El macizo del Moncayo consta de tres cumbres que superan los 2.000 m de altitud; el Moncayo de Castilla o peña Negra de 2.118 m, el propio Moncayo de 2.316 m y el Lobera de 2.226 m.
Zaragoza mira hacia este macizo, con ceño fruncido y los párpados entornados, en rendija, cuando azota el cierzo, y con ojos abiertos de par en par cuando está calmo, esperando en silencio a que “sople”, tanto cuando la humedad del Ebro sofoca la ciudad en verano, como cuando tirita bajo el manto de las nieblas invernales. Vive y está a merced de este déspota que le ampara o somete a su antojo.
Montaña extremadamente fría durante gran parte del invierno, donde nieve, hielo y viento llevan la sensación térmica muy por debajo de cero grados, y todo lo contrario en pleno verano, cuando el sol aprieta a tope en las zonas pedregosas de las lomas cimeras y de las hoyas o circos que encierra el sistema.
Está ahí, al Oeste, y cuando se tiene la suerte de encontrar un buen día, no se puede desaprovechar. Hacía mucho tiempo que mi hermano Manuel y yo no lo habíamos vuelto a subir juntos (siete lustros son unos cuantos), y yo siempre lo había hecho en invierno, así que desde hace unas fechas nos hemos mantenido al acecho hasta dar con el fin de semana oportuno.
Disponemos de la mañana del domingo; el día está raso y el viento en calma, de manera que a madrugar tocan para llegar temprano a la Fuente de los Frailes (1.310m), en donde dejamos el coche y comenzamos la marcha poco antes de las 9h. Por delante, 1.000m de desnivel para alcanzar la cima principal, el Moncayo o pico de San Miguel (2.316m), y después retornar por el collado de Castilla.
Bosque y sombra hasta los 1.800m de altura, arbusto bajo, piedra y raso a partir de ahí.
La senda, claramente indicada, se interna por bosque de pinos con algún que otro acebo, y cruza en un par de ocasiones la pista de tierra por la que los vehículos pueden llegar hasta la ermita de la Virgen, a los 1.625m de altitud. La pendiente moderada permite un avance rápido.
Desde la ermita, un cartel indicador en el sendero ofrece dos alternativas: o por el collado Bellido, que nos derivaría demasiado hacia el Sur (izq en el sentido de la ascensión), o directamente hacia el Pico del Moncayo (dcha en sentido de la marcha). Tomamos ésta segunda y seguimos subiendo por trocha que se empina cada vez más.
Afloran ya los primeros riscos por encima del cortado a cuyo pie se resguarda la ermita.
El fin del verano se deja notar en el aspecto ya reseco de los arbustos, ocasionalmente “adornados” por telarañas orientadas en el sentido del fuerte viento tan presente en esta zona.
Y de este modo alcanzamos el límite de los árboles con la pedrera y los piornos. Estamos a 1.900m de altitud. El aire sigue en calma. El día promete calor. Al fondo se entrevé el farallón del Cucharón.
Unos pasos más y salimos a terreno descubierto, a una ladera colonizada por los piornos, cuyo aroma nos acompañará en adelante. Abajo, entre el denso bosque de pinos y robles, el agua de los embalses, más allá la planicie de Borja.
Hacia arriba los paredones del Cucharón se yerguen sustentando a la derecha la cima del Moncayo o Pico de San Miguel. En éste circo, a diferencia de lo que suele ocurrir en la mayoría de las montañas, a medida que te aproximas a sus paredes, más verticales se van mostrando. De hecho, las partes altas, con sus 45º o 50º de inclinación, junto con las cornisas de hielo que se forman en invierno en la salida a la loma, constituyen todo un reto para los montañeros, y cuentan en su haber con más de un accidente mortal por caídas.
La senda discurre por la ladera izquierda (en sentido de la marcha) del Cucharón, y salva los 400m largos de desnivel con una pendiente bastante acusada, alcanzando la loma que conforma el circo y que se ha de recorrer en su totalidad, ahora ya llaneando más bien, hasta la cumbre del Moncayo, a la derecha.
Llegar a la loma cimera y comenzar a sentir el azote del viento es todo uno. Es momento de ajustar bien el gorro para que no se vuele y emprender con decisión la carrera hasta la cima próxima, para cuanto antes alcanzar el abrigo que suponen los muretes de piedras que hay levantados allí, para guarecerse tras ellos. La cumbre del Moncayo (2.316m), aparte de las vistas hacia el Pirineo lejano, no tiene nada de relevante, es una superficie plana y amplia donde la rala vegetación pugna por asomar a la superficie. Choca el cúmulo abigarrado de lazos, gargantillas, pulseras y demás objetos similares que los visitantes han ido dejando en los extremos de la cruz metálica allí colocada.
Son las 10:30m cuando nos aposentamos tras las piedras y tomamos un escueto refrigerio compuesto por un puñado de almendras, que compartimos, un minibocata de chorizo, que Manuel ofrece, yo desestimo y acaba engullendo él, un plátano algo machacado, que como yo, y un par de tragos de agua, uno para cada uno, que también tomamos antes de salir disparados hacia el collado de Castilla, huyendo del viento. Hemos de completar el resto del circuito que nos hemos marcado para hoy.
Trescientos metros de pedrera no demasiado descompuesta y con traza aceptable nos llevan hasta el collado, al inicio de una senda descendente, hacia el Este, que va bordeando el pinar.
