Perteneciente al “Jaén escondido”,
se encuentra a 17 kilómetros de La Carolina. Acceder a él supone adentrarse en
lo recóndito de Sierra Morena.
En el siglo II a. de C, y hasta
la caída del Imperio romano, las minas de El Centenillo ya proporcionaban plomo
y plata, ésta en menor medida.
A finales del siglo XIX los
ingleses hicieron nuevas prospecciones y reanudaron las antiguas labores extractoras
en la zona. Construyeron un pueblo minero a semejanza de los que había en la
campiña inglesa.
Vivió su
máximo esplendor durante la segunda mitad del siglo XX. El auge de la actividad
minera en la zona hizo que alcanzase los 2.700 habitantes y llegase a contar
con todo tipo de servicios: escuelas, biblioteca, cine, hospital,
farmacia, mercado de abastos, casino, etc., si bien hoy día su censo de
población habitual no sobrepasa las cuarenta personas. La forma de vida actual resulta bastante natural.
En 1964 se clausuraron las minas
después de 100 años de actividad; en total se extrajeron unas 800.000 toneladas
de plomo. La empresa concesionaria desmontó la totalidad de la maquinaria y
solo quedaron en pie los edificios como testigos mudos a través del tiempo.
Sobre la fachada de lo que
antiguamente fue la botica, en la desierta plaza de la iglesia, se encuentra una
placa “in memoriam” del practicante, atestiguando el agradecimiento al mismo de
la población.
El título de practicante nació en
1888, y es lo que actualmente conocemos como enfermero. En un principio era una
profesión asociada a los hombres, y las principales tareas de los mismos eran
poner inyecciones a domicilio si bien, en los lugares aislados, sus servicios incluían
entre otros tratamientos: las curas de heridas, quemaduras y úlceras, así como
la retirada de puntos de sutura, etc. El practicante, junto con el boticario, suplía
la falta de un médico permanente.
Ahora, varios decenios después
del cierre, las minas de plomo del Centenillo son tan sólo un recuerdo, como lo
atestiguan los restos de las construcciones que todavía quedan en pie y que,
parcialmente engullidas por la vegetación y el paisaje, transmiten un cierto
halo de melancolía.
Sobreviene cierta pesadumbre
cuando nuestra mirada atraviesa pórticos y ventanales de lugares, hoy enmudecidos,
que otrora estuvieron llenos de bullicio.
Es entonces cuando toca sacudir
la nostalgia, alzar la vista y sin ambages
contemplar el extenso panorama desde este mismo lugar, inmerso en una
zona de media montaña, rodeado de especies mediterráneas y coníferas de
repoblación, que constituye un auténtico atractivo para los amantes de la
naturaleza.
Son reseñables los conjuntos naturales que componen los pinos, alcornoques y eucaliptus que pueblan el paraje.
Se puede continuar con la inmersión a fondo en la naturaleza dejando atrás el Centenillo y
adentrarse por una muy deteriorada carretera, a tramos pista, en el Parque Natural
Sierra de Andújar, para recorrerlo en su integridad hasta enlazar con el "ilusoriamente" cercano Puertollano (¡Tan sólo 90km!).
El largo itinerario atraviesa extensísimas dehesas donde los ciervos se cuentan por centenares. Ejemplares con los que uno cruza la mirada a escasos dos o tres metros de distancia. Es recomendable no perderse esta experiencia, si bien hay que abordarla con horas de luz por delante.
Qué interesante. Y aunque sea, casi, la primera vez que una de tus crónicas no es a la carrera, de vez en cuando, está muy bien sea frugalmente de esa manera. Claro que llegar hasta esa otra sí sería y son de plenos ambages por tortuosa senda, amén de la no poca distancia. Tanto una cómo la otra, ambas, son poblaciones para parar y contemplar y en sus plazas a escuadra, sentados, declarar que más allá hay perdiz escabechada.
ResponderEliminarUn lugar alto en el que hacer un alto y proseguir a término (nada como con tu coche) más allá pues de noche no lo recomiendo por los ojos que acechan sin miedo y desconocimiento que, yo, más de una vez, Lustros atrás, tuve que llegar a parar, bajar y azuzarlos para poder proseguir. Solían bajar a beber y comer.
