A lo largo del Monte del Pardo el río muestra tan poco caudal que en época de estío se puede vadear sin que el agua alcance más allá de la pantorrilla. Pero lo que como raudal no alcanza en vegetación de ribera desborda.
Un fin de semana más se cumple el dicho: “siempre llueve cuando no hay escuela”, así que, buscando una ventana de tiempo más o menos estable, entre un chaparrón y otro, me acerco al Pardo para recorrer el río Manzanares por sus dos riberas.
Llego al aparcamiento que hay tras pasar el complejo deportivo de Somontes, y me quedo dentro del coche a ver si deja de llover, porque cae agua de lo lindo. Dejo pasar la cortina de lluvia, y cuando se transforma en unas pocas gotas, salgo y comienzo el recorrido yendo hacia el pueblo del Pardo por la orilla izquierda del río (derecha en sentido de la marcha).
Se corre bien bajo la fina lluvia, la visera de la gorra impide que se mojen las gafas, y al poco asoma el sol. La vegetación está esplendorosa, se muestra naturalmente impresionista en esta primavera tan húmeda que estamos teniendo.
Esta orilla, acondicionada para el paseo, contribuye a que rápidamente alcance el pueblo y a continuación el Puente de los Capuchinos, que cruzo para seguir remontando ahora por la margen derecha (izq. en sentido subida).
La senda por este lado del río se estrecha y adentra en una zona boscosa natural, muy bien preservada, donde antiquísimos fresnos alternan con chopos y ailantos. Un majuelo en flor marca el inicio de la misma.
El sendero va siguiendo la alambrada que impide el acceso a la dehesa protegida y a sus encinas, mientras que a la derecha el río discurre apaciblemente. La carrera es cómoda, el entorno tranquilo.
La llovizna que torna a aparecer no parece molestar en absoluto a los patos que surcan la superficie del agua.
Voy sorteando los charcos del sendero que, para lo que está lloviendo, no son demasiados. La humedad permanente hace que cualquier sitio donde haya algo de tierra sea adecuado para que una planta enraíce y crezca.
La carrera es viva por esta vereda guarnecida por árboles cubiertos de musgo y liquen. Estoy ya cerca de la presa del Pardo.
Oigo ya el agua que sale con fuerza por uno de los 2 aliviaderos que tiene. En el remanso vecino un pato se pasea por la orilla. Sus plumas le mantienen seco a pesar del aguacero.
Es momento de volver por donde he venido. Mi intención es cruzar a la otra orilla por una represa de hormigón que hay aproximadamente 1km más abajo.
Ha dejado de llover, se abre un gran claro y el sol comienza a lucir. La vegetación brilla a medida que se seca. El trote es alegre.
Llego a la represa que corta el cauce del río, gran losa de hormigón de unos 15m de amplitud, surcada en su parte central por un canal de aproximadamente 1,5m de anchura que sirve para canalizar “toda el agua” que lleva el Manzanares. Lo salto y gano el otro lado.
Retorno de nuevo a la presa del Pardo, ahora por la margen izquierda (dcha. en sentido subida); terreno diferente, más soleado, donde las encinas predominan.
En la presa “toco marro de nuevo” y me vuelvo por donde he venido, porque no se puede cruzar; torno a saltar la represa y sigo ribera abajo, ahora sin dejar la orilla derecha del río.
El sol ha tomado el relevo. El camino rezuma luminosidad y aroma de hierba húmeda. Las llamativas formas de los troncos hacen que me vaya deteniendo a contemplarlos.
Una vez en el puente de los Capuchinos continúo por el lado derecho de la ribera. Sigo una trocha estrecha en la que he de correr con cuidado porque la humedad la ha vuelto resbaladiza, y a tramos tan sólo tiene la anchura suficiente para plantar el pie.
Oigo una especie de jadeo, me giro y veo que detrás de mí viene trotando un perro menudo, simpático, con la lengua fuera. Algo más atrás aparece un ciclista. No es fácil manejar la bicicleta por esta zona. Le pregunto sobre cómo y dónde podré cruzar al otro lado del Manzanares. Me dice que, o bien lo vadee cuando llegue frente al aparcamiento, o bien que continúe un poco más y atraviese el arroyo de la Trofa, que desemboca en el Manzanares justo pasado el aparcamiento, y siga 1km hasta alcanzar el puente de la carretera de la Zarzuela. Ellos también van hacia allí, solo que más rápidos.
Aprovechando los tramos de vereda más ancha y menos resbaladiza, voy deleitándome con las vistas sobre el agua y la otra orilla. El sol se ha estabilizado definitivamente.