La seguimos hasta alcanzar la altitud de los 1.800m momento en el cual tomamos un ramal de la misma que sale hacia la derecha, adentrándose en el bosque en clara tendencia a circunvalar la hoya del Cucharón por su parte inferior.
Echamos la vista atrás, hacia la cumbre del Moncayo, y entonces nos percatamos claramente de la gran deriva hacia el N que hemos hecho, y por lo tanto, del largo recorrido que tenemos por delante para retornar hasta la ermita de la Virgen, pero como dice Kilian Jornet: “more kilometers, more fun”.
Este largo tramo, faldeando al pie del macizo, en la línea divisoria del bosque con la piedra, constituye un regalo inesperado. La trocha discurre en ligera subida, el entorno es virgen y natural, el colorido de los arbustos, apuntando ya hacia las tonalidades otoñales, embellece el paisaje.
La contemplación de los restos de una antigua borda nos detiene un instante,
Serbales y acebos ya van teniendo a punto los frutos del otoño y del invierno.
Y así, encantados con el ambiente, casi sin darnos cuenta, encontramos finalmente la senda que desciende hasta la pista para vehículos que, unos centenares de metros más arriba, acaba en la zona de la ermita, lugar donde se alza una desproporcionada y sosa construcción compuesta por dos bloques contiguos, uno cerrado y en desuso, que más parece una antigua residencia, y el segundo, un lugar similar en el que se aloja un restaurante. Buscamos el entronque del sendero que baja directo por el bosque, cortando en varios momentos la zigzagueante pista para coches, y en unos minutos más de carrera estamos de retorno en la Fuente de los Frailes a las 12:30h, junto al coche y al refugio de piedra que allí mismo aguanta estación tras estación, tras haber realizado un circuito cuya variedad y atractivo nos ha “pillado por sorpresa” a ambos, habiendo salvado un desnivel positivo de algo más de 1.000m de D+, y recorrido unos 16km que nos dejan las piernas tonificadas, los pulmones bien regenerados y el apetito a punto, porque lo que hemos comido no es gran cosa.
Carmar, ya sólo la primera parte de tu relato emociona; recorrido instructivo, docente, decente. Ligero, rápido y de almuerzo escueto.
ResponderEliminarTuerzo el Cierzo y me sobrepongo con lo que pongo o pones , pues compartir algo desde tan lejano en el tiempo sólo puede ser sublime si la compañía es de un hermano.(Cinco lustros. Menudo brillo)
Mola, el lugar, el sitio y su descripción son de vicio. ¿Todos los maños zaragozanos miran así hacia este "to-cayo", a este cayo de monte collado? Pero tenéis maña y saña para emplearos a fondo en ese paraje. Buen abrigo y calzado si no hay lluvia; entonces a correr tocáis.
¿Pudisteis ver esa nube lenticular al caer la tarde o en qué hora era? Qué gran paisaje, aunque para disfrutar de un cielo así, muchas veces hay que caminar. Andas perdido por cumbres aragonesas que tienen tras de sí los cántabros y a sus pies caudalosos ríos.
El frío se está acercando, pronto aparecerá este año y usarás tus palas deslizándoos por otras cumbres cercanas.
Ese color enrojecido del cielo, la nube que anuncia el frío y estaciona en la cumbre produce una sensación para recordar siempre. Qué buenos paisajes y descripciones.
Salud, Libertad y Montaña, amigo Carmar.
Deica...logo d:D´
La nube coronando el ocaso sobre el Moncayo fue tomada desde Zaragoza justo antes de que el sol desapareciese. Motivo adicional para visitarlo bien de mañana al día siguiente.
EliminarLa nieve ya llegó al Pirineo, falta ahora que vuelva a caer, que consolide, que vuelva a nevar, y así, de aquí a unas semanas, irla a visitar, probar y deslizar.
Mientras tanto, las zapatillas nos llevan por los montes de Aragón o de Madrid, pasando cada vez más frio.
Salud y montaña, amigo Deicar.
Cumbre sacrosanta para todo buen mañico. De allí viene el viento que os da la vida y el frio que os hace enmudecer como bien señalas. Este clima extremo que os azota y que forja carácter, pues. Buena zanqueada por ese territorio fronterizo, que aunque parece áspero desde lontanaza cuando se aplica la lupa se descubren sus secretos, que también guarda, y por donde la vida rezuma en toda su plenitud. Pura vida
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EliminarVida pura y saneada es la que se suele vivir por la zona, hasta que algún pirómano aprendiz de brujo y mago rastrojero, con poco de bueno y menor conocimiento, atiza fuego donde el viento impera consiguiendo quemar más de 4.000 Ha en Talamantes, antesala del Moncayo y lugar de la Tonda, dejando para el recuerdo y la repoblación un lugar merecedor de mejor destino. En fin Manuel, perdona el exabrupto, pero es que hace bien poco anduve yo por allí, y es una lástima cómo se ha quedado. Salud y montaña, amigo.
EliminarSuscribo tu comentario, y añado, que bien por negligencia o por acto buscado se ha perdido parte de nuestro patrimonio natural y de nuestra propia historia escrita en esos bosques. Como dice Manumar "el silencio" es lo único que se percibe entre las cenizas. ¿Para qué? ¿Porqué? Salud
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