miércoles, 28 de marzo de 2018

El Puerto de Malagosto desde el embalse del río Pirón. Haciendo “uso” de la vertiente segoviana de la sierra de Guadarrama.


Alcanzando el Puerto de Malagosto por la vertiente segoviana
Tras la abundante nevada de los días anteriores, incluida la víspera, estaba el día de niebla baja con pronóstico de irse abriendo el cielo a medida que avanzara la jornada, por lo que, hartos ya de tanta borrasca seguida decidimos ir a probar suerte por la vertiente segoviana de la sierra de Guadarrama, con un itinerario “poco habitual y escasamente frecuentado” que tiene su origen en el embalse del río Pirón.

Si bien su diseño original incluía recorrer las cimas que hay entre el Puerto de Malagosto (1.953m) y las que coronan los remotos Hoyos Borrascoso y Cerrado, respectivamente, la realidad meteorológica de la jornada nos impidió completar el bucle en altura pasando por las cumbres, ocultas bajo las nubes, y en su defecto, tras acceder al Puerto, tuvimos que retornar hasta el pie de la Cabeza del Solar o de la Campana (1.843m), en los 1.680m, recorriendo la sinuosa pista que lo rodea por la base hasta llegar al pie de la Majada del Hidalgo, para bajar entonces, acompañando a las aguas del río Pirón, hasta entroncar con el Arroyo de las Corzas (algo más de tres kilómetros y medio), y luego hasta el embalse.

En resumen, la circular realizada es la siguiente:

Inicio unos setecientos metros antes de llegar al embalse del río Pirón (1.300m) – Circunvalación del embalse, en altura y por su derecha orográfica (1.480m) – Continuación aguas arriba del Río Pirón y del Arroyo de las Corzas abandonando la pista al llegar a un pronunciado giro que, a la altitud de los 1.500m (aquí confluiremos en la bajada, completando la circular), permite encarar un visible cortafuego – Enfilar cortafuego arriba salvando “en tieso” los casi 200m de desnivel hasta encontrar la pista superior, al pie de la Campana, que da acceso a la vertiente Sur de la divisoria de valles (1.680m) – Chozo de la Chata (1.760m) – Puerto de Malagosto (1.953m) - Retorno hasta el pie de la Cabeza del Solar o de la Campana (1.843m), en los 1.680m – Recorrido de la sinuosa pista que lo rodea por la base hasta llegar al pie de la Majada del Hidalgo, para bajar entonces, acompañando a las aguas del río Pirón, hasta entroncar con el Arroyo de las Corzas (algo más de tres kilómetros y medio) en el punto en el que optamos por el cortafuego a comienzo de la jornada, y luego hasta el embalse.

Las brumas, que supuestamente iban a disiparse a media mañana, se muestran más persistentes de lo esperado, manteniéndose unos cien metros por encima de nuestras cabezas. Parece como si nos hubiésemos sintonizado en el ascenso estableciéndose una estrecha franja de visibilidad.

Embalse del río Pirón
La humedad es mucha y la nieve resulta pesada. No deslizan bien los esquíes y resulta trabajoso ir abriendo huella.

Sobre la espesa capa de nieve tan solo se oye el amortiguado deslizar de los esquíes y los secuenciales pasos de las raquetas.
 
El entorno absorbe cualquier otro sonido; incluso el rumor del caudaloso curso del agua junto al que avanzamos suena lejano.

Llegamos al punto donde hemos de abandonar la pista que seguimos para encarar el cortafuego que tenemos próximo.

Desde su base la pendiente no parece excesiva, pero barruntamos que no va a ser así.

En la base del cortafuego
Ascendemos por él, primero recto, luego, a medida que se estrecha y la inclinación se acentúa, empezamos a trazar zetas, a la par que vamos sorteando los montículos cada vez más frecuentes y voluminosos que el viento ha formado. La incomodidad va en aumento. 

Los últimos cien metros se empinan notablemente, por lo que buscamos suavizar en alguna medida el esfuerzo saliéndonos al bosque lateral. Al menos las zetas son más amplias. Constatamos que las raquetas no son el instrumento ideal para superar las pendientes pronunciadas, si bien sin ellas hubiera resultado difícilmente franqueable. Con esquíes es otra cosa.

Finalmente alcanzamos la pista en la que termina el cortafuego. Nos sentimos aliviados. Desde aquí se evalúa mejor la cuesta superada.

En la parte alta del cortafuego
Después, a la bajada, volveremos a este punto, pero de momento nos encaminamos a traspasar la portera que da acceso al valle Sur de la divisoria marcada por la loma que desciende desde el monte de la Campana, de cuya presencia sabemos pero que de momento no podemos ver.

