No hay revuelo, me decido y abandono la seguridad del refugio en busca de otros parajes.
Los observo con atención, suspendiendo momentáneamente la respiración antes de acercarme. Sopeso, me decido y entro.
Advierto lo próximo, grabo la imagen en la mente: fruto, tiernos brotes, llovizna, prometedor.
Todo parece tranquilo más allá. Consolido la confianza, continúo. Mientras oigo mis pisadas voy atento a cualquier otro sonido, chasquido o rumor.
He de encontrar el paso a través de la verja, debo alcanzar el otro lado. Ligero aturdimiento.
Si por arriba no lo consigo, lo intentaré por debajo, aquí todavía puedo permanecer un rato, pero no demasiado. La fatiga del querer y no poder hace que mi frente se perle de humedad.
Huele bien este sitio desconocido. El color y la frescura saturan mis sentidos. Contraigo las pupilas, respiro hondo. La turbación se desvanece. Cobra cuerpo la determinación.
Examino más lejos, no percibo riesgo ni peligro. Prosigo el camino sobre terreno impregnado de humedad.
Paleta de tonalidades que tan acogedora se muestra. No puedo relajarme ahora, queda mucho todavía. Sacudo la distracción.
Solitario y acogedor cobijo cuya ubicación guardo en la mente por si acaso lo necesito después.
Sigo caminando a ras, sin hacer ruido, sorteando los charcos. Guarecido tras un tronco contemplo las raíces a través de las que se nutre.
Nada oigo, todo está en silencio; saboreo la calma que transmiten los lugares sencillos, poco transitados. Fascina poder estar donde otros seres ni tan siquiera reparan.
Agradezco el privilegio de sentirlos, de buscarlos y encontrarlos. En realidad están ahí, al doblar de la esquina.
Pero ya es momento de volver, la tregua llega a su fin. Me dejo arrastrar por el humilde cauce, suavemente balanceado por el curso del agua que me lleva de vuelta a la seguridad de mi entorno.
Sencillo rincón donde acaba este periplo, que me permite sentir la tierra, la humedad, el sol, el aroma de las flores, el regusto de la tensión, la promesa de otros recorridos, peregrinajes quizá, pero viajes al fin y al cabo.
Si he dejado huella no lo sé, pero si es así, seguro que se extinguirá con quien la vio por última vez. De esta forma el paraje parecerá siempre nuevo y distinto para quien por él se adentre.
Hola Carlos,
ResponderEliminarMuy a escondidas no ibas porque la ardilla pilla, que todo lo ve, te cazó en plena toma. Casi huelo los aromas por donde zanqueastes. ¿Cuánto aporta la lluvia a la naturaleza y a los que caminamos por ella con la lupa pegada avistando esos pequeños mundos vivos que en ella habitan? Salud. Manuel
Bos días:
ResponderEliminarUn paseo tan bueno y bien discurrido que entre tanto color y buena fotografía fue un placer pasear por el mismo. Eso sin moverme de este mi asiento. Lógicamente, el medio y el ambiente por donde pasaste (otros dirían medioambiente, pero no es lo mismo) produce inquietud e invita a vivirlo de verdad.
Salud, libertad y montaña.
Deica.
Bueno, bueno!!!! Preciosas fotografías como siempre. Fortuna y por lo tanto afortunado, siempre en tus encuentros con los pequeños y no tan pequeños habitantes de tus salidas. Agradable comprobar la coincidencia que hemos tenido en sentimientos y pensamientos. Como bien dicen en los comentarios anteriores: Salud, libertad y montaña!!.....y yo añado ¡¡viva el árnica!!
ResponderEliminarMe alegra ser capaz de compartir con vosotros los sentimientos y sensaciones que el entorno nos brinda. Como dice Manuel, los aromas que la lluvia intensifica, las imágenes que difumina de especial manera son para vivirlos. Es cierto Deica que la inquietud de la bruma se transmite a quien por ella camina, y cuánto merece la pena también. Y sí, claro que es bien agradable comprobar la sintonía de pensamientos y sentimientos, Manumar, el hilo sigue activo. Me sumo a los deseos de salud, etc., y desde luego,¡Viva el ÁRNICA!,y con mayúsculas. Hasta la próxima, que nos queda mucha naturaleza que experimentar.
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