Después de un día metido en agua y nieve por las zonas altas, salgo a mirar el cielo, a contemplar el brillo de un
sol que, entre nubes, se esconde por el horizonte.
El atardecer comienza poco a poco, marcando los contornos y alargando las
sombras,
Proporcionando unos toques luminosos y rojizos a todo el entorno. La
humedad satura el ambiente.
Aunque el terreno ha absorbido bien el agua recibida, transito ahora por
una zona en la que el lodo requiere de toda mí atención a la hora de lanzar las
zancadas. Está resbaladizo y no puedo evitar pisar los charcos. El tramo
embarrado es corto, enseguida se acaba, pero cuando vuelvo a poder levantar la
vista del suelo encuentro que el rojo predomina.
No dura mucho el atardecer; el sol se desploma anunciando sus tonos dorados
la despedida del día.
Tras caer la tarde, cuando el sol ya ha desaparecido en el horizonte, la
noche se hace presente, el descanso es merecido después.
Luz del ocaso que genera cambios de colores y formas volátiles, pasajeras, y que sin embargo proyecta la viveza de los seres que atraviesa creando una atmósfera envolvente. Salud y Montaña
ResponderEliminarQue siga nevando, Manuel, y que se acumule buen manto para que, en cuanto salga bueno, y coincida con fin de semana, podamos recorrer ese bosque nevado que esperamos encontrar desde la temporada pasada. Salud y Montaña.
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