jueves, 22 de diciembre de 2011

UN DESEO PARA ESTAS NAVIDADES

Podría desearos muchas cosas: que recibierais un montón de regalos, que por fin esa dieta de adelgazamiento diera su fruto, que dejar de fumar no resultase un tormento, que aprender alemán fuese más asequible, que tocara ese “premio gordo” que se escapa cada año, liquidar la hipoteca, viajar a Japón, etc.
Pero sobretodo voy a desearos(nos): que sigamos teniendo ganas de “volver” a la Naturaleza de vez en cuando: para sentir y vivir el entorno, para saborear la gota salada que resbala hasta nuestros labios en las cuestas exigentes, para paladear el sabor áspero de la adrenalina en los pasos delicados, para experimentar lo mucho que pueden dar de sí un puñado de almendras y un trago de agua, para percibir la refrescante sombra de un árbol, para escuchar el rumor de nuestras zancadas, para convivir con nuestros congéneres “naturales”, para entornar los ojos cuando el viento azota, para embelesarnos con los colores de la montaña, y para encontrar siempre una razón para retornar.
En definitiva, asilvestremos nuestros sentidos de vez en cuando, demos rienda suelta a nuestros primigenios sentimientos, y quedémonos absortos contemplando unas hojas a contraluz, un paisaje agreste o un rincón escondido y recoleto.
Olvidemos los relojes de pulsera, y ajustemos el ritmo de nuestros pasos a los latidos del corazón cuando deambulemos por los muchos y variados vericuetos que siempre están ahí, a nuestra disposición, esperándonos. Cada momento es irrepetible.
Feliz Navidad y un Año 2012 con muchas zancadas por delante. 

domingo, 18 de diciembre de 2011

La Pedriza y sus Sendas: Termes y Maeso, un regalo.

Amanecer sobre la Pedriza
Según dicen los que moran cerca del Pirineo, mi hermano entre ellos ¡Ha llegado el invierno!, y se refieren a la gran nevada que  por fin ha caído “por allí” ¡Que falta hacía!
En cambio “por aquí”, seguimos con un anticiclón que no vamos a desaprovechar, claro. Así que, como broche fin de temporada, me pongo a recorrer las dos sendas por excelencia de la Pedriza, la de Termes y la de Maeso; mejor dicho, comienzo por la Maeso y luego sigo por la Termes. Recorriéndolas en su totalidad sale “la integral de la Pedriza”, que no está mal antes de cambiar las zapatillas por los esquíes de travesía.
Empecemos por definir lo que es una senda: Camino más estrecho que la vereda, abierto para el paso de personas o del ganado, a veces formado, y siempre mantenido, por el paso frecuente de aquellos. En definitiva, senda es algo que se puede recorrer.
Con esta definición y propósito en la cabeza, a las 9:30h am comienzo “el paseo” desde el aparcamiento que hay en la carretera que une Manzanares con el Tranco (945m) ¡Vaya frio que hace! Bien se vale de las cuestas que hay en las calles de “Las Flores”, “Tulipán” y “Claveles” para entrar en calor enseguida. Este recorrido urbano, en el límite de Manzanares con la Pedriza, me lleva hasta una calle bien encalada, en cuyo final una marca blanca y amarilla indica el comienzo de la Senda Maeso.
Se sigue bien, las rocas características van sucediéndose una tras otra, conformando una exposición natural de “caprichos en piedra”; el sol, aunque radiante, no puede con el frio.
Risco del Ofertorio
La humedad se ha cristalizado sobre los arbustos junto a los torrentes. Mi paso es vivo. Las marcas amarillas y blancas alternan con puntos rojos.
Detrás queda el Embalse de Santillana.
La portilla de acceso al Yelmo
Llego a la portilla (1.530m) que da acceso a la pradera del Yelmo. El risco queda a mi izquierda.
Me encamino hacia el Acebo, ya en plena Senda Termes para luego descender al collado de la Dehesilla (1.451m), en donde me detengo para tomar un plátano, al abrigo de una roca, de cara al sol. El viento sopla fuerte desde el Oeste.

