martes, 27 de mayo de 2014

Camorritos – Siete Picos – Senda Herreros. En busca de la forma por la Sierra del Dragón.

La Sierra del Dragón. Cóncavo de Siete Picos 
El nombre proviene de su inconfundible silueta, ya que su cornisa está jalonada por siete pequeños picos de granito que se ven desde bastante lejos y que se asemejan al espinazo de un dragón. La línea de cumbres describe una C orientada al sur (el Cóncavo de Siete Picos). Seis de estos pequeños picos están en la parte más alta y el primero, el más occidental, está un poco apartado (llamado Pico de Majalasna). El más alto de los siete es el que está situado más cerca del puerto de Navacerrada, es decir, el más oriental, que recibe popularmente el nombre de Pico de Somontano en honor al excursionista de la Sociedad Alpina Garabandálica, Albino de Somontano quien, junto con Herreros, trazó el recorrido que se sigue al pie de los siete picos. La senda Herreros transita por el que tal vez sea el enclave más montaraz de esta parte de la sierra: el Cóncavo de Siete Picos, la profunda depresión de más de seiscientos metros que compone la vertiente sur de las siete cimas.

No estaba muy seguro el tiempo, de hecho se anunciaban tormentas a partir de las tres de la tarde, así que decidí hacer una excursión “a la carrera” que me permitiese estar de vuelta en el coche no más tarde de las 2pm.

Pocos metros antes de llegar al apeadero de Camorritos, en la carretera que lo une con Cercedilla, sale hacia la izquierda una amplia pista de tierra con la marca blanca y roja del GR-10, que atraviesa una zona de chalets, para acabar, unos quinientos metros más adelante, en un lugar donde se puede dejar el coche, junto a una barrera metálica que corta el paso (1.400m).

Inicio la marcha por el amplio y empinado sendero que se interna en el bosque siguiendo las claras marcas del GR-10. El perfume de piorno en flor prevalece en el ambiente. 

Desde lo alto llega el percutir de un pájaro carpintero sobre el tronco, a ráfagas: “toc, toc, toc, toc”; una tras otra: “toc, toc, toc, toc”. Localizo el lugar, el pino del que viene el sonido, tengo una visión fugaz del pájaro pero no logro enfocarlo con la cámara por más que observo el árbol desde perspectivas distintas. El agudo “pica madera” se las arregla para mantener siempre el tronco entre él y yo. Desisto y sigo el trote cuesta arriba.

Alcanzo la pradera de Navarrulaque, desierta a esta hora, y sigo sin parar hacia la de Majalasna guiándome por los puntos amarillos que hay sobre los árboles. A mi derecha dejo el inicio de la Senda Herreros, por la que retornaré luego.

Las piernas empiezan a enviar sus señales. La cabeza manda continuar corriendo, el cuerpo pone sobre el tapete las exigentes dos semanas pasadas, pidiendo un poco de consideración. En este “diálogo” alcanzo la pradera de Majalasna, con el pico del mismo nombre al frente, el primero de los Siete.

Pico de Majalasna
Bucólica praderita cuyo verdor realza aún más el amarillo de la flor del piorno, sobre la que sobresalen los picos Primero y Segundo de la cadena.

Sobre la pradera de Majalasna, el Segundo Pico de Siete Picos
Aprovechando una tregua piernas / mente me encaramo a la cima del pico de Majalasna (1.934m). Nadie en derredor; amplios panoramas, nubes que siguen creciendo, aire frío que combato con el cortavientos y una barrita energética antes de volver a descender a la pradera y encaminarme hacia el bosquecillo de altos pinos que se asientan al pie del Segundo de los picos.

Continúo al trote pero sin conseguir las buenas sensaciones habituales; el entorno de árboles, enhiestos unos, torcidos otros, junto con la pendiente aumentando considerablemente, parece reavivar la pugna entre mente y cuerpo que había quedado temporalmente en suspenso.

Los argumentos de las piernas pesan cada vez más, lo mismo que éstas; la cabeza pasa de “ordenar” a “dialogar”: -- <<Vale, de acuerdo, acabemos esta cuesta, que ya queda poco para alcanzar la parte superior de la cuerda, y a partir de ahí iremos más tranquilos>>, y así, burla burlando, me encuentro arriba. Decididamente mi forma de hoy no es la mejor de todas, así que toca sufrir más de lo habitual.