Portera de la divisoria de valles
La bruma persiste unos cien metros por encima. Todo está cubierto, de nubes el cielo y de nieve el resto; vale más mantenerse sobre las raquetas y los esquíes so pena de hundirse en ella hasta las rodillas.

En sentido Oeste – Este nos encaminamos hacia el Chozo de la Chata, al pie del Puerto de Malagosto.


Los propios pasos resuenan como el único sonido en un paraje frío y nevado, mientras seguimos abriendo huella al compás del viento que sopla a rachas, flanqueados por los pinos de altura totalmente cubiertos de nieve. El ambiente tiene algo de fantasmagórico. La escasa visibilidad hace que dudemos de poder alcanzar el Puerto, así que vamos fijando objetivos próximos, y una vez alcanzados, decidimos el siguiente. Siempre hay tiempo para dar la vuelta.

En la lejanía divisamos un contorno que interpretamos como el Chozo (1.760m) casi enterrado en la nieve. Nos aproximamos y sí, constatamos que es ese lugar donde cobraba el portazgo La Chata, moza serrana nombrada en el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita.

El Chozo de la Chata
La niebla nos envuelve ¿Damos media vuelta o esperamos un poco? Optamos por lo segundo mientras tomamos unas almendras, al menos aquí el aire no es muy fuerte.

Desde el Chozo, esperando a que mejore la visibilidad, escrutamos la niebla siguiendo con la mirada la intuida pista.
¡Las nubes ascienden algo y permiten ver la continuidad de la pista hacia el Puerto de Malagosto! Seguimos pues.

Transitar por la soledad de estas campas nevadas, con una cierta visibilidad, constituye un bálsamo de paz y una alegría para los sentidos.

Las nubes se arremolinan, yendo y viniendo al antojo de las rachas que barren las alturas. El Puerto está al alcance.

El Puerto de Malagosto o Malangosto, que de ambas formas se llama. Vertiente segoviana.
Finalmente alcanzamos la portera metálica (1.953m) y la gran piedra que constituye la mojonera entre las provincias de Segovia y Madrid. En el mojón hay una inscripción: "Puerto Malangosto o Puerto del Libro del Buen Amor. Año 1330", que tratamos inútilmente de hacer visible retirando parcial y trabajosamente el hielo que la cubre. Todo lo que sobresale está congelado.


Portera metálica del Puerto y mojón con la inscripción alusiva al Arcipreste de Hita. El hielo lo cubre todo.
Unos metros más arriba del Puerto alcanzamos a ver la Cruz del Puerto de Malangosto, por donde hubiéramos pasado si el tiempo nos hubiese permitido completar el recorrido de las cimas hacia el Norte, pero las nubes lo cubren todo a partir de los 2.000m y decidimos dejar esa parte para una próxima ocasión.

Echamos un breve vistazo a la vertiente de Lozoya mientras ponemos esquíes y raquetas en modo descenso. No hay lugar dónde guarecerse y no está el tiempo como para aguantar mucho rato a merced del vendaval.

Vertiente madrileña de Lozoya desde el Puerto.
Retornamos hacia el Chozo todo lo rápido que la espesa y pesada nieve nos lo permite, que no es demasiado.

Las nubes se mantienen altas y ahora podemos percibir detalles del entorno que durante la subida no eran visibles. 

Miramos frecuentemente alrededor para fijar en nuestra mente el recuerdo de estas bellas soledades.


El cielo por momentos se despeja para volver a cubrirse.

Alcanzamos de nuevo y franqueamos la portera de cambio de vertiente, muy cerca del extremo del cortafuego que superamos por la mañana. Descender por él nos permitiría adelantar terreno, pero su fuerte inclinación lo hace poco atractivo para las raquetas.

La pista que serpentea en altura siguiendo el trazado de la línea de cumbres que hubiésemos recorrido de haber hecho buen tiempo se muestra muy atractiva. Nos tocará seguir abriendo huella pero perderemos altura más paulatinamente. Así que optamos por ella.


Toda la pista cubierta de nieve "a nuestra disposición"
Los primeros dos kilómetros resultan demasiado planos para los esquíes lo que, junto con lo pesada y húmeda que está la nieve, obliga a un trabajoso y bastante extenuante “remar y remar” a pesar de la huella que van abriendo las raquetas.

No obstante, la belleza y la tranquilidad del entorno palía el esfuerzo necesario para transitarlo.

Compartimos territorio y senda con otros animales, a los que no vemos pero sí adivinamos.