Subida empinada hacia la pared de Santillana, con destino al Collado de la Ventana. El suelo tapizado por las hojas de roble, los troncos desnudos, preparados para el invierno. La pendiente al pie del risco de Mataelvicial es de las que hacen sudar hasta en días como hoy.
La llegada a la pradera de Navajuelos, con sus pétreos centinelas, aquieta el espíritu, dando entrada a uno de los lugares más recoletos de la Pedriza. Hay que transitarlo con respeto, viviendo el entorno.
La pared de Santillana está hoy solitaria. Su cara Sur, a pleno sol, está libre de escaladores. Poco antes de llegar al Collado de la Ventana (1.784m) me he de abrigar. Hace mucho frio, y el fuerte viento que azota sin obstáculo desde el Oeste acrecienta la sensación.
Buena excusa para trotar ligero hacia Las Torres; entro en la Pedriza Posterior:
frio, viento, sol, donde hay agua, una placa de hielo ¡Ni siquiera en plena subida me sobra algo de ropa! Atento a dónde pongo el pie. El granito gris enmascara bien las plaquitas heladas.
Subidas, algunas bajadas, por este entorno pétreo, de granito altivo. Unas cabras dejan que me acerque hasta casi tocarlas. En el casi está el límite.
El Comedor de Termes (1.900m) está barrido por el viento. El hielo aquí es abundante. Continúo sin detenerme. El siguiente alto lo hago en el Collado del Miradero (1.878m).
Alguna almendra, agua, y hacia la Cresta de las Milaneras. Sorprendente y agradablemente, tras abandonar el collado, el viento cesa. El camino se hace más llevadero.
Al poco aparece ya la Cabeza del Patriarca (Tres Cestos), en la brecha de las Milaneras. Llego a ella y cambio de vertiente. Dejo la Oeste y me interno en la Este. Agradable y gimnástico este tramo.
Líquenes y algunas hojas cubren las ramas de estas retorcidas encinas
Voy encontrando las marcas amarillas y blancas que siguen indicando La Senda Termes. Llego al trozo de bosque en el que las marcas se pierden por unos metros, y aquí abandono yo la Senda, dirigiéndome en franco descenso por entre los árboles, alcanzo Los Llanillos y mantengo la bajada por sendero poco transitado y escasamente marcado, en dirección al Arroyo de la Ventana. Estoy haciendo una travesía en toda regla Oeste - Este, para alcanzar el sendero que baja del Collado de la Ventana. Tengo ganas de encontrar el punto de entronque, varias veces intuido cuando he usado el conocido camino. Voy poniendo mojones nuevos por donde paso. Por fin llego al cruce que ando buscando, y al sendero “oficial”.
Ahora todo vuelve a ser conocido. El trote es fácil, consiste en “dejarse caer” cuesta abajo por la cómoda vereda, hasta cruzar de nuevo el Arroyo de la Ventana, al pie del Pájaro.
Las aguas del río Manzanares se remansan por un instante, en su camino hacia El Tranco
Aquí me incorporo a la senda que viene de Canto Cochino, en veinte minutos estoy ahí. Sólo me queda seguir el curso del Manzanares hasta el Tranco, y a las 4:30h pm llego al lugar donde dejé el coche esta mañana.
Me despido de La Pedriza por este año, con un recorrido circular de unos 18km, salvando un desnivel total de 1.200m de D+, sorteando placas de hielo en un día eminentemente frio, y ¡A ver si nieva también por aquí, que ya es hora!

domingo, 11 de diciembre de 2011

El Monte de El Pardo ¡Tan cerca de Madrid!


El Monte de El Pardo es una zona boscosa, mayormente encinar,  situada al norte del municipio de Madrid. Está considerado como el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid y uno de los mejor conservados de Europa.

Se extiende alrededor del curso medio del río Manzanares, a lo largo de 16.000 hectáreas, y se encuentra integrado en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. Está limitado al norte por la Sierra de Guadarrama, al sur por la ciudad de Madrid, y al este y oeste por autovías que parten de la capital.

Justo antes de atravesar la ciudad, el río Manzanares forma un valle constituido por elementos detríticos provenientes de la sierra. El suelo arenoso del Monte de El Pardo está muy expuesto a la erosión, lo cual, por otro lado, lo convierte en mullido terreno sobre el que trotar.


