Tejo milenario de Valhondillo |
La vertiente Norte de la Cuerda Larga, en las proximidades de las Cabezas
de Hierro, presenta dos barrancos principales por los que discurren los arroyos
de Valhondillo y de la Peña Mala, respectivamente, desembocando ambos en el de
la Angostura que, posteriormente se transforma en el río Lozoya.
Su trazado Norte – Noreste atraviesa un área de la sierra muy poco
frecuentada que se extiende desde la zona de la Isla, en las proximidades de
Rascafría, hasta la loma del Empalotado. Cubierta de bosques autóctonos y sin
apenas sendas, en ciertos lugares, monte a través, ofrece el atractivo de lo
natural.
Loma del Empalotado y Cabeza de Hierro Mayor |
El recorrido de hoy es el siguiente: Aparcamiento de la Isla (1.280m) –
Puente de la Angostura – Tejo Milenario (1.600m) – Valle de Valhondillo –
Cuerda Larga – Cabeza de Hierro Mayor (2.380m) – Loma del Empalotado – Puente
de los Hoyones – Aparcamiento de la Isla. Un circuito de 21km, salvando un
desnivel total en ascenso de 1.100m de D+.
Son las 8h cuando emprendo la marcha hacia el Puente de la Angostura. El
buen camino discurre aguas arriba del arroyo del mismo nombre, pasa junto a la
represa de la Presilla de Rascafría,
La Presilla de Rascafría |
Que, a esta temprana hora, luce tranquila y
aún ajena al gran número de personas que se agolparán en ella cuando el calor
apriete, continúa por frondoso bosque y alcanza el entronque con una pista junto al Puente.
Puente de la Angostura |
En este punto tomo el ramal hacia la izquierda que, subiendo hacia el Este,
cruza por primera vez el arroyo de Valhondillo, seguidamente hace una
pronunciada curva hacia el Sur y, a la altura de 1.480m, de nuevo junto al
arroyo y por la derecha orográfica del
mismo, se encuentra el inicio de una trocha que se interna en el pinar, siempre
por este lado del cauce, recorriendo un bosque primitivo y antiguo, donde hasta
el olor transmite longevidad.
Al poco comienzan a aparecer los primeros tejos entremezclados con pinos,
para después dar vista a “la joya” de la zona: el Tejo Milenario de
Valhondillo. El cartel de su base habla de una antigüedad de entre 1.500 y
1.800 años. Su contemplación me impresiona. Tomo conciencia de la relatividad y
de mi pequeñez frente al ejemplar y su entorno.
Tejo milenario |
Dejo atrás a los mudos pero a la vez expresivos testigos del pasado y
continúo la marcha. Cruzo el arroyo y por la orilla izquierda orográfica
continúo la subida aguas arriba. Seguir la trocha se torna a veces difícil, por
lo difusa y abandonada que se encuentra. El bosque se va aclarando y veo unos
cuantos buitres volando a baja altura.
Salgo a terreno despejado, estoy en
los 1.750m de altitud. Por delante un amplio pasto de montaña, surcado por las
aguas del arroyo, que se extiende hasta la rocosa base de la Cuerda Larga.
Fijo la vista en un claro del mismo, un centenar de metros más adelante, y distingo
un grupo de buitres posados sobre el terreno. Supongo que están a la espera de
que se formen las térmicas, para levantar el vuelo, o de poder echarle un
bocado a algo, lo que antes se produzca.
Resulta plácido ir ascendiendo por semejante paraje; siguiendo los
estrechos surcos abiertos por las vacas consigo ir sorteando fácilmente las
matas de enebros que pueblan la zona.
Al fondo, la Cuerda Larga |
El arroyo de Valhondillo en las proximidades de su nacimiento |
Finalmente alcanzo la loma de Valhondillo, accediendo posteriormente a la
Cuerda Larga y a la Cabeza de Hierro Mayor por terreno que se recorre bien.
Reseca y pedregosa Cuerda desde la que se otean bellos paisajes.
Desde la Cuerda Larga |
Comparto cima con una cabra que anda por allí, para luego desaparecer.
Peñalara desde la Cabeza de Hierro Mayor |
Abajo me espera la loma del Empalotado. Trazo mentalmente la línea a seguir
hasta alcanzarla.