Suerte que ahora ya sólo hay que ir llaneando por el sendero de la cara Norte de la Sierra del Dragón, plano y bien marcado, abandonándolo tan sólo para irme encaramando a los sucesivos picos que la componen.

Recorriendo el sendero al Norte de los Siete Picos, que se elevan como afloramientos rocosos.
De entre ellos, el único al que no subo es al bloque inclinado que constituye el número Cuatro, ya que requiere algo más que una trepada y no anda hoy el ánimo para grandes gestas.

Finalmente accedo al Séptimo, el más elevado de la cuerda, con 2.138m, en cuya cima, junto al punto geodésico, me pongo al resguardo del viento mientras tomo algo sólido. Al Sur se extiende el Cóncavo de Siete Picos.

Cóncavo de Siete Picos, desde la cima del Séptimo. Al fondo, abajo, Cercedilla.
Este risco, sin ser difícil de ascender tampoco resulta simple de descender, especialmente en día tormentoso y fresco como el de hoy. La entente cordial que mente y cuerpo habían alcanzado es puesta de nuevo en entredicho por la humedad y verticalidad de la roca en algunos tramos, junto con el tiempo cada vez más revuelto. Vamos, que me lleva un buen cuarto de hora yendo y viniendo al punto geodésico de la cima para decidir por dónde bajar los escasos treinta metros de desnivel que separan la cumbre del sendero en su base de la cara Norte. Una de las cosas que más me repelen es el granito mojado.

La carrera me cunde camino de la Pradera de Siete Picos, a 1.900m de altitud, lugar donde nace la Senda Herreros, justo frente a un claro hito divisorio de las dos provincias: al Norte, Segovia; al Sur, Madrid.

Hito delimitador de provincias en la pradera de Siete Picos
Comienza ahora la parte más complicada del recorrido, no sólo por lo abrupto del descenso, sino por lo intrincado del sendero, que va sorteando los barrancos y afloramientos del granito que se encuentran en esta ladera. Algunos hitos y señales amarillas y blancas muy bien puestos ayudan a mantener el rumbo correcto.

La Senda se interna en un vasto y primitivo pinar. El primer tramo va perdiendo altura muy lentamente, discurriendo en el entorno de los 1.800m, dando vista a lo “hondo” del Cóncavo.

En la parte baja del Cóncavo se distingue la vía del ferrocarril que une Cotos con Cercedilla.
Por detrás la mole de la Maliciosa, y el cielo que sigue cargándose de nubes, aunque la amenaza de lluvia parece que, afortunadamente, no se acaba de materializar.

A lo largo del trayecto se aprecia la altura que las paredes del cordal de Siete Picos alcanzan por su cara Sur, contrastando fuertemente con la placidez de la vertiente Norte.

Bloque cimero del Cuarto pico, al cual NO me encaramé
Cuando se llevan recorridas las dos terceras partes de la Senda, ésta atraviesa un corto tramo de llambria granítica que, de encontrarla mojada o con hielo, puede dar problemas, no es el caso hoy, para seguidamente emprender abrupta bajada entre rocas, aunque de escasa dificultad.

Enseguida se alcanza una zona con la vegetación muy cerrada, donde abundan los helechos. Es la surgencia del Arroyo de Pradillo, conocido como la Fuente de los Acebos. 


Tras cruzarla la trocha se interna en un robledal y enseguida se transforma en camino amplio y plano, muy corredero, que desemboca en la Pradera de Navarrulaque (1.650m) junto al cartel conmemorativo del diseñador y trazador de la Senda Herreros.


Como mente y piernas continúan en el estado de armonía alcanzado tras destrepar del Séptimo Pico, continúo la rápida carrera por la empinada senda que se dirige a Camorritos. Se toman con gusto las fuertes pendientes y el tiempo cunde.


Los jóvenes robles, afloran a la superficie cual arbustos o árboles, formando su ramaje una bella cubierta bajo la cual alcanzo rápidamente el coche a la 1:30pm, 


Con el gusto de haber realizado una ruta poco frecuentada que discurre por un entorno primitivo, alternando laderas cubiertas por un espeso bosque de pino silvestre, con pequeñas zonas de roble, donde el piorno es denominador común, alcanzando formaciones caprichosas de granito a las que trepar resulta natural.

martes, 20 de mayo de 2014

El galacho de la Alfranca. Rincón de verdor en el yeso estepario.