La mayor parte de su área (aproximadamente 15.100 hectáreas, el 94,4% de la superficie total) se encuentra cercada, mediante una valla que recorre su perímetro, a lo largo de 66 kilómetros. La visita a esta zona está totalmente prohibida. Sí es posible el acceso, a través de diferentes sendas y caminos, a las 900 hectáreas restantes (el 5,6%).
En esta mañana neblinosa de otoño, cuando en la Sierra está nevando débilmente, decido descubrir y recorrer estos parajes, tan bien conservados, por las trochas que están “abiertas al público”.

Para ello, dejo el coche a la entrada de Sotomontes, junto a la carretera que va hacia el Palacio de la Zarzuela, y comienzo el trote hasta llegar al desvío hacia La Quinta. Suave y mantenida subida a través de bosque mixto de pinos y encinas, por medio de la hermosa dehesa.

La trocha, una vez arriba, topa con el murete de la vía del ferrocarril y tuerce hacia la izquierda, bordeándolo en un continuo sube y baja. Son encinas y jaras las especies que predominan en este tramo. Voy atento a esquivar las ramas retorcidas que atraviesan el camino, buscando las tenues marcas verdes y blancas, desvaídas por la intemperie, que aparecen de vez en cuando en los troncos de los árboles.

Siguiendo el estrecho vericueto, ahora en descenso, alcanzo el borde de la carretera que va a Fuencarral, junto al “campo de tiro”, también vallado. Otra vez escolto al murete separador a lo largo de su perímetro. Aquí el terreno es muy arenoso, con abundantes huellas de caballos. Es mullido, pero hay que ir con cuidado, sorteando las profundas huellas dejadas por las escorrentías.

La mañana sigue sin aclarar, el ambiente gris realza el aspecto medieval del paisaje.

Transito en silencio por este entorno de alcornoques retorcidos, cubiertos de musgo y liquen, coronados por hojas coriáceas y espinosas. El esfuerzo y la humedad se condensan sobre mi frente.

Entre ejemplares menudos aparecen otros de gran porte y tamaño, testigos de otras épocas. Voy contento por ser uno más en este ambiente. Este monte guarda tesoros que, escondiéndolos, los pone a la vista de quienes se adentran en él.

Me encamino hacia un otero que he divisado desde un claro. Las marcas de las hozadas hechas por los jabalíes salpican el terreno de esta dehesa. Procuro esquivarlas en mis zancadas para evitar una torcedura nada recomendable en este lugar tan alejado de las zonas más transitadas. La ruta se va aclarando y pronto llego al punto más alto. Hay una carretera y un cartel que indica que por ella discurre “La Senda Real”. Se divisan las torres de Madrid en el horizonte. Me sorprende la capacidad de este monte para conservarse virgen, a escasos metros de una gran ciudad como esta.

Miro el reloj y veo que es hora de volver. Doy la espalda a “la civilización” y tomo una traza en claro descenso a través de este bosque original y pretérito, centrándome en el arenoso trazado entre los árboles.
Desde una loma algo más despejada lanzo una mirada en derredor, contemplando las jaras y las encinas que me rodean. Reanudo la marcha por la estrecha senda, atento a las raíces que la cruzan y al manto móvil de bellotas que la tapizan.

Llego al bosque donde predomina el pino, signo de que estoy a punto de completar el circuito y alcanzar el punto de partida, donde dejé el coche hace 2h 30m. Tan sólo quedan dos vehículos contando el mío. El paraje es solitario, la carretera está poco transitada a esta hora. Última mirada hacia el húmedo bosque, y propósito de incluir a la ribera del Manzanares en mi próximo recorrido.  

domingo, 4 de diciembre de 2011

Al encuentro del río Manzanares, por la cuerda de los Porrones.

Las formas rocosas de la Pedriza desde el barranco del río Manzanares
El circuito arranca del Collado de Quebrantaherraduras (portal de acceso a la Pedriza) y sigue la cuerda de los Porrones hasta el Collado de las Vacas, justo al pie de la pala cimera de la Maliciosa; en este punto baja a buscar el recién nacido río Manzanares en el lugar donde acaba el Ventisquero de la Condesa, llamado el Puente de los Manchegos. A partir de aquí el recorrido sigue paralelo a la margen izquierda del Manzanares hasta entroncar con la pista que sale de la Charca Verde, retornando al punto de partida tras pasar por Canto Cochino.
Este es un trayecto ideal para aquellos que desean deambular por naturaleza agreste, solitaria y poco humanizada.
Comienzo en el Collado de Quebrantaherraduras (1.138m). Son las 9h45m de una mañana fría y soleada. La escarcha es notable. Empiezo a trotar bien abrigado.