Loma del Empalotado desde la cima de Cabeza de Hierro Mayor. Al fondo el macizo de Peñalara |
Sé que a partir de la cumbre no voy a encontrar sendero
alguno hasta llegar a una de las pistas de la parte baja, a los 1.700m. Casi
700 m de desnivel por monte a través que tengo ganas de explorar y recorrer al
uso de los pioneros que anduvieron por estos parajes. Ya los he transitado con
anterioridad, pero siempre en invierno, con esquíes de travesía, cuando piedras
y arbustos están bien cubiertos de nieve y presenta una superficie uniforme.
Ahora, en plena naturaleza estival, tengo primero que descender por una
extensa pedrera de grandes bloques graníticos. Técnicamente no es difícil, pero
hay que ir con sumo cuidado para evitar inoportunas torceduras. Comienzo a
sentir la acción del sol de mediodía.
Tras la pedrera, hasta alcanzar la propia Loma del Empalotado, avanzo sobre
un tupido lecho formado por enebros de mediana altura. No es el peor de los
arbustos sobre los que caminar, porque son densos y flexibles, pero hay que ir
muy al tanto de las piedras o huecos ocultos bajo la superficie. Un mal apoyo y
la situación del “caminante solitario” se puede complicar sobremanera.
Pedrera y campo de enebro en la cara Norte de Cabeza de Hierro Mayor, desde loma del Empalotado |
El calor aprieta de veras ahora, así que tomo con gusto la sombra de los
primeros pinos que “salen al encuentro” de los enebros. Casi estoy en el límite
del bosque. Aprovecho para tomar algo de alimento y de bebida.
A la sombra de los pinos de altura |
Ya encuentro más claros en el terreno; si bien no hay sendero ni trazas, sé
que he de ir siguiendo el curso del barranco de la Peña Mala, a mi derecha,
manteniéndome “sobre” la loma. La pendiente es fuerte y avanzo rápido.
De pronto sorprendo a dos jabalíes amagados entre los helechos, uno grande
y negro, y el otro marrón y más pequeño que, al sentirme aparecer por arriba,
huyen de mí ¡Menos mal!
Los bastones me ayudan a manejarme por la empinada ladera. No me lo pareció
tanto cuando la ascendí con esquíes de travesía. Claro que con todo igualado de
blanco la percepción es distinta.
Por bosque a través |
A la altitud de 1.700m doy con la primera pista. La sigo hacia el Este
durante unos metros hasta que, justo en una pronunciada curva hacia la derecha,
encuentro, al otro lado, un asilvestrado camino lateral que enfila decididamente hacia abajo en busca del arroyo de la Angostura y del Puente de
los Hoyones.
El calor aprieta de lo lindo, ya ni bajo los árboles deja de castigar. La
acusada pendiente permite que pierda altura rápidamente.
Por fin alcanzo el Puente de los Hoyones. De nuevo en lo trillado, atrás quedan
unas horas de caminar por terreno poco hollado, por delante los últimos
kilómetros hasta llegar al aparcamiento de la Isla.
Aplasta el calor, acucia la sed y las piernas se resienten. Abstrayéndome
del gentío que puebla la ribera del arroyo y de la Presilla, al trote sostenido
voy recorriendo los tramos que por la mañana transité sin nadie alrededor.
Completo finalmente un hermoso y agreste circuito, alejado de lo
convencional, que me deja oxigenado y con la satisfacción de un objetivo
cumplido.
Cuando transitamos fuera de senderos o cualquier ruta transitada los sentidos se agudizan y las emociones se chocan: el placer de la aventura de un lado y la responsabilidad del riesgo ante cualquier imprevisto o contratiempo, todo ello multiplica el valor de nuestra aventura y nos "engancha" como una droga mágica.
ResponderEliminarBellas y acertadas palabras para describir, muy precisamente, todo lo que conlleva el salirnos de lo trillado y deambular por lo solitario y agreste. La nieve por aquí ya no se encuentra, pero he visto que por el Pirineo encontraste bastante. Un abrazo, amigo Carlos
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBonito el Tejo milenario, aunque al natural aún más, por el entorno. Una pena que no haya sido posible hacerle una visita en compañía.
ResponderEliminarUn abrazo
Seguro que el Tejo nos recibirá con sus ramas abiertas cuando podamos coincidir y nos lleguemos a él para presentarle, conjuntamente, nuestros respetos. Mientras tanto, apuntemos en nuestras agendas Grandes Diagonales y brechas, allá por los tresmiles y Arrieles, y más arriba. Un abrazo, Francisco.
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