Sorprendido, me vuelvo a encontrar con Cosme y su perro ¡Que vienen en sentido contrario! – El arroyo de la Trofa baja bastante crecido, y preferimos darnos la vuelta. Con la bici y el perro creo que es lo mejor. Pero tú lo pasarás bien. No tienes más que descalzarte y cruzarlo – Me dice Cosme. Yo le agradezco la información, le digo que bien, que hasta otro día, y cada uno sigue por su camino. Pero “me quedo con la mosca tras la oreja”.
Ahora la senda discurre pegada a la alambrada que contornea el Monte del Pardo. Es zona de subidas y bajadas. Vuelve a estar deslizante, así que toca extremar la precaución. Especialmente bajo los arcos del puente del ferrocarril.
Estoy llegando al arroyo de la Trofa, lo oigo, alcanzo su orilla, ¡Y ya lo creo que va crecido! Vamos, que sin ser nada del otro mundo, sus buenos 50cm de profundidad ya tiene. Un cauce a cruzar de unos 4 metros de ancho, sobre un fondo arenoso que vaya usted a saber cuan sólido estará. Así que opto por encaramarme a la valla metálica que cierra el acceso al Monte del Pardo, y recorrerla cual hombre araña, atravesando de esta guisa el dichoso arroyo ¡Suerte que estaba bien fijada la alambrada!
Recupero la compostura, y sigo la carrera hasta el puente de la Zarzuela, por donde alcanzo la margen izquierda del Manzanares y retorno al punto de partida en el aparcamiento sin más contratiempo.
Recorrido de unos 15km que me han permitido descubrir un paraje salvaje, natural y bien conservado, ¡Que se encuentra a tan sólo 5km de Madrid! Si en primavera presenta este aspecto, ¡Cómo ha de estar en otoño! No hay que imaginarlo, hay que verlo.
He recorrido algunas veces ese tramo en velocípedo. Es interesante y ameno. Hoy en día, lo malo a diferencia del pasado, es que para llegar hasta él tienes que ir en coche o en metro con las burras ya que si no es imposible llegar. Hace años podías ir pedaleando desde cualquier lugar sin temor; las grandes vías autopistas prohíben y cortan los pocos tramos rodados que se podían ir enlazando. Aunque siempre es interesante llevarla en el maletero, rearmarla y pedalear desde las cuestas del Monte del Pardo pasando por las del Cristo y llegar hasta la M-30; luego, llaneando, media vuelta y tomar algo refrescante con gamo en el pueblo... d:D´
ResponderEliminar[Para realizar fotos como esas hay que tener una gran sensibilidad paisajística; además son fenomenales pues reflejan perfectamente lo que estabas viendo. Ha quedado tal cual, sin necesidad de esfuerzos imaginativos para saber que lo que veías era eso. Buen recorrido entre esos fresnos de la miera, álamos, etc. Cuando vi el prado (pardo) intuía el “marro” del que hablas [“toco marro de nuevo”] Has tenido suerte al saltar la alambrada y que por allí no anduviese alguno de los armados que salen a reconocer la zona. Pies en polvorosa, alas en tus tobillos?]
Breves.
Salud, libertad y Montaña.
Para ser precisos, la valla no la salté, más bien "la asalté" y me adherí a su lateral exterior introduciendo los pies en los huecos inferiores de la misma, a la par que, con las manos, me asía al borde superior, y así, de esta forma "en X" fuí avanzando en travesía lateral con el curso de agua "corriendo alegre" a escasos 10cm de mis zapatillas mientras yo no apartaba la vista de lontananza, hacia el interior "de la propiedad", temiendo ver aparacer a "los armados" tripulando un bote, apuntando directamente sus bayonetas hacia la parte frontal de mi anatomía que tan desprotegida estaba. También me dio tiempo de sopesar el efecto de que, a mitad del desplazamiento,el vano de la alambrera se cimbreara suficientemente con mi peso y acabásemos ambos, valla y yo, "capuzados" en el torrente cual mamífero a la parrilla, sólo que yo bajo ella, y ambos sumergidos en el agua. De ahí que tuviera que "recomponer" la figura una vez al otro lado ¡Vamos, para que me hubieran hecho una foto!
EliminarHola Carlos,
ResponderEliminarYa veo que no se te resiste ni un día con chubascos ni un cauce crecido. ¡Qué será ese empuje a pisar, saltar y sobre todo conocer, que encierras! A seguir explorando tocan.
Salud.Manuel
Pues mira, yo también me lo pregunto de vez en cuando, y lo que siempre acude a mi cabeza es que la vida toca vivirla a cada minuto, y que, como se dice en catalán: "ja descansarem quan ens morirem". Por otro lado, las exploraciones compartidas son bien enriquecedoras, así que ¡A por la próxima que hagamos en compañía, Manuel!
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