viernes, 24 de abril de 2015

El Collado del Río Peces desde Revenga. Lugar plácido con nombre “curioso”.

Collado del Río Peces
No resulta habitual bautizar un collado con el nombre del arroyo que fluye por una de sus laderas, lo mismo que la denominación de algunos de los lugares de la zona, y valga como ejemplo el resumen del circuito realizado:

Embalse de Puente Alta (1.130m) – Sendero del Azud del Acueducto de Segovia – Pinar de la Acebeda – Collado del Río Peces (1.758m) – Barranco del Río Peces – Embalse de Puente Alta. Un recorrido de unos 18km de longitud salvando un desnivel total de 750m de D+.

El Embalse de Puente Alta (¿Masculino o femenino?) está situado en la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama, en el cauce del Río Frío o Río de la Acebeda. La niebla apenas permite ver sus laderas pobladas de pinos y algunos robles. Hace frío cuando inicio la marcha con la esperanza de que el cielo vaya aclarándose a medida que avance el día.

Recorro la margen derecha del embalse hasta llegar a la cola del mismo, lugar donde tomo el sendero que se dirige hacia el Azud del Acueducto. 

A partir de este momento el camino discurre aguas arriba del Río Frío adentrándose en un bosque de pinos donde el musgo y el liquen campan por sus fueros.


Atravieso la cacera que canaliza agua hacia lo que fue la toma del acueducto de Segovia y continúo la marcha entre árboles cada vez más altos, manteniéndome en la derecha orográfica del arroyo.

Alcanzo el Azud del Acueducto y las balsas de decantación del agua captada. Enclave solitario que retrotrae a épocas pretéritas donde los recursos se aprovechaban sabiamente.

La bruma hurta de la vista lo que hay por encima de las copas de los árboles. Se ve en la proximidad pero la neblina desvanece lo que en la distancia aguarda.


El sendero entronca con una pista asfaltada; tras recorrerla una decena de metros hacia la derecha en sentido subida retomo la senda al otro lado de la misma, y continúo remontando el Río Frío.

Algo más arriba, en un lugar con puente recio de madera cruzo el arroyo y, cambiando de dirección, me interno en el Pinar de la Acebeda (¿Pinos o acebos?)

El bosque se espesa, el camino asciende fuertemente mientras la presencia de acebos entre los pinos aumenta de manera notoria. Me siento cómodo en el vaho que todo lo envuelve.



Desde la frondosidad me llegan rebudios de jabalíes. Asumo que me han sentido. Me pongo en guardia para seguidamente calmarme pensando que “el animal pequeño rehúye al grande”; así que, como creo que mi tamaño es mayor, continúo aliviado.

La pendiente se acentúa mucho en este tramo, la senda es amplia y el final de la cuesta lo tengo a la vista, apenas unos veinte metros más, doy una zancada, alzo los ojos y me quedo clavado, inmóvil, fija la mirada; arriba, donde la pista se aplana, un jabalí la empieza a cruzar; se detiene un instante, me mira de reojo, y ………, continúa, seguido por tres pequeños jabatos, más otro ejemplar adulto cerrando la marcha, y todos desaparecen entre los árboles.Tan sólo he tenido tiempo para, de soslayo, elegir el pino más próximo al que me habría lanzado para encaramarme en caso de que alguno de los  jabalíes hubiera enfilado a por mí.

Con un suspiro de satisfacción, me recompongo y acabo de subir el tramo que me faltaba, mirando a derecha e izquierda con cierta inquietud.

A partir de aquí la pendiente disminuye, acelero la marcha y al poco la senda desemboca en un pequeño claro en el que hay una muga de piedra. Entre la niebla, el bosque, la falta de referencias conocidas y los jabalíes, ando desorientado, así que echo mano de la brújula y, tras consultarla, me ubico y elijo seguir por unas trazas que van hacia el Sur.

Muga en el bosque
Asciendo paralelo a una alambrera espinosa que queda a la derecha mientras voy encontrando algunas mugas más. Hay restos de nieve.

Desde un punto algo más elevado consigo divisar, entre la bruma que sigue sin disiparse del todo, el rocoso Cerro de la Muela, antecima de la Pinareja. No va a ser hoy el día de ir más allá del collado, que ya estimo próximo.

Cerro de la Muela entre la bruma
Una nube pasajera descarga un chaparrón de granizo que me deja calado. El frío que siento es intenso cuando llego al claro del collado. 

Collado del Río Peces
Me abrigo bien y mientras tomo unos frutos secos contemplo cómo el vapor de agua va abandonando el suelo.

Placidez y recogimiento que se esfuma cuando me doy cuenta de que he comenzado a tiritar. Es el momento de emprender la bajada.

Cojo una evidente pista que se adentra en el pinar en dirección hacia el Noroeste para abandonarla cuando vira claramente hacia el Noreste, tomando en su lugar unas trazas que bajan rectas hacia el Noroeste por medio del bosque. Se siguen bien y pierdo altura rápidamente.

