Las canteras, que a lo largo del siglo XIX constituyeron prósperas explotaciones para los habitantes de esta zona de la Sierra de Madrid, cayeron en desuso y abandono a lo largo del siglo XX.
Hoy día, asilvestradas y alguna con escondido acceso, son un objetivo interesante a explorar.
Y digo explorar porque eso es lo que hay que hacer para encontrar la más peculiar de todas ellas: “La Raja”, enorme grieta abierta en la montaña, a ras de suelo, bastante escondida entre la vegetación.
Son las 10am cuando inicio la marcha desde el Canto del Berrueco, bordeando la propiedad privada que contiene “la Muela”, por una senda pegada a la valla; al poco llego a una puerta metálica con cartel “los Aljibes”, aquí desciendo para cruzar el arroyo de Santillana.
Una vez atravesado, la pista gira a la izquierda, pero yo tomo el estrecho sendero que sale a la derecha de la misma y que asciende por la montaña junto a una raquítica valla metálica. Desde hoy hay un mojón que marca el inicio; cuánto durará el hito ya depende de la voluntad de los que tomen esta trocha a partir de ahora.
Es en este punto, a los 10 minutos de haber dejado el coche, cuando comienza “la exploración”. En adelante: “pocas señales”, senderos difusos y buen ojo para ir atinando.
Casi sin esperarlo, doy con las zarzas que tapan en su inicio la profunda grieta que constituye “la Raja”.
Bordeándola por su izquierda, en sentido subida, alcanzo el punto de acceso. Unos troncos y unas cuerdas ayudan a descender al interior de la cantera.
Una vez en el fondo, el pasillo entre las paredes se presenta estrecho y silencioso, no más de un par de metros de anchura.
Algunos árboles y zarzas obstaculizan el primer tramo, …..
…., que se aclara poco después, al tiempo que las paredes laterales cobran altura, ….
….para llegar al fondo del callejón al cabo de unos 200m.
Se retorna y sale por el mismo sitio que se entró. Última mirada a “la grieta”, de nuevo al sol, y a continuar la marcha de hoy ¿Hacia dónde?, pues tendiendo al Oeste y siempre subiendo, con el objetivo puesto en llegar a Las Cuatro Damas, para luego descender al collado de la Dehesilla.
Voy atento, mirando al suelo, siguiendo trazas difusas, cuando de pronto alzo la cabeza y me encuentro cara a cara con un simpático ejemplar de ternera. Ambos resoplamos por la sorpresa.
Miro, veo, intuyo, siempre en subida por medio de este caos rocoso y escasamente transitado de la Pedriza, alejado de los circuitos habituales que concentran a los visitantes.
Plegamientos espectaculares se combinan con los enormes bloques de granito, las deyecciones blanquecinas de los buitres son visibles en las rocas más altas.
Las formaciones rocosas se prestan al libre ejercicio de la imaginación; creo ver la forma de un pájaro en actitud de picotear la roca, pero allá cada cual con sus visiones.
Los tramos de sendero difuso dan paso a zonas de espeso piorno y jara que me obligan a hacer uso de toda la atención y cuidado. Resulta penoso transitar por aquí, y los troncos leñosos de estos arbustos, tan apretados: frotan, obstaculizan, arañan y dejan impregnado del aceitoso buen olor de la jara a todo el que se atreve con ellos.
Voy buscando la proximidad de las rocas, pero aún así resulta duro. Un buitre despega de su atalaya rocosa.
Tomo un trago de agua y reemprendo la marcha. Voy ganando altura, sin senda ni trocha, por instinto, cuidando de no “embarcarme” en alguna de las trepadas por estas moles, poco a poco estoy cada vez más alto.
Las sobrias y poderosas rocas de este caos muestran su lado más adusto, hace calor, y ya me encuentro a punto de coronar. No sé dónde estoy, pero he de alcanzar la parte más alta para dar vista a la vertiente Norte. Por fin me encaramo a una de las brechas en la cadena de Las Cuatro Damas.
Destrepo de la brecha con cuidado y bordeo hacia el Oeste, a pie de cresta, para entroncar con el transitado camino que desciende desde el Acebo hacia el Collado de la Dehesilla. Las zapatillas de “trial running” me obligan a ir con cuidado por la nieve endurecida que cubre la senda.
Son las 13pm cuando llego al Collado: algo arañado, con un siete en los pantalones a la altura de la rodilla (dichoso el leñoso tronco de piorno que se enganchó tan bien) y oliendo a jara de la cabeza a los pies.
Tomo un plátano, algo de agua, y emprendo la bajada hacia el Berrueco por el sendero que se inicia en este mismo collado.
El camino, sin estar excesivamente marcado, se sigue bien. Después de por dónde me he metido esta mañana, ahora este tramo se me antoja “de primera”, aunque no rebajo la atención, no sea que un resbalón inoportuno juegue una mala pasada. Voy junto al Arroyo de Coberteros.
A través de una mata cargada de escaramujos arriba queda la cresta de Las Cuatro Damas, y me alegro de seguir bajando por aquí, a buena marcha, y cada vez más cómodo.
El sendero se transforma en pista, y pasa por delante de la Gran Cantera que sirvió, entre otras cosas, para extraer el granito de las traviesas de la línea ferroviaria Madrid-Irún. Actualmente, también sin actividad.
Continuo por un tramo de pista “hormigonada”, giro hacia la derecha, la imagen del Berrueco, con el fondo azul del embalse de Santillana, se presenta ante los ojos, y a las 2h 30m llego al coche.
Excursión muy atractiva e interesante, por un terreno absolutamente salvaje hasta llegar a la cresta de las Cuatro Damas, que permite experimentar las sensaciones que pudieron tener los pioneros de la Pedriza, junto con un descenso cómodo y rápido desde el Collado de la Dehesilla por una zona muy poco frecuentada y bien conservada.
Recorrido de unos 10km, salvando un desnivel de 600m de D+, donde los pantalones cortos y las camisetas de tirantes o manga corta supondrían un “error garrafal” ¡De verdad!
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