Un lugar sin pretensiones que acoge y que requiere pulmones para
re-correrlo. Un sitio al que, de puro familiar, generalmente se le da la
espalda. Ni pide ni demanda, más bien soporta, aguantando sin rechistar el
desmedido afán humanizador al que Zaragoza le tiene sometido.
Ofrece el pinar la belleza que reside en lo cotidiano, en lo natural.
Zancadas sobre el yesífero terreno, alfombrado de pinochas, tachonado de
guijarros, sorteando árboles, raquíticos unos, más lustrosos otros.
Mirando frecuentemente hacia lo alto, sin descuidar allí donde ponemos los
pies, hasta llegar al lugar donde la mancha arbórea se interrumpe de golpe,
dando paso a campos de secano, pistas y caminos polvorientos jalonados de
cascotes.
No obstante, de la fusión de lo insignificante con lo bello surge el encanto de
lo sencillo. Y es entonces cuando, oteando a ras de suelo, se descubren “los
rincones”. Paleta de colores que llena la vista. Amarillos, rojos y verdes
combinados a la perfección ¿Quién se percata ya del yeso gris que los / nos
sostiene?
Y así, carrera adelante bordeando el pinar, se llega frente al complejo
comercial erigido “al otro lado”, en lo plano y sin árboles. Humanización a
ultranza. De sopetón, un altillo sobre base de hormigón, remedo de torre de
vigilancia, más bien un mirador, al que se accede por varios tramos de
escalera. Si se suben sus escalones y se contempla el paisaje desde la altura,
hacia “este lado”, se descubre una perspectiva que, desde el suelo, hubiera
sido impensable: el cromatismo de los entornos simples y humildes.
De nuevo al pie de la estructura, sobre el terreno, retornamos hacia el
punto de partida por no importa dónde, trochas hay y ganas de recorrerlas
también.
La vista se detiene por un instante en las aguas del río Huerva en su camino hacia lo profundo de la urbe. Atrás se van quedando los Pinares de Venecia.
Otras especies arbóreas sombrean ésta última y urbana parte del recorrido,
humildes y de rápido crecimiento la mayoría, aptas para soportar sin deterioro
su proximidad con “lo humano”, nacen tiernamente, florecen y dan frutos.
Ailanthus altissima, gandul de carretera, el ailanto |
Tilo en flor, tilia |
A lo sencillo se tarda tiempo en llegar, pero yendo, avanzamos hacia nuestro
lugar en la Naturaleza.
Y yo que había leído: A vueltas por los Pinares *de Venancia. El encanto de lo simple, lo sencillo y lo autóctono.
ResponderEliminarAsí cualquiera, en esa compañía... :)))´
Salud y Monte&Libertá
*(con)
Si es que al subconsciente hay que tenerlo sujeto, que si no, sale con lo que sale ;)))) Salud y Montaña, Deicar.
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