martes, 29 de julio de 2014

Valladolid: el Campo Grande y otras pinceladas.

Enormes tejos conviven con castaños y otros árboles
En Valladolid San Fernando (III) fue proclamado rey de Castilla, y se casaron los Reyes Católicos; nacieron Felipe II y Felipe IV, Magallanes firmó las capitulaciones de la primera circunnavegación del mundo y murió Colón; en esta ciudad escribieron Quevedo y Cervantes, y establecieron sus talleres los más grandes imagineros y orfebres del Renacimiento hispano; posteriormente nacieron Zorrilla y Delibes, amén de otros que allí también se radicaron, personas no tan públicas pero sí importantes para quien esto escribe.

El parque del Campo Grande, conocido en un primer momento como “Campo de la Verdad” (ya que era el lugar donde se celebraban duelos de honor y exhibiciones militares), constituye un verdadero oasis de vegetación, remanso de paz  y vida natural, en plena ciudad castellana.

Al entrar en el parque se deja atrás el estrés y se accede a un lugar en el que todo transcurre pausadamente, donde cada cual se dedica a lo suyo:

Los pavos reales, encaramados allá donde se les ocurre, emiten de tanto en tanto su extravagante grito de celo que, si pilla por sorpresa, sobresalta sobremanera, ya que parece el de alguien pidiendo socorro. Difícil debe de ser conciliar el sueño “en temporada alta”.


Las crías de pavo procuran no despegarse de sus madres y, sin prestar atención a los lastimeros gritos, se desplazan de un lado a otro.

Otras criaturas, haciendo oídos sordos a las llamadas de sus progenitores, se adentran en terrenos prohibidos en pos de las huidizas crías de pavo.

Entre las hojas de los laureles reales los pajarillos, emboscados, engullen las lustrosas bayas de una en una, y sin parar.

Cada cual hace lo que le pide su naturaleza en cada momento.

En lo alto, lejos del suelo, unas palomas alternan sus arrullos con llamativas exhibiciones de las colas.


Mientras tanto otras van y vienen.

La frondosidad de los árboles sombrea el terreno.

Bajando la vista y fijando la mirada, topamos con una ardilla que, firmemente asida en la punta de una estaca, busca atentamente cualquier cosa apetecible que llevarse a la boca. 

Y así, poco a poco, abandonamos el fresco y animado entorno. Salimos del oasis y ponemos pie en la urbe.


Es Valladolid una  ciudad con edificios que contrastan entre sí. Junto a los que preservan sus interiores con ventanas y ventanucos forzados en sus gruesos muros,


se alzan otros de gran solera y raigambre, como el del palacio de Pimentel sobre el que una leyenda cuenta que por una de sus ventanas, de la que cuelga una cadena, fue sacado el rey Felipe II al nacer para que fuera bautizado en la Iglesia de San Pablo, pues de salir por la puerta del palacio debería haber sido bautizado en la cercana Parroquia de San Martín. Felipe II nació en su interior, al estar albergada en el palacio la familia real para asistir a las Cortes celebradas en abril de 1527.

De dcha a  izqu: palacio de Pimentel, iglesia de San Pablo y colegio Zorrilla.
A poca distancia de antiguos inmuebles, que minuciosamente apuntalados aguardan su destino,

se encuentra la muy Antigua Santa María, imperturbable y radiante bajo el pleno sol mesetario.

Sea por lo que sea, seguramente por la influencia de varias de las personas que aprecio,  esta ciudad magnífica y entrañable, que tan cómodamente se recorre y que tanta historia atesora, trae a mi memoria unos versos de Jorge Manrique:

Y puesto que vemos cómo lo presente es ido y acabado en un punto (en nada de tiempo), si juzgamos sabiamente, consideraremos a lo que ha de venir como si ya hubiera pasado.


Y nos esmeraremos, pues, en no dejar que pase desapercibido o desaprovechado lo que tan pronto será un fue. 

martes, 22 de julio de 2014

Piedralaves y pico Lanchamala. Un lugar donde los robles y los pinos llegan a centenarios.

Presa de Piedralaves, en el cordal, a la izquierda, el pico Lanchamala
El pico Lanchamala  constituye el punto más alto de la Sierra del Valle, prolongación oriental de la Sierra de Gredos, y forma parte de un cordal que se extiende de Este a Oeste. Los bosques y parajes de sus vertientes Norte (cuenca del Alberche) y Sur (cuenca del Tiétar) tienen el aspecto de ser poco frecuentados, salvo el muy conocido Castañar del Tiemblo, que en otoño se satura de visitantes.

Es temprano cuando Francisco y yo comenzamos la marcha en la presa de Piedralaves o del Horcajo (1.036m), con la intención de recorrer el tramo de cordal entre el Puerto de Navaluenga (1.784m) y el Portacho de las Serradillas (1.855m), en medio el pico Lanchamala (1.994m), si bien el propósito real no es otro que el de visitar los robles y pinos centenarios que se encuentran en esta vertiente Sur de la Sierra.

