La ciudad de Madrid, mejor dicho, la abundancia de parques y árboles que hay en la ciudad de Madrid, permiten realizar amenos y reconfortantes escarceos de naturaleza, a poco que unos se entretenga en trazar los itinerarios convenientes.
Son ideales para días con tiempo incierto o para momentos en los que, aún siendo cierto, es escaso; en fin, para cuando una escapada a la Sierra no es posible y, a pesar de ello, queremos contactar con la natura y no resignarnos a posponer el encuentro ¡Eh! Que también valen para cuando las ganas de madrugar no acompañan, pero esto hay que decirlo bajito y con la boca pequeña.
Pueden conformarse circuitos variopintos, para todos los gustos y necesidades, tanto sea para recorrerlos caminando como corriendo.
Hoy, último fin de semana antes de las Navidades, hubiéramos realizado mi amigo Manuel y yo una excursión a la Sierra. Habíamos quedado en que, si había nieve: esquí de travesía, y si no la había: la integral de la Pedriza. Nos faltó considerar que en esta ecuación el factor “tiempo meteorológico” no es una constante, como habíamos asumido, sino una variable, que hoy tocaba mala. Así que ni una cosa ni otra. De manera que a tirar de lista de alternativas.
Me asomo por la ventana, el otoño, a pesar de estar dando ya sus últimas bocanadas, mantiene su altanero colorido. Resisten bastantes hojas en los árboles al abrigo de las paredes y tapias de la ciudad.
Linde urbana para hoy: la calle de Sinesio Delgado. Esta arteria, que comienza en la Ciudad Universitaria y acaba enlazando con el Paseo de la Castellana a la altura de las Torres de Madrid, delimita por el Norte dos hermosos parques, el magnífico de la Dehesa de la Villa y el algo más modesto, por encontrarse todavía en período de afianzamiento y desarrollo de sus árboles, Cubillo. En total, salen entre 8km y 10km, enlazando los dos, para la vuelta completa, dependiendo del número de senderos, trochas e incursiones internas que vayamos eligiendo.
El día es gris, fresco, ideal para correr. Los árboles deshojados junto a los de hoja perenne conforman un paisaje extraño. Cada cual va tirando por su camino y sin embargo la armonía se mantiene.
La alfombra de hojas cruje rítmicamente al son de las zancadas. Hay poca gente, el ambiente es de quietud.
Aprovecho los cortos tramos de vía urbana que me separan del parque de Cubillo para elevar la vista hacia las fachadas otoñales de algunos de los edificios. Lleno los ojos de ocre y verde antes de seguir fijándome en el gris de la acera.
Entro en el parque. Los sauces, repletos de hojas a la espera de la próxima gran ventada que las tumbe, salpican el recorrido aportando un colorido que hace que no encuentre a faltar el sol.
Un continuo sube y baja por terreno mullido, entre pinos y acacias, me va acercando al límite Norte de este lugar, alternando zonas en consolidación con otras antiguas y bien constituidas, lo que, al cabo de unos cuantos años, habrá conseguido armonizar todo su encanto vegetal.
Me concentro en esquivar una serie de grandes charcos por medio de saltos consecutivos, llego a terreno más estable, levanto la vista y casi me doy de bruces con la ciudad. Los gigantes urbanos mandan, se levantan enhiestos y gritan ¡Alto! Sopeso, acato, doy media vuelta y sigo avanzando.
En mi carrera, de reojo, voy constatando cuan bello es el otoño, y cómo los árboles tiñen de colores sus hojas.
Así, sin haberme parado desde que me topé con los titanes altaneros, me encuentro en la Dehesa de la Villa, al fondo no hay ya colosos, sino humilde campo.
En este consolidado parque la magnificencia de los árboles me deja sin palabras, no me queda más que observar e irme llenando de naturaleza y colorido a medida que re-corro sus trochas.
Varios fogonazos más de color antes de decir “hasta la vista” a este entorno para luego enfilar hacia casa.
Esa variable impredecible en el modelo bajo condiciones "ceteris paribus" juega un papel inusitado, tanto que su estudio nos devana de forma recurrente. Habrá que buscar un predictor mejor. Esos recorridos tuyos me traen emociones de niñez cuando el parque era el lugar de expansión y de conocimiento, de correrías y encuentros, de desvelos y trastadas. ¿Quién sabe si allí se forjaron nuestras aficiones a escudriñar en la naturaleza y trazar recorridos por las montañas? Seguro que tuvo que ver. Esa variable de desarrollo personal también aleatoria nos ha llevado por estos andurriales. ¡Cuánta vida tras ella! Salud y Montaña
ResponderEliminarBenditos parques que a cualquier edad nos ofrecen el escenario perfecto para "montar nuestras historias". Que luego se hagan realidad o no ya escapa a nuestro alcance, pero mientras van siendo nos van formando y permitiendo ese contacto permanente con la naturaleza que tanto oxigena cuerpo y espíritu. Salud y Montaña.
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