A unas cinco leguas de Utebo y a otras tantas de Peñaflor, ambas poblaciones mudéjares de pro, junto a la Puebla de Alfindén las tranquilas aguas del río Ebro, tras pasar por Zaragoza, propician un gran humedal que contrasta con la desecación del entorno. Es el galacho de la Alfranca.

Torre mudéjar de Utebo, de dos cuerpos, cuadrangular la base y octogonal la parte superior
Tras la torre, los yesos de los montes del Castellar
Torre mudéjar de Peñaflor
El tramo medio del valle del Ebro tiene muy poca pendiente, por eso el río transcurre por una amplia llanura de inundación, lo cual da a lugar a numerosos meandros (curvas muy pronunciadas en el cauce).

La erosión por las crecidas, y la presión del hombre roturando los antiguos sotos de las márgenes, son la causa de que se produzcan diversos estrangulamientos en el río quedando los meandros separados del viejo cauce, conformándose así los galachos. En la actualidad se mantienen en estado natural el de La Alfranca y el de Juslibol (aguas arriba de Zaragoza).

Desde la Puebla de Alfinden se sigue una carretera asfaltada en dirección al Centro de Visitantes de la Alfranca. Llegados a este punto se toma una de las varias pistas de tierra que se dirigen hacia el cauce del río, cuyo discurrir se adivina por la línea de árboles que se ven en la distancia. Terreno polvoriento y llano en el que el sol pega de pleno. La aridez de la Depresión del Ebro contrasta con la zona húmeda que se percibe más allá.

Próximas a la orilla, inundadas casi permanentemente, aparecen praderas de pastalum en el río y aneas y carrizos en los galachos.

Fuera del agua, los tamarices colonizan rápidamente las orillas e isletas del cauce. En plena floración llama la atención el penetrante olor a miel de sus flores.

Las abejas realizan activamente su doble tarea de recolectar el néctar y de portear las bolitas de polen, en forma de saquitos adheridos a sus patas, de unas flores a otras. Están tan concentradas en su actividad que, para nuestra tranquilidad, ni siquiera se percatan de la proximidad de los humanos.


Mirando con atención se aprecian las bolitas de polen adheridas a las patas
Retirándonos algo del río y avanzando unos metros por la pista, algo más tierra adentro, hasta llegar a un sendero que sale hacia la derecha (en dirección al agua nuevamente) nos adentramos en el Soto del Rincón Falso, lugar donde destacan principalmente especies ribereñas como álamos, chopos, retamas y carrizos. 

En el Soto del Rincón Falso
Marchamos bajo la confortante sombra de la espesura; las hojas y las ramas están festoneadas de blanco por la multitud de semillas de álamo que las cubren y flotan por el aire.



En algunos momentos sentimos el agobio de los mosquitos y de algún que otro tábano de gran tamaño. Los breves instantes que se requieren para tomar una foto son suficientes para que sientas, primero, y veas, seguidamente, al gran mosquito que, sobre el nudillo, acaba de hincar su aguijón para proceder a sorber su comida. Un rápido gesto con la mano y consigues que todo quede ahí y que la inflamación y picor posteriores sean moderados ¡Afortunadamente no tuvo tiempo de inyectar toda su carga antes de levantar el vuelo! 

Tras realizar una circular por el soto, salimos de nuevo a la pista principal, donde volvemos sobre nuestros pasos, hasta llegar de nuevo a la Finca de la Alfranca, dando por terminada esta sencilla pero interesante ruta.


lunes, 19 de mayo de 2014

Pedriza Posterior. Rincón de naturaleza agreste y en estado vivo.

Sigue siendo posible transitar por zonas donde la naturaleza medra a su antojo, donde tus pasos comparten sendas y trochas con otras criaturas que los usan para sus habituales desplazamientos vitales, entornos en los que los cantos de los pájaros acompañan a los chasquidos de las ramas quebradas  que se producen al atravesar un bosque guiados por el instinto, sin seguir señal ni camino aparente; sitios en los que plantar el pie sobre una seca raíz de árbol produce una inmediata eclosión de cientos de hormigas aflorando en busca del intruso que acaba de trastocar su actividad subterránea. Zonas en las que los arroyuelos se saltan o se vadean, según los casos; lugares en los que la armonía resulta total.

Tal es el recorrido que Deicar y yo iniciamos en una mañana fresca, partiendo de Canto Cochino en dirección al Callejón de la Abeja, con la idea de pasar junto a la Aguja del Sultán y los Hermanitos, para llegar hasta el risco de la Bota atravesando el bosque que cubre la Pedriza Posterior, al pie de los roquedos que la cierran en altura. Fuera, en fin, de los recorridos habituales que existen en la zona.

