lunes, 6 de enero de 2014

María de Huerva. Castillo, barrancos y cabezos, bajo un cielo incierto.

Zaragoza está rodeada de mesetas yesíferas, elevadas entre 100m y 300m sobre la base, surcadas por profundos barrancos donde romeros, enebros y pinos se aferran al yeso que los sustenta, soportando las ventoleras que les llegan por el Oeste, desde el Moncayo. Al Norte de la ciudad, Juslibol y los Montes del Castellar acompañan el curso del Ebro; al Sur, el entramado de barrancos y planas cuyo talud sigue el discurrir del Huerva desde la Fuente de la Junquera hasta María de Huerva. Escasamente atractivos en la distancia pero tan “particulares” en la proximidad.

La localidad de María procede de la expresión árabe Hisn al-Mariyya (torre de vigilancia o atalaya) y hace referencia al emplazamiento de su castillo sobre un cerro que domina el río Huerva. Esta localidad constituye un punto de partida excepcional para internarse por el sinuoso y abrupto terreno que se extiende hacia el Este (para detalles de recorridos por la zona recomiendo consultar los publicados por Manumar en Corre y Disfruta, ya que se trata de un buen conocedor de la misma, en la modalidad de trial running, incluyendo croquis, recomendaciones y alternativas).

Hoy decido hacer una incursión en este entorno áspero y exigente que tan sólo he visitado una vez; y como suele hacerse cuando uno prueba algo, opto por un “surtido” de las diversas alternativas que ofrece el lugar; esto es, un entrante de castillo, algo de ribera del Huerva, un señalín de barranco y una ristra de cabezos desde donde escrutarlo todo para futuras visitas. Desniveles en torno a los 300m, y pendientes muy exigentes, que se pueden combinar al gusto de cada cual.

Nada más iniciar la carrera en María, junto al parque, la primera imagen es la de su castillo, que conserva la torre del homenaje en lo más alto de la atalaya. 

Luego subiré a él, pero de momento lo bordeo por la base y voy en busca del río Huerva. Corto tramo éste que discurre al pie de de unos característicos estratos.

A ratos resulta bien estrecha la trocha al pie de las rocas, aunque pronto la zona se ensancha algo y se puede transitar por una zona de troncos, más acostumbrados éstos a soportar las crecidas del río que a las visitas. Huele a ribera.

Ya se ve la salida. El Huerva baja hoy tranquilo.

Salgo del cauce y de nuevo surge la imagen del castillo; solo que ahora más lejos. Comienza el señalín de barranco. Así que, por donde más se le antoja a uno, hacia arriba (trochas, haberlas, haylas). La carrera se convierte en trote con semejantes pendientes.

Tras algún que otro resuello alcanzo la base de la atalaya sobre la que se asienta el castillo, y la circunvalo en su totalidad. A la parte superior se accede por uno de los tres pasadizos con peldaños tallados en la roca, que horadan la montaña de yeso. Uso, como es natural, el más amplio y franco, el central.


Estos peldaños, mojados, deben de ser bien entretenidos de subir, ¡y de bajar!

Salida del túnel, por la parte superior.
Desde la torre se tiene una extensa vista de los barrancos y cabezos que pueblan el lugar.

Comienzo ahora la siguiente etapa, alcanzar el punto culminante del Sillón. Una paradita para echar la vista hacia atrás. El castillo apenas si se ve ya en la punta del cordal que voy ascendiendo. Transito sobre yeso gris, entre bajas matas de romeros y enebros.

En las proximidades del Sillón la vegetación se torna más abundante, y se entra en un pinar de ejemplares no muy altos, pero que llenan la vista.

Reducto de verdor por el que apenas se distinguen las sendas que lo surcan.


El cabezo del Sillón asoma tras estos pinos. Alcanzo su cima y el viento me da de pleno.

Llegando al cabezo del Sillón
Paro poco rato, el justo para fijar el rumbo, entornar los ojos y emprender el trote cordal adelante, atento al sube y baja que comporta la senda. Tupidos entramados de ramas dificultan algo la marcha.

Sucesivos mojones van marcando los inicios de sendas trochas que se internan en el pinar, barranco abajo, pero yo sigo el cordal, alcanzo la zona de cereal de la Plana (hoy rastrojo queda), la contorneo y mantengo la cuerda.

La loma comienza a descender; la mirada hacia atrás permite distinguir la sucesión de cabezos que acabo de recorrer.

Ahora la senda baja fuertemente. Como dice mi hermano Manumar, “vale más llevar un ojo en cada pie” corriendo por estas trochas donde el yeso aflora y en las que el barrillo está al acecho del menor despiste.


Tras algún que otro traspié y posturas de cierta elasticidad provocadas por el barro, por fin alcanzo la pista de la parte baja que, tras unos cientos de metros de carrera ya más tranquila, me permite alcanzar de nuevo el coche tras haber realizado un recorrido de unos 16km ¡La próxima ocasión degustaré el plato completo de barrancos! Si es que no me pierdo en el intento, que todo es posible por aquí.

2 comentarios:

  1. La atalaya se funde con los estratos al estar construida de la misma roca; parecen un todo que seguramente haría difícil distinguirla en aquellos tiempos a simple vista. Ésa sería una de sus cualidades, pasar desapercibida.
    El lugar es alucinante, con los yesos flor cristalizados en el camino. Unos lugares que habrían estado habitados mucho antes, incluso en el bronce. No sólo son amargas las margas, cunado se prueba el yeso en una caída, sólo los guantes son capaces de minimizar sus resultados...jeje
    Qué buenos lugares recorres, daría el tiempo por recorrerlos.
    Algún día subiremos la Muela por Contamina o por Bubierca; o las cuevas del Jalón, Lodares o Jubera, del Frasno...O más allá del Moncayo.
    Un abrazo y mejor año, ojalá.
    Deica entón, meu...

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  2. Estos castillos y atalayas se ven bien en contraluz, porque se mimetizan bien con el terreno y yesos del que están construidos. Más de 1.000 años llevan aguantando las inclemencias, así que podemos concluir que los hicieron con gran interés y dedicación.
    Ánimo que ya pronto habrá tiempo para algunas "correrías" o "paseadas", según se tercie.
    Un abrazo y que 2014 mejore en algo al anterior.
    Salud y Montaña, amigo mío.

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