martes, 20 de mayo de 2014

El galacho de la Alfranca. Rincón de verdor en el yeso estepario.

A unas cinco leguas de Utebo y a otras tantas de Peñaflor, ambas poblaciones mudéjares de pro, junto a la Puebla de Alfindén las tranquilas aguas del río Ebro, tras pasar por Zaragoza, propician un gran humedal que contrasta con la desecación del entorno. Es el galacho de la Alfranca.

Torre mudéjar de Utebo, de dos cuerpos, cuadrangular la base y octogonal la parte superior
Tras la torre, los yesos de los montes del Castellar
Torre mudéjar de Peñaflor
El tramo medio del valle del Ebro tiene muy poca pendiente, por eso el río transcurre por una amplia llanura de inundación, lo cual da a lugar a numerosos meandros (curvas muy pronunciadas en el cauce).

La erosión por las crecidas, y la presión del hombre roturando los antiguos sotos de las márgenes, son la causa de que se produzcan diversos estrangulamientos en el río quedando los meandros separados del viejo cauce, conformándose así los galachos. En la actualidad se mantienen en estado natural el de La Alfranca y el de Juslibol (aguas arriba de Zaragoza).

Desde la Puebla de Alfinden se sigue una carretera asfaltada en dirección al Centro de Visitantes de la Alfranca. Llegados a este punto se toma una de las varias pistas de tierra que se dirigen hacia el cauce del río, cuyo discurrir se adivina por la línea de árboles que se ven en la distancia. Terreno polvoriento y llano en el que el sol pega de pleno. La aridez de la Depresión del Ebro contrasta con la zona húmeda que se percibe más allá.

Próximas a la orilla, inundadas casi permanentemente, aparecen praderas de pastalum en el río y aneas y carrizos en los galachos.

Fuera del agua, los tamarices colonizan rápidamente las orillas e isletas del cauce. En plena floración llama la atención el penetrante olor a miel de sus flores.

Las abejas realizan activamente su doble tarea de recolectar el néctar y de portear las bolitas de polen, en forma de saquitos adheridos a sus patas, de unas flores a otras. Están tan concentradas en su actividad que, para nuestra tranquilidad, ni siquiera se percatan de la proximidad de los humanos.


Mirando con atención se aprecian las bolitas de polen adheridas a las patas
Retirándonos algo del río y avanzando unos metros por la pista, algo más tierra adentro, hasta llegar a un sendero que sale hacia la derecha (en dirección al agua nuevamente) nos adentramos en el Soto del Rincón Falso, lugar donde destacan principalmente especies ribereñas como álamos, chopos, retamas y carrizos. 

En el Soto del Rincón Falso
Marchamos bajo la confortante sombra de la espesura; las hojas y las ramas están festoneadas de blanco por la multitud de semillas de álamo que las cubren y flotan por el aire.



En algunos momentos sentimos el agobio de los mosquitos y de algún que otro tábano de gran tamaño. Los breves instantes que se requieren para tomar una foto son suficientes para que sientas, primero, y veas, seguidamente, al gran mosquito que, sobre el nudillo, acaba de hincar su aguijón para proceder a sorber su comida. Un rápido gesto con la mano y consigues que todo quede ahí y que la inflamación y picor posteriores sean moderados ¡Afortunadamente no tuvo tiempo de inyectar toda su carga antes de levantar el vuelo! 

Tras realizar una circular por el soto, salimos de nuevo a la pista principal, donde volvemos sobre nuestros pasos, hasta llegar de nuevo a la Finca de la Alfranca, dando por terminada esta sencilla pero interesante ruta.


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