Caminamos a la sombra por “ la Autopista” todavía poco frecuentada a esta temprana hora.

Nos detenemos un instante para contemplar dos de las formaciones rocosas más características de la Pedriza: el Pájaro (ave pétrea, posada) y los Guerreros, con la clara silueta del jinete sobre su cabalgadura, que tras escrutar un rato con la mirada se hace visible de golpe y para siempre.

A la izq. el Pájaro, a la dcha. el conjunto de los Guerreros 
Nos cunde la marcha, vadeamos el arroyo de la Ventana y emprendemos subida por el bosque hacia el collado de la Ventana. Ningún otro sonido aparte de nuestros pasos. A la altura de 1.450m, en un giro a la derecha del camino, lo dejamos, tomando de frente la trocha que se dirige hacia el Callejón de la Abeja. 

Fuerte ascensión por zona áspera hasta llegar a la altura de 1.700m momento en el que nos desviamos hacia la izquierda, abandonando el Callejón, para dirigirnos a un paso que se ve al pie de la Aguja del Sultán.

Desde este pasaje tenemos enfrente, al Sur Este, los riscos de Dos Torres (zona de buitres, amarilleada por sus deyecciones) y el Caballo de Ajedrez, ambos mostrando su cara Oeste todavía a la sombra.

Las Dos Torres
El Caballo de Ajedrez
Más cerca, justo al otro lado del Callejón, peculiares formas rocosas que cada cual interpreta o ve según su imaginación.


Avanzamos y entramos en el jardín pétreo al pie de la Aguja del Sultán, enhiesto monolito que preside la zona.

A la dcha. la Aguja del Sultán
Comenzamos aquí nuestro transitar por una zona poco o nada señalizada, y escasamente visitada, a través del bosque que tapiza la Pedriza Posterior, al pie de los contrafuertes rocosos que la cierran por el Norte y unos 200m de altitud por debajo de la Senda Termes, nos movemos en el entorno de los 1.800m.

Antes de internarnos en el pinar lanzamos una mirada hacia las Milaneras y Tres Cestos. Por detrás de ambos la cumbre de la Maliciosa comienza a ser “pasto” de la bruma.

Vamos hacia el Norte, hacia las moles graníticas de los Hermanitos. Ahora comienza el tramo más solitario y agreste de todo el recorrido, que se mantendrá hasta alcanzar la Bota.

Los Hermanitos
Los Hermanitos se enclavan en un lugar escondido y montaraz donde, aparte de una oportuna surgencia de agua, un pino monumental se erige como antepasado de todos los demás.

Unos metros más arriba otro ejemplar, de similar porte, aparece seco pero todavía en pie.

Uno de los Hermanitos, desde el pino seco
Última mirada a los Hermanitos antes de internarnos en lo más intrincado del bosque que cubre estos terrenos hasta los 1.850m de altitud. A su través caminamos bordeando la parte interior que conforma “la herradura” que cierra la Pedriza por el Norte. Vamos en busca del risco de la Bota, próximo al collado del Miradero pero bastante aislado y poco visitado, por encontrarse apartado de cualquiera de los recorridos habituales.

Los Hermanitos
De vez en cuando nos encaramamos sobre alguno de los grandes bloques que sobresalen por encima de los pinos, para ir corrigiendo la trayectoria, observando los distintos perfiles que La Bota presenta según nos aproximamos a ella.

Distintas perspectivas de La Bota y del bosque en el que se enclava

Finalmente, tras una fatigosa travesía sin senda ni marcas que seguir, conseguimos alcanzar el pie de la Bota. 

El risco de la Bota
Momento para los recuerdos (casi cinco lustros desde que mi antiguo compañero de escalada – Manuel – y yo trepamos por sus paredes en una fría mañana de otoño) y para tomar ahora algún alimento y bebida, antes de continuar la marcha hasta entroncar con el bien trazado sendero que une el collado del Miradero con la Autopista.

Una vez en el camino, ¡qué bien se transita ahora!, nos ponemos a un trote sostenido que nos permite llegar rápidamente hasta Canto Cochino tras haber realizado un itinerario muy gratificante, por unos lugares bastante poco habituales, que dejan un recuerdo persistente y agradable de la Naturaleza en estado puro y salvaje, a disposición de quien desee apartarse de rutas más convencionales.