La mañana es fresca, estamos a la sombra, y como el frío se combate caminando, iniciamos sin demora la marcha hacia la Pradera del Pozo, amplio rellano al pie del Puerto de Navaluenga, introduciéndonos en un hermoso bosque de robles.

Qué delicia de entorno en el que la humedad y el relente de la noche se hacen presentes a cada paso.


Nos dejamos imbuir del ambiente de musgo y helecho, de vez en cuanto encontramos mojones aislados, hay poco o ningún rastro de pasos anteriores, y así vamos subiendo hasta salir a un terreno más abierto, libre de robles.

Nos encaminamos hacia el pinar que se encuentra a nuestra derecha. Enhiestos y altísimos ejemplares que preceden a la Pradera del Pozo (1.436m).

Una vez en ella decidimos subir directamente al cordal, recto y todo tieso hasta la punta del Llano de la Plata (1.846 m). Cuatrocientos metros que nos hacen entrar en calor ¡Suerte que las nubes andan revueltas esta mañana y nublan el cielo rebajando el sol!

Desde arriba contemplamos la presa de Piedralaves, ochocientos metros más abajo, lugar que no perderemos de vista a lo largo de la ruta de hoy.

Presa de Piedralaves desde el Llano de la Plata
Seguimos el recorrido por el lomo de la Sierra por trocha que discurre entre piornos, de momento no demasiado altos. Extensos piornales, de apariencia suave y colorida en la distancia, que muestran su lado más punzante y leñoso en la proximidad. 


El viento y las nubes contribuyen a que el ambiente resulte frío por estas alturas, y así vamos pasando por los distintos puntos culminantes hasta llegar al más alto, el de Lanchamala.

Observadores observados
Bajamos al Portacho de las Serradillas y, sin darnos cuenta de que desde aquí tendríamos que empezar a bajar, continuamos derechos ascendiendo al siguiente pico, el de la Serradilla. Durante la subida los piornos nos llegan a la altura del pecho y transitar entre ellos resulta muy penoso. Mientras braceamos entre los espesos y duros matorrales un pensamiento comienza a cobrar cuerpo: <<Lleguemos hasta esas rocas de ahí arriba y miremos el mapa >>. Nos decimos. Y eso hacemos. Nos guarecemos del viento, sacamos el mapa, lo miramos, y constatamos nuestro despiste ¡Tan embalados íbamos que hemos pasado de largo el Portacho! Así que, otro “peeling” con los piornos y vuelta por donde acabamos de subir.

Desde el Portacho hacia abajo la senda discurre por un agradabilísimo pasto de altura por donde nace y circula el arroyo de la Serradilla cuyas aguas, a medida que descienden, van encajonándose en una pendiente y estrecha garganta.

A la dcha. el pico Lanchamala
Las aguas del arroyo de las Serradillas se embarrancan camino de la presa de Piedrlaves
Las marcas nos llevan por la derecha del barranco que se va formando. Nada recomendable tomar unos mojones que se internan hacia él; mejor seguir por la clara senda que, circunvalando la loma que desciende de la Serradilla, nos encamina primero hacia el Cerrillo del Enebro para alcanzar enseguida el paso entre éste y el de la Sarnosa, desde donde se tiene una buena vista del resto de cordal de la Sierra del Valle hacia el Oeste, con los picos relevantes de Lanchalisa y Mojón Cimero, así como de los bosques que cubren su cara Sur, llegando de esta forma al final del arco que venimos trazando desde esta mañana.

Hacia la vertiente de Piedralaves un frondoso bosque de robles se abre ante nosotros y descendemos embelesados por este último e inesperado hallazgo.


Quercus pyrenaica = roble melojo = rebollo

Llegados a una pista, y por acortar el recorrido, decidimos rematar la bajada con el punto de aventura que supone abandonar el buen trazado de la misma y lanzarnos hacia abajo, y por empinadísima pendiente (benditos bastones sin los que ni lo hubiéramos intentado siquiera), al encuentro de la presa que ya tenemos bien próxima. Áspera, intrincada y resbaladiza bajada que nos deposita finalmente junto a las embalsadas aguas tras haber realizado un recorrido de unos 14 kilómetros, salvando un desnivel total de unos 1.100m de D+.

Castilla serena e introspectiva que, carente de cualquier vestigio de ostentación, atesora en las faldas de la Sierra del Valle unos parajes y conjuntos de árboles centenarios, espectaculares en cualquier época del año.

Castañar en flor

martes, 15 de julio de 2014

Al pie de la Cuerda de los Pinganillos, en la Pedriza Posterior.

En la Pedriza de Manzanares a los pináculos los llaman “pinganillos”. La Cuerda de los Pinganillos, pétrea estructura que constituye la parte SE de la herradura que delimita la Pedriza Posterior, está formada por una serie de abruptos y difícilmente accesibles riscos de granito cuyo punto más relevante es El Pájaro o Pinganillo grande, siendo la Muela y los Guerreros componentes no menos reseñables de la misma.