Salud y Libertad, dilecto Car
La noche oculta las cosas y los animales; y si los intuyes bien puedes parar, bajar y azuzarlos para que se muevan. Otra cosa es si ni los intuyes y con el coche les topas: ambos salen muy malparados. Así que sí, con luz.
EliminarUn fuerte abrazo, dilecto.
Hola Carmar.
ResponderEliminarInteresante lugar, cuanto mundo por descubrir nos queda...
Gracias por compartir estos lugares¡¡
Salud.
Fer
Ir descubriendo es lo que da incentivo a la vida, que de cosas conocidas para qué vamos a hablar.
EliminarSalud y Montaña, Fer.
Es un paraje bello, integrado en la naturaleza. A mí, esos lugares abren de par en par mi curiosidad. Me gusta dar vida a las abatidas construcciones imaginando a su gente ir y venir con el ajetreo de aquellos tiempos tan duros.
ResponderEliminarHay algo que me ha gustado muchísimo, aparte de tu gran retórica y acertadas fotografías, y es la inexistencia de imbéciles que hayan ido a grafitear sus muros.
Que suerte...
Un abrazo
Muy buena gente se encuentra uno por tierras andaluzas y extremeñas, que otras, aparte de las propias, conozco o menos o nada. Y sí que llama la atención, fíjate a lo que ya hemos llegado, cuando el entorno es tratado y mantenido con el respeto que uno considera debido y al que no estamos acostumbrados.
EliminarUn abrazo.
Uma caminhada que conta histórias é muito preciosa! No meio do passeio se vê tantos detalhes queridos e tantas vistas perdidas em ruínas... essas construções abandonadas me encantam, porque imagino mil contos sobre elas... um teatro imaginário que passa no pensamento...
ResponderEliminarUma experiência espetacular, carmar! Envolvente pela graciosa fauna presente e exemplares de árvores magníficos...
Um beijo
Comparto contigo, querida Teca, esa tendencia natural a imaginar historias que se pudieran desarrollar en las construcciones abandonadas. En mi pensamiento veo a las familias en sus tareas cotidianas, a los desplazamientos entre pueblo y pueblo caminando junto a alguna caballería que transportaba la carga, los juegos infantiles para los que cualquier cosa podía ser tomada como un juguete, etc.. la vida en fin que bullía y que luego, al final, y como siempre, acabó por desaparecer dejando tan sólo unos muros en los que, sistemáticamente, siempre faltan los techos; porque de las ruinas están formadas por paredes, ventanas, antiguas dependencias, pero nunca quedó un techo.
EliminarParece como si sus habitantes, al abandonar sus hogares, echaran el techo abajo para no impedir que, como ellos mismos al marchar, sus vivencias también pudiesen abandonar el lugar.
De nuevo una ensoñación que el recuerdo de enclaves como el Centenillo hace crecer en mi cabeza.
Gracias como siempre, Teca, por tu sensible y apreciado comentario.
Un abrazo
Que bonito relato de uma vida tão simples e intensa! É exatamente como imagino: vida verdadeira e autêntica!
EliminarVocê é incrível, moço, pelo que sente e pelo que é. Parabéns por sua integridade!
Um beijo e... por que não Feliz Páscoa! Um renascimento tão necessário...
Felicidade e amizade sincera
Hola Carmar.
ResponderEliminarEl Centinillo, es una de tantas poblaciones, en las que se decidió montar una mina, y cuando no fue rentable se cerro, haciendo que la gente abandonara su casa, en busca de trabajo en las grandes urbes.
Viendo el entorno tan bonito en el que se ubica, seguro que existen opciones menos dañinas para el medio ambiente, en el que poder seguir viviendo aprovechando los recursos que la naturaleza ofrece.
Un saludo.
Creo yo que la mina dio lugar al enclave, que ambos prosperaron a la par y que, al final, las gentes que daban vida a todo el conjunto perdieron lo que su esfuerzo y dedicación había contribuido a sacar adelante.
EliminarAcabada la actividad, apagándose la maquinaria, languideció la población y el bullicio se vino abajo.
Cayó en desuso, se marcharon, y ahora, medio siglo después, de la herida tan sólo queda un recuerdo; el bello entorno ha ayudado a sanarla.
Gracias Eduardo por tu comentario, y un abrazo.