Junto a Zaragoza, en la margen izquierda del Ebro, los tonos ocres y terrosos de los montes del Castellar contrastan con los verdes de las tierras de cultivo y de los bosques de ribera.
Terreno estepario que termina abruptamente en forma de farallón al llegar a las proximidades del río, a lo largo de cuyo cauce se alinea durante más de 25km.
Zona de esparto y alacranes surcada por innumerables barrancos. Lugar donde resulta imposible alcanzar un punto en el horizonte siguiendo una línea recta, tales son sus entresijos de trochas y sendas en todas las direcciones. Correr e internarse por estos lugares requiere tesón y espíritu aventurero a partes iguales.
El galacho de Juslibol, pleno de agua tras un invierno sobrado de precipitaciones, contrasta con la aridez de los peñascos que se alzan justo detrás. Un par de kilómetros hasta llegar aquí no vienen mal para calentar las piernas antes de ascender a la parte superior del cortado.
Continúo la carrera por lo alto, siguiendo el borde rocoso. Excelente mirador para divisar un paisaje de gran belleza: el valle del Ebro, la huerta, el Moncayo.
El nítido Moncayo, permanente y refrescante imagen en la lejanía. |
Se acaba la senda. Enfrente, al otro lado de un profundo y amplio barranco, el castillo de Miranda.
Desciendo al seco cauce y me adentro en la estepa. Ni rastro aquí abajo del frescor anterior. Aspereza y guijarros. Formaciones de yeso y matorral bajo.
Sube / bajas continuados, alternando sendas amplias con estrechas trochas cuya anchura es apenas suficiente para poner un pie tras otro. Empinadas subidas sobre escalones de yeso cuidando los apoyos.
Cuando alcanzo el borde izquierdo del amplio barranco de los Lecheros me detengo. Busco infructuosamente con la mirada un posible descenso al mismo, a la ancha pista que lo surca en su base y por la que llegaría fácilmente a Alfocea. La vista se pierde en la vasta estepa sin encontrar trocha próxima, la bajada “recto y a través” resulta nada recomendable. Así que opto por seguirlo en altura hasta que al fin encuentro una angosta barranquera que desciendo con cuidado.
En la parte baja llego a las afueras de Alfocea en donde, haciendo honor al origen del nombre: Al-Hauz, "lugar de descanso", aprovecho para tomar una barrita energética antes de emprender el retorno. De agua, ni rastro.
En la medida de lo posible voy corriendo próximo al acantilado. El calor castiga, la vista de Zaragoza, al fondo, sirve de estímulo para seguir sin aflojar el trote.
El majuelo en flor pone una nota de brillo y anima la subida. Voy avanzando.
Escenarios primigenios, trazas, sendas, barrancos, yesos especulares y restos de refugios cavernarios, conforman la belleza de un paisaje áspero y agreste por donde adentrarnos a la búsqueda de la naturaleza en todas sus manifestaciones.