Cara Sur del Yelmo |
El Yelmo es uno de los riscos más vistosos de La Pedriza. Su cara Sur forma
una enorme placa de granito rosado que se eleva 150 metros sobre su base hasta
alcanzar la altitud de 1.717m. Contemplado desde la proximidad,
constituye un monumental paredón de granito que produce admiración.
La "vía normal" transcurre por la Gran Grieta de la cara norte
(una chimenea / diaclasa en dos tramos), aunque también se considera como tal a
la vía Valentina, que asciende por el lado oeste del risco. Si la primera se
supera por “frotamiento corporal” (tal es la estrechez del paso), en la segunda
hay que echar mano de la “adherencia”, tipo de escalada en la que sostenerse
sobre la roca es cuestión de fe y composición mental en pugna con el instinto
natural.
Deicar y yo teníamos pendiente esta subida desde hacía ya una
temporada. En vista de que el pronóstico del tiempo era favorable optamos por
un circuito atractivo con origen y llegada a Canto Cochino, incluyendo en él:
visita a la Lagunilla del Yelmo, subida por la Valentina, descenso por la Gran
Grieta y retorno por el Barranco de los Huertos.
Comenzamos temprano y al estilo tradicional, es decir, a un ritmo regular
que nos permite mantener una conversación mientras nos encaminamos hacia la
Gran Cañada y Collado de la Encina. La orientación Oeste – Este de la marcha propicia
deleitarse con una de las características de la Pedriza: sus contraluces. Los
contornos, que habitualmente estimulan a la imaginación, son realzados por el
sol naciente.
¿Acaso implora levantando las manos hacia el sol naciente? |
De momento ascendemos a la sombra. Abajo queda la explanada de la Gran
Cañada.
Poco antes de llegar al collado de la Encina, con el Yelmo a la vista, abandonamos
el camino que venimos siguiendo hasta aquí y tomamos una trocha hacia la
izquierda por la que, en pocos minutos, damos vista al rincón donde se
encuentra la Lagunilla. Avanzamos entre brezos y moles rocosas por un entorno
extrañamente solitario, bien ajeno al ajetreo de la senda principal que poco
antes transitábamos.
Hemos inducido a venir hasta aquí, desviándolos ligeramente de su
itinerario original, a Raúl y Francisco, dos jóvenes escaladores con los que
hemos coincidido durante el camino y cuyo destino hoy es la vía Ignatius del
Yelmo.
La Lagunilla es un remanso de paz que no resulta sencillo de encontrar y
que uno se resiste a abandonar. En esta ocasión, gracias a las abundantes
lluvias de la primavera, está en su esplendor.
La Lagunilla del Yelmo |
Junto al agua encontramos a dos caminantes madrugadores, Paz y Pedro, con
los que entablamos conversación. Cuando les comentamos nuestra intención de subir por la Valentina ellos dicen que es uno de sus objetivos pendientes, ante lo cual, sin mediar palabra,
pero de común acuerdo, Deicar y yo les ofrecemos que, puesto que llevamos
cuerda, se unan a nosotros y realizar juntos la subida.
Tardamos poco en formar un grupo de cuatro y dirigirnos al
cercano Yelmo y a la entrada de la Valentina.
Cara Sur del Yelmo. Comienzo de la vía Valentina |
Esta vía, aunque su dificultad no es elevada (III en la placa de inicio, un
II+ en el tercer tramo y en el resto de
II), no está libre de riesgos. Requiere aplicar desde el inicio la especial y
poco intuitiva técnica de “adherencia”, consistente en fiar y potenciar el
apoyo de las suelas del calzado, usar las manos para apoyarse o asirse de los
escasos resaltes que se puedan encontrar, trazando mentalmente la trayectoria
de cada tramo antes de iniciarlo y, una vez interiorizada, comenzar
decididamente la ascensión a pasos cortos y rápidos, como si se subiera por una
escalera de gato. Cuantos menos titubeos durante el tramo, mejor y más seguro
resulta.
Comienza la adherencia |
Primer largo de la vía Valentina |
Una vez superado el primer diedro se contornea la roca por la izquierda y
se avanzan unos 20 metros, hasta colocarse en la vertical del siguiente largo,
menos empinado, en cuya parte superior se ve un gran bloque, que después se sortea
en bavaresa (II+).
Bloque que sirve de referencia para encarar el 3er largo |
Adherencia a tope y dificultad escasa, pero hay que andar con cuidado,
porque la mente de los menos habituados puede dar lugar a alguna mala pasada.
La cuerda ayuda en estos momentos.
Conviene atenerse a los dos principios siguientes: 1.- Mantenerse alejado
del borde de la gran pared Sur, y 2.- Seguir la dirección marcada por los
canalones que se ofrecen a nuestra vista; si se pueden superar por
dentro, adelante, y si no, salirse al lomo y continuar hacia arriba.
La adherencia es buena, las suelas se agarran más de lo que se pueda pensar y la pendiente no es excesiva. Cuestión de hacer trabajar a las pantorrillas y mantener a raya la imaginación.
El panorama, a medida que se gana altura, se hace cada vez más amplio.
Abajo, en su rincón, la ahora lejana Lagunilla.
Poco a poco la progresión se hace natural y se alcanza la cima antes de lo esperado. Satisfacción en la cumbre, unas fotos,
Embalse de Santillana desde la cumbre del Yelmo |
Y a descender por la Gran Grieta
antes de que “se llene” de gente. Es tal su estrechez que sólo se puede pasar
de uno en uno, y de costado, de forma que hay que guardar turno. Tenemos suerte
y no hay que esperar. Nos sometemos voluntariamente al “peeling” contra el
granito y desembocamos en la cara Norte.
En este lugar Deicar y yo nos despedimos de Paz y Pedro, ellos van hacia la
Senda Maeso y la Cueva del Ave María; nosotros nos dirigimos al Barranco de los
Huertos, zona de vegetación y fauna muy arraigada, que por lo intrincado es
pocas veces recorrido.
Entre moles de granito y altos brezos se va dejando atrás el Yelmo. Caminamos
atentos a no perder la traza, fijándonos en lo que nos rodea:
Rocas en distintos estados de fractura,
Ásperas carrascas mostrando su delicada y discreta floración,
Rincones donde el rumor del agua se transforma en fresco caudal,
Vigilantes autóctonos oteando curiosos desde las alturas,
Primitivos y muy oportunos vivacs,
Nubes evolucionando caprichosamente a merced de las corrientes de altura.
Y así, casi nos sorprende haber terminado de descender el barranco y
contemplar, a nuestros pies, el verde primaveral que rodea a Canto Cochino.
Primavera que se extiende en derredor, adentrándose en la Pedriza.
Hemos completado un circuito entretenido y variado, gimnástico a tramos,
visitando rincones recoletos y primitivos que tan a la mano están para quien
los quiera buscar, acabando la excursión con una plácida mirada hacia el Cancho
de los Muertos sobre el que las nubes continúan su evolución.