Al Sur de la Cuerda, el Callejón del Laberinto; al Norte de ella, un recorrido a pie de farallón ideal para espíritus curiosos y dispuestos a sortear grandes bloques, deleitarse con recoletas placillas, refrotarse en estrechas grietas, u “opositar” si la abertura lo permite, así como reptar bajo amontonamientos de enormes bolos que forman largos pasos subterráneos para salir, finalmente, a la radiante luz, confluyendo con la parte superior del Laberinto.

Déicar y yo salimos del aparcamiento de Canto Cochino con la idea de recorrer esta desconocida ruta, y el propósito de visitar el jardín del Pájaro, cuyo acceso arranca de la misma.

Al poco de comenzar el sendero hacia los Llanillos, justo antes de llegar al vadeo del Arroyo de la Ventana, tomamos una trocha no muy marcada, señalizada con un mojón, que sale hacia la derecha, en sentido de la marcha, y que cruza el arroyo sin dificultad. Estamos en la vertical de la cara Sur del Pájaro.

Al otro lado del curso de agua, la trocha asciende fuertemente, entre pinos al principio y matorral después, encaminándose hacia la base del Pájaro. Los mojones se siguen bien.

El terreno es duro y las carrascas cubiertas de liquen confieren un aspecto añejo y montaraz al entorno. 

Ascendemos entre rocas graníticas erosionadas caprichosamente; el sol toca las partes altas mientras nosotros nos acercamos cada vez más a la base de la Cuerda.


Una vez que la alcanzamos, en el lugar donde comienza la vía de escalada por la Sur del Pájaro, derivamos hacia la izquierda manteniéndonos tan próximos a la pared como lo revuelto y caótico del terreno nos permite. Comienza el recorrido del “callejón” al pie de la cara Norte de los Pinganillos.

Pasamos por donde nos parece más accesible. Ante cada obstáculo elegimos la opción que, a nuestro entender, da más continuidad.

El risco de La Muela ha quedado ya atrás. El acceso al jardín del Pájaro también. Debimos haber tomado el canalón que vimos más abajo, y que decidimos no subir; así que sigue pendiente para otra vez.

El risco de La Muela
Unos cuantos buitres están posados, a la espera de que el sol caliente suficientemente el aire como para que empiecen a formarse “las térmicas” que les ayudarán a volar sin demasiado esfuerzo.

<<Hasta que las térmicas nos alcancen>>
Nosotros vamos ascendiendo por un ámbito enmarañado donde la intuición, la elasticidad y la técnica en algún que otro paso, son convenientes y necesarias.


En un momento determinado nos encaramamos sobre la Cuerda para, tras observar que “la placilla” a la que acabamos de acceder no tiene continuidad, descender de nuevo al callejón.

El último tramo, unos quince metros de longitud, discurre “bajo” una aglomeración de grandes bolos graníticos que dejan una especie de túnel subterráneo, del que se sale finalmente tras un paso por oposición de no demasiada dificultad.

Al fondo, la entrada al túnel bajo los bolos
Por dentro del túnel
Boca de salida, o de entrada, según se mire, del túnel
Tenemos a la vista el Mogote de los Suicidas y la pared de Santillana. 

Mogote de Los Suicidas; tras él, la pared de Santillana
Como vamos bien de tiempo pensamos que ascender a la Santillana, por su chimenea de la cara Norte, es una buena opción para, desde arriba, otear cómodamente el horizonte.

Bosque y formaciones rocosas en el camino hacia la pared de Santillana
Pared de Santillana; cara Sur
Cima de la pared de Santillana. Abajo, en primer término, el Mogote de los Suicidas. Marcado el trayecto desde el callejón de los Pinganillos.
Embalse de Santillana, desde la cima de la Pared de Santillana
Tras un tiempo de contemplación en su cima iniciamos el descenso hacia el collado de la Ventana, lugar desde donde emprendemos el retorno a Canto Cochino, a través del bosque y siguiendo el curso del Arroyo de la Ventana. En verano se agradece sobremanera transitar bajo los árboles.

En una parada, mientras a la sombra tomamos unos frutos secos y bebida isotónica, nos fijamos en las formas rocosas que nos rodean. Bien sea por la calenturienta imaginación inducida por la radiactividad (del sol de mediodía o del granito), o bien sea por la falta de alimento contundente, el caso es que en los roquedos de la Pedriza “se ven cosas”.  Cada quien ve las suyas, pero en nuestro caso, aquí vimos un par de caras: una rústica y con boina (a la derecha) y otra más medieval y con capirote (a la izquierda).


En la Pedriza se ven "cosas"
Boletus edulis
El hermoso “boletus edulis” que encontramos después, y que tanto alegró a Deicar, fue el digno colofón de una jornada que nos llevó a realizar un circuito poco habitual, sin aparente rumbo fijo, que nos condujo por parajes a tramos inéditos y gimnásticos, mayoritariamente solitarios, aprovechando la sombra de paredones y árboles, para acabar observando cómo los buitres, por fin impulsados por las térmicas, sobrevolaban  la Cuerda de los Pinganillos. 

Cuerda de Los Pinganillos
Buitres sobrevolando El Pájaro (dcha) y La Muela (izq)