A unas cinco leguas de Utebo y a otras tantas de Peñaflor, ambas poblaciones mudéjares de pro, junto a la Puebla de Alfindén
las tranquilas aguas del río Ebro, tras pasar por Zaragoza, propician un gran
humedal que contrasta con la desecación del entorno. Es el galacho de la
Alfranca.
Torre mudéjar de Utebo, de dos cuerpos, cuadrangular la base y octogonal la parte superior |
Tras la torre, los yesos de los montes del Castellar |
Torre mudéjar de Peñaflor |
El tramo medio del valle del Ebro tiene muy poca pendiente, por eso el río
transcurre por una amplia llanura de inundación, lo cual da a lugar a numerosos
meandros (curvas muy pronunciadas en el cauce).
La erosión por las crecidas, y la presión del hombre roturando los antiguos
sotos de las márgenes, son la causa de que se produzcan diversos estrangulamientos
en el río quedando los meandros separados del viejo cauce, conformándose así
los galachos. En la actualidad se mantienen en estado natural el de La Alfranca
y el de Juslibol (aguas arriba de Zaragoza).
Desde la Puebla de Alfinden se sigue una carretera asfaltada en dirección
al Centro de Visitantes de la Alfranca. Llegados a este punto se toma una de
las varias pistas de tierra que se dirigen hacia el cauce del río, cuyo
discurrir se adivina por la línea de árboles que se ven en la distancia.
Terreno polvoriento y llano en el que el sol pega de pleno. La aridez de la
Depresión del Ebro contrasta con la zona húmeda que se percibe más allá.
Próximas a la orilla, inundadas casi permanentemente, aparecen praderas de
pastalum en el río y aneas y carrizos en los galachos.
Fuera del agua, los tamarices colonizan rápidamente las orillas e isletas
del cauce. En plena floración llama la atención el penetrante olor a miel de
sus flores.
Las abejas realizan activamente su doble tarea de recolectar el néctar y de
portear las bolitas de polen, en forma de saquitos adheridos a sus patas, de
unas flores a otras. Están tan concentradas en su actividad que, para nuestra
tranquilidad, ni siquiera se percatan de la proximidad de los humanos.
Mirando con atención se aprecian las bolitas de polen adheridas a las patas |
Retirándonos algo del río y avanzando unos metros por la pista, algo más
tierra adentro, hasta llegar a un sendero que sale hacia la derecha (en
dirección al agua nuevamente) nos adentramos en el Soto del Rincón Falso, lugar
donde destacan principalmente especies ribereñas como álamos, chopos, retamas y
carrizos.
En el Soto del Rincón Falso |
Marchamos bajo la confortante sombra de la espesura; las hojas y las ramas
están festoneadas de blanco por la multitud de semillas de álamo que las cubren
y flotan por el aire.
En algunos momentos sentimos el agobio de los mosquitos y de algún que otro
tábano de gran tamaño. Los breves instantes que se requieren para tomar una
foto son suficientes para que sientas, primero, y veas, seguidamente, al gran
mosquito que, sobre el nudillo, acaba de hincar su aguijón para proceder a
sorber su comida. Un rápido gesto con la mano y consigues que todo quede ahí y
que la inflamación y picor posteriores sean moderados ¡Afortunadamente no tuvo
tiempo de inyectar toda su carga antes de levantar el vuelo!
Tras realizar una circular por el soto, salimos de nuevo a la pista
principal, donde volvemos sobre nuestros pasos, hasta llegar de nuevo a la
Finca de la Alfranca, dando por terminada esta sencilla pero interesante ruta.
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