Finalmente alcanzo un terreno más despejado; atrás quedan los altos y abigarrados pinos mientras que por delante comienza una agradable zona de pasto muy lozano, 

Por el que me desplazo manteniendo a mi derecha la línea de árboles que delimita el bosque.

En una hondonada doy con un osario. Me quedo mirando los restos mientras las preguntas acuden a mi cabeza: ¿Por qué tantas calaveras juntas? ¿Por qué sólo los cráneos? ¿Qué ha sido del resto? ¿Quién los puso aquí?

Sin aventurar las respuestas me alejo del lugar y continúo descendiendo hacia la ya próxima cola del embalse, zigzagueando por un sector muy poblado de alambreras, encontrando el modo de no traspasarlas. Me detengo a contemplar las minúsculas flores que alegran los cursos de agua que fluyen hacia el pantano.


Acabo la jornada bordeando el Embalse de Puente Alta para llegar de nuevo al coche, que dejé junto a la carretera esta mañana, al pie de una señal que prohíbe el paso a los vehículos no autorizados. Para otra ocasión, en la que el tiempo lo permita, queda ampliar el recorrido con la ascensión a la Pinareja; de momento, el realizado hoy tiene entidad propia, no tanto por la dureza, que no es demasiada, sino por la belleza del mismo, discurriendo por una zona boscosa en la que merece la pena “perderse” aún a riesgo de “encontrarse” con algunos de sus moradores.

Desde el embalse de Puente Alta, el collado del Río Peces; a su dcha. la Pinareja, dando comienzo al cordal de la Mujer Muerta
Glosario:

·         Azud ("as sad"), palabra de origen árabe que significa 'barrera', es una construcción habitualmente realizada para elevar el nivel de un caudal o río con el fin de derivar parte de dicho caudal a las acequias.

·         Cacera, zanja o canal por donde se conduce el agua, habitualmente para regar.

jueves, 16 de abril de 2015

La Pedriza: Un “cara a cara”por la naturaleza.

Caos rocoso que recorrido de forma aparentemente anárquica resulta aún más sorprendente.

Cuando los itinerarios clásicos están ya interiorizados, en función del ánimo, las fuerzas y la estación del año, la mente diseña y traza sus propios circuitos. En estos casos cada jornada resulta algo diferente, o muy diferente, de ocasiones anteriores, según se dé.

Comenzaba el día incierto y la ventana de buen tiempo se anunciaba restringida a unas pocas horas entre las 9h y las 14h, no demasiadas pero sí suficientes para una ruta “interesante”, si es que era capaz de combinar en ella rapidez y variedad, incluyendo en la ecuación un mínimo de kilómetros y de altitud a realizar. Al final resultará un recorrido de 18km salvando un desnivel total algo superior a los 1.200m de D+.

Circuito realizado: Canto del Berrueco (1.000m) – Collado de la Dehesilla (1.451m) – Yelmo (1.717m) – Lagunilla del Yelmo (1.400m) – Barranco de los Huertos – Canto Cochino (1.000m) – Gran Cañada (1.360m) – Canto del Berrueco.

En mi propósito de huir de lo trillado opto por el Hueco de San Blas como origen y fin de la ruta. De esta manera, a las 9:30h comienzo la marcha en el Canto del Berrueco en dirección al collado de la Dehesilla en una mañana todavía gris, húmeda y con abundantes nubes.

Collado de la Dehesilla desde el Hueco de San Blas
La primavera propicia que, junto a leñosos troncos de brezos cubiertos de líquenes, aparezcan verdes alfombras de gayuba en flor.


Hace frío en el collado de la Dehesilla de forma que sin pausa continúo la subida hacia las Cuatro Damas.

Dejo atrás la Pedriza Posterior, todavía brumosa y me adentro en la zona luminosa de la Pedriza Anterior acercándome al risco de la Cara, junto a las Cuatro Damas. Me detengo un rato confortado por el sol mientras admiro cómo la naturaleza ha esculpido la roca.

La Cara, a la dcha, y junto a ella, a su izq, Las Cuatro Damas
Pero he de seguir; si quiero subir y bajar del Yelmo con cierta “fluidez” no puedo demorarme, así que enfilo hacia el risco del Acebo.

Desde la base de La Cara, al fondo, en el centro, El Acebo
El acceso por la gran grieta/diaclasa de la cara Norte que supone la vía “normal” para ascender/descender del Yelmo se congestiona, y de qué manera, a partir de las 11h de la mañana, cuando las personas se agrupan en su base. Como es antes de esta hora, no encuentro a nadie, así que me empotro en la fisura y alcanzo el bloque intermedio que supone el punto más incómodo de superar, momento en el cual aparecen dos personas más. 

Grieta/diaclasa de la cara Norte del Yelmo
Entre los tres nos ayudamos a pasar las mochilas y, sin más apuros que las apreturas de la estrecha diaclasa, alcanzamos la cima del Yelmo.

