de chapoteo decidido y rápido.
En un punto determinado un cartel indicador señala hacia la derecha para el Tozal de Guara, abandono la pista que continúa por el barranco, junto al torrente, y emprendo una  fuerte subida, internándome en un bosque pletórico de colores.

La elevada humedad del ambiente así como que voy empapado de agua desde la punta de los pies hasta por encima de las rodillas (y ascendiendo progresivamente por las piernas), hace que afronte la pronunciada pendiente del camino con una alegría y brío inusitados. Me ayuda a combatir el frío. 
La senda zigzaguea por entre hayas, abedules, pinos y bojes. La pendiente no cede, pero se sube bien. Abajo van quedando los grises pináculos calizos del barranco, arriba, ya se divisa el contorno del Tozal de Guara.

La vegetación es exuberante, resultando en un impresionismo impresionante que atrae la vista allá por donde paso.

Alcanzo un primer collado, el de Chemelosas (1.386m), en un claro del bosque. Desde aquí se da vista a un barranco al otro lado, a la derecha un paredón calizo se recorta contra el cielo.

Un buitre observa desde lo alto.

Enfrente se ve el collado de Petreñales, a su izquierda el Tozal de Guara. El camino desciende unos cuantos metros para seguidamente mantener su traza en subida por el bosque.
Un tejo centenario hace que me detenga un momento a contemplarlo, pero reanudo sin demora la marcha. Estoy deseando llegar al poco de sol que he visto sobre el collado, a ver si consigo frenar la marcha ascendente del agua por las piernas, secarme y entrar en calor.

Un tapiz de hojas cubre el sendero, la pendiente no cede, el bosque resulta acogedor.
Por fin alcanzo el collado de Petreñales (1.558m). Se trata de un calvero en la vegetación. Desde aquí, al tibio calor de un sol que no puede del todo con las nubes, contemplo el resto del itinerario, que bordea por la base el monte que precede al Tozal, hasta alcanzar un claro que se divisa justo al pie de la pala somital en la vertiente Sur.
Al fondo el Tozal, en primer plano el monte que hay que rodear por la base, en dirección hacia el claro que se ve.
Por entre bojes y tejos paso por la fuente de Chinepro y llego al principio de la última subida. Un cartel indica las dos opciones para acceder a la cima: por el Abadejo o por la Pedrera. Me decido por la primera que, haciendo una diagonal, supera los 400m que separan este punto de la cumbre.

El sendero por el Abadejo trepa por entre los erizones.
El camino entre los erizones está muy bien marcado con mojones, pero la fuerte pendiente ya se va haciendo notar en las piernas. Las nubes alternan con los ratos de sol; finalmente alcanzo el gran punto geodésico que hay en la cima (2.078m).

La vista sobre Nocito, allí abajo, dura poco, porque la niebla se echa encima, la temperatura se pone rápidamente en 0ºC, el aire no cesa y la sensación térmica es “de mucho frío”, así que preso de la tiritona que me sacude consigo difícilmente recoger las cosas, envolver de nuevo el bocadillo (¡que esta vez sí que llevaba!), al que apenas le he dado dos bocados, y ponerme en marcha tratando de mantener el equilibrio y de localizar los mojones para orientarme en el descenso.
Unos 150m más abajo las rachas de aire vuelven a disipar la niebla y el día se va asentando. Durante la bajada por el Abadejo me cruzo con dos grupos bastante numerosos que, no habiendo madrugado tanto, van a poder aprovechar el buen tiempo.
Último vistazo hacia la cumbre desde el collado antes de iniciar la carrera por el bosque. La sostenida pendiente y el alfombrado de hojas se confabulan a favor de la marcha. Los escopetazos de los cazadores se oyen intermitentemente.
El ritmo es rápido y cunden las zancadas. El ambiente está más seco y los colores resultan más brillantes que durante la subida.

Llego a la pista que recorre el barranco de la Pillera. Sé que ahora me vuelve a tocar el vadeo y baño de pies / piernas en agua fría. Me detengo ante restos de sangre en el camino, señal evidente de que los cazadores han cobrado pieza. Unos metros más y adelanto a un grupo de ellos que va arrastrando un jabalí abatido. De él era la sangre. Los paso y algo más abajo encuentro sus armas y a otro del mismo grupo, que las está custodiando.

Sigo la carrera y los vadeos hasta que por fin entronco con la pista que lleva hacia Nocito ¡Las zapatillas van bien lavadas! Voy cansado pero no bajo el ritmo, para mantener el calor con el que sobreponerme al remojón que llevo. El sol de la tarde “ha podido” con las nubes. La cara Norte del Tozal y su falda boscosa forman una composición de gran belleza. No paro de lanzar la mirada hacia el conjunto, para fijarlo en la retina.

Los sonidos de cuerno y corneta de los cazadores llamando a reagruparse a los perros hacen que vuelva a mi mente la visión de la pieza cobrada. Me disturba pero la aparto y continúo hasta alcanzar el coche. Son las 15:30h cuando llego a Nocito.
Me cambio la ropa mojada por otra seca ¡Qué agradable y confortable sensación! Mientras acabo de comer el bocadillo que empecé en la cumbre, sigo lanzando frecuentes miradas hacia la montaña que tan bonita me ha parecido, y me digo a mí mismo que he de volver a ella, por cualquiera de sus vertientes, para seguir descubriendo los agrestes itinerarios que la surcan hasta la cima.

Sin más demora me pongo en marcha, de vuelta a Zaragoza, que aún me quedan un par de horas de coche.
En resumen, unos 19km, salvando un desnivel total acumulado de 1.200m de D+, a lo largo del cual he vivido todo el recorrido, siendo la cima otro punto más del mismo, prestando atención a cada rincón desde el momento en que salí de la niebla esta mañana.