Ha mejorado el tiempo con el paso de las horas, así que podemos explayarnos en la contemplación de los parajes que atravesamos.

Y sí, con la claridad del día, ¡Sí que se ve empinado el cortafuego por el que subimos y que hemos desestimado en la bajada! Acabamos de cerrar la circular en este punto.

Cortafuego por el que subimos por la mañana ¡Sí que era empinado, sí!
Ya sólo nos queda retornar por el camino de subida, echando de vez en cuando la vista atrás, hacia las alturas, ahora despejadas, por las que hemos andado.
 
Hasta alcanzar el embalse del Pirón, primero, y luego llegar al coche para completar una hermosa jornada de más de 17km de longitud, superando un desnivel total en ascenso de 650m de D+, por unos lugares escasamente frecuentados (con nadie nos cruzamos en todo el día), por los que anduvimos abriendo huella de principio a fin, y a donde volveremos muy probablemente para completar el circuito original que la mala visibilidad nos obligó a modificar en esta ocasión.
 
Embalse del río Pirón, en la vertiente segoviana, al pie del Puerto de Malagosto

 
 

lunes, 19 de marzo de 2018

El Centenillo, antiguo pueblo minero en pleno corazón de Sierra Morena.


Perteneciente al “Jaén escondido”, se encuentra a 17 kilómetros de La Carolina. Acceder a él supone adentrarse en lo recóndito de Sierra Morena.

En el siglo II a. de C, y hasta la caída del Imperio romano, las minas de El Centenillo ya proporcionaban plomo y plata, ésta en menor medida.

A finales del siglo XIX los ingleses hicieron nuevas prospecciones y reanudaron las antiguas labores extractoras en la zona. Construyeron un pueblo minero a semejanza de los que había en la campiña inglesa.

Vivió su máximo esplendor durante la segunda mitad del siglo XX. El auge de la actividad minera en la zona hizo que alcanzase los 2.700 habitantes y llegase a contar con todo tipo de servicios: escuelas, biblioteca, cine, hospital, farmacia, mercado de abastos, casino, etc., si bien hoy día su censo de población habitual no sobrepasa las cuarenta personas. La forma de vida actual resulta bastante natural.

En 1964 se clausuraron las minas después de 100 años de actividad; en total se extrajeron unas 800.000 toneladas de plomo. La empresa concesionaria desmontó la totalidad de la maquinaria y solo quedaron en pie los edificios como testigos mudos a través del tiempo.

 
 Sobre la fachada de lo que antiguamente fue la botica, en la desierta plaza de la iglesia, se encuentra una placa “in memoriam” del practicante, atestiguando el agradecimiento al mismo de la población.  

El título de practicante nació en 1888, y es lo que actualmente conocemos como enfermero. En un principio era una profesión asociada a los hombres, y las principales tareas de los mismos eran poner inyecciones a domicilio si bien, en los lugares aislados, sus servicios incluían entre otros tratamientos: las curas de heridas, quemaduras y úlceras, así como la retirada de puntos de sutura, etc. El practicante, junto con el boticario, suplía la falta de un médico permanente.

Ahora, varios decenios después del cierre, las minas de plomo del Centenillo son tan sólo un recuerdo, como lo atestiguan los restos de las construcciones que todavía quedan en pie y que, parcialmente engullidas por la vegetación y el paisaje, transmiten un cierto halo de melancolía.

 
Sobreviene cierta pesadumbre cuando nuestra mirada atraviesa pórticos y ventanales de lugares, hoy enmudecidos, que otrora estuvieron llenos de bullicio.

 
 
 
 
Es entonces cuando toca sacudir la nostalgia, alzar la vista y sin ambages  contemplar el extenso panorama desde este mismo lugar, inmerso en una zona de media montaña, rodeado de especies mediterráneas y coníferas de repoblación, que constituye un auténtico atractivo para los amantes de la naturaleza.

 
 
Son reseñables los conjuntos naturales que componen los pinos, alcornoques y eucaliptus que pueblan el paraje. 

 
 
 
Se puede continuar con la inmersión a fondo en la naturaleza dejando atrás el Centenillo y adentrarse por una muy deteriorada carretera, a tramos pista, en el Parque Natural Sierra de Andújar, para recorrerlo en su integridad hasta enlazar con el "ilusoriamente" cercano Puertollano (¡Tan sólo 90km!).
 
El largo itinerario atraviesa extensísimas dehesas donde los ciervos se cuentan por centenares. Ejemplares con los que uno cruza la mirada a escasos dos o tres metros de distancia.  Es recomendable no perderse esta experiencia, si bien hay que abordarla con horas de luz por delante.