Desde la cima del Yelmo: a la izq, la Cuerda de los Porrones que culmina en la cima de la Maliciosa. Seguidamente las cumbres nevadas de la Cuerda Larga
Parece que el tiempo va mejorando. Me despido de mis momentáneos compañeros y comienzo el descenso. Ya encuentro la grieta “ocupada”por tres personas subiendo, más otras siete esperando su turno. Consigo un “pase” entre la segunda y la tercera persona, al tiempo que ayudo a ésta última a superar el bloque empotrado que se encuentra hacia la mitad, para seguidamente continuar hacia el siguiente objetivo del día.

De pasada al trote por la Sur del Yelmo los ojos se me van hacia el descomunal “paredón” que acaba en la placa y torre de la Valentina.

Busco, y me cuesta encontrar, la trocha por la que acceder a la recoleta y escondida Lagunilla del Yelmo. Bello enclave, no siempre con agua, al que accedo por el amplio y luminoso Este, y del que salgo por el estrecho y umbrío Oeste para, roquedo a través, encaminarme en pos del Barranco de los Huertos.

Lagunilla del Yelmo. Arriba, llegando por el Este. Abajo, abandonándola por el Oeste
El descenso hacia el barranco lo realizo buscando el mejor paso que, sin ser complejo, es intuido, manteniéndome próximo a las altas rocas de mi izquierda. Es territorio montaraz y solitario, a la sombra, en el que aprecio y saboreo el encuentro con algunos de sus moradores.


Finalmente llego al fondo del barranco y al desusado sendero que lo surca. Hacia el Este, se sube al pie de la cara Norte del Yelmo; hacia el Oeste, se desciende hasta Canto Cochino. Hay que ir muy atento por esta senda, poco transitada y señalizada con antiguas y muy desvaídas marcas de color rojizo / lila que, en su gran mayoría, apenas se ven de tan descoloridas, si bien también hay algún que otro mojón. En caso de duda o pérdida de las señales, para no “embarcarse”, conviene retroceder unos pasos e intentarlo por otro sitio más evidente.

Desde el Barranco de los Huertos, al fondo, la Cuerda de los Porrones y Maliciosa
Resulta éste un tramo algo bronco y agreste, que permite imbuirse de pura naturaleza.


La cosa se dulcifica a medida que me aproximo a Canto Cochino, lugar donde la primavera y su frescor se han aposentado claramente.

Allí abajo ya se divisa Canto Cochino
Alcanzo el arroyo de la Majadilla y, sin cruzarlo, sigo unos metros aguas abajo, por su margen izquierda, hasta alcanzar el entronque con el sendero habitual de ascenso al Yelmo desde Canto Cochino, se trata de la Gran Cañada, balizada con marcas rojas y blancas.

Por la hora que es, subo a contracorriente con los que ya están bajando del Yelmo, voy rápido y enseguida alcanzo la explanada en la que confluyen varios caminos: por el Sur, el que viene desde el Tranco; hacia el Norte, el que asciende hacia el Yelmo; hacia el Noreste, el que se adentra en las Cerradillas (Cinco Cestos, Elefantito); de frente, hacia el Este, continúa la Gran Cañada hacia el Hueco de San Blas.

Sendero el de la Cañada que, conforme más se aleja de “la zona” del Yelmo más silvestre se torna.

La Gran Cañada
Poco antes de entroncar con la Senda de Maeso un macho cabrío me dirige una mirada sostenida.

El camino se adentra cada vez más entre las altas jaras; al Norte, graníticas moles; al Sur, las aguas del embalse de Santillana refrescan el ambiente en la distancia.

En un momento dado el número de “caras” se multiplica y me envuelve. Allá donde dirijo la vista encuentro rostros pétreos flanqueando la marcha. Me detengo, miro, entorno los ojos, y sí, la mente reconoce o interpreta faz tras faz. El espíritu se llena, me siento bien en la soledad del lugar, lo encuentro duro y acogedor al mismo tiempo.

¡Veo caras!
El fresco verdor de la dehesa que veo allí abajo me saca del ensimismamiento y me impulsa a continuar. La pendiente es pronunciada y el descenso es rápido; voy con precaución para no resbalar en la arenilla granítica que cubre el sendero.

Alcanzo la base, la dehesa, atrás queda el caos rocoso por el que acabo de deambular.

Por delante me topo con un grupo de machos reunidos entre las jaras.

Al frente ya distingo la silueta del Canto del Berrueco.

El Canto del Berrueco
La lozanía del pasto sobre el que se asientan los árboles, el rumor del arroyo y el color de las flores hacen que me detenga. La quietud y paz internas que me invaden en estos momentos no es sino el reflejo del entorno.




Finalmente llego al coche, de vuelta al punto de partida tras haber realizado un muy poco habitual recorrido “cara a cara” por la Pedriza.

Mientras realizo estiramientos y tomo un bocadillo, comparto paraje con un abejorro que se asolea sobre un poste.