El “merendero” que atravieso a los pocos metros parece hecho por un “artesano dolménico” hace “la tira de años”.
Voy entrando en calor, adentrándome en el bosque de coníferas, por un sendero de suave pendiente. La Cuerda de los Porrones, en su tendido Este – Oeste, va empinándose. Me cunde bastante la marcha, la sombra y el frío me inducen a superar estas cuestas a buen ritmo. Huele a jara y a pino. Cruje la helada arena húmeda al son de mis zancadas. El entorno está nítido. Salgo del bosque a la luminosidad del sol.

Miro hacia atrás. Empieza ya a haber nieve, testigo de la nevada de hace un par de días. Al fondo, sobre el embalse de Santillana, la conocida silueta del Monte de San Pedro. Más próximo, el emblema de la Pedriza, el Yelmo ¡Da vida este sol!
Entro en el roquedo que hay al pie de la Maliciosa Baja. Aquí vuelve a aparecer una cuesta algo exigente ¡Sólo son unos 250m, así que adelante!

Una pareja de cabras y yo nos miramos, nos observamos y nos vamos cada uno a lo suyo. Ellos se quedan allí en lo alto, y yo sigo camino del Collado de las Vacas (1.900m) adonde llego en unos minutos. La pala somital Este de la Maliciosa Alta se eleva 300m desde aquí hasta la cima ¡Buena pendiente!, pero corta.
Me encuentro con  dos madrugadores, José y Fernando, cuyo objetivo de hoy es subir al pico y luego bajar hacia la cabecera del Ventisquero de la Condesa. Van a acompañar al Manzanares desde su mismo nacimiento. Yo, sin embargo, desde aquí bajaré “a través”, para encontrar el río a su salida del ventisquero.
Estamos ya pisando nieve. El terreno está cubierto por unos 7 ó 10 centímetros de nieve fría y seca. Entre los tres vamos buscando algún mojón que indique por dónde he de comenzar yo mi descenso. Justo donde el terreno se empina, dando paso a la pala de la cima, vemos un par de mojones a nuestra derecha; es el comienzo de mi trocha y el momento de despedirnos.

El terreno no es ni peligroso ni complicado, pero la nieve hace que sólo se vean claras las matas de piorno que sobresalen. Como los hitos son menos altos que los piornos, tan sólo los veo cuando estoy encima de ellos. En verano supongo que se verán las trazas de este vericueto, pero ahora, me he de aplicar para no “embarcarme”. Ayudado por el instinto, voy siguiendo las huellas de alguna cabra que ha transitado antes por aquí; asiento bien los pasos y procuro no aproximarme demasiado al cauce del torrente que surca esta ladera. No me cunde mucho la marcha, pero el río Manzanares lo veo cada vez más próximo, y voy encontrando los escasos montoncitos de piedras que jalonan el descenso.
Cuando llego a la orilla veo al otro lado el sendero que baja desde el Ventisquero de la Condesa, pero, para llegar a él he de cruzar el río, que no es que sea demasiado ancho ni su caudal resulte abrumador, pero como todo está semicubierto de nieve, y la temperatura sigue siendo fría, las piedras sobre las que he de saltar para cruzarlo están: o mojadas o cubiertas con una fina capa de hielo. De modo que empiezo a remontar en busca de un lugar adecuado para “los saltos”.

En eso estoy cuando percibo un olor penetrante y conocido. Giro la cabeza, olfateo con más atención, sigo el rastro, y encuentro los restos de una vaca. Tan sólo quedan los huesos, la piel ¡y la correa de cuero todavía ceñida al cuello! No puedo dejar de pensar que, si alguien la echó de menos, no fue lo suficiente como para salir a buscarla.
Doy media vuelta, encuentro por dónde cruzar el río, y enseguida llego al Puente de los Manchegos, lugar donde las “zetas de la Pedriza” hacen un giro de 180º y vuelven hacia su origen, discurriendo al pie de la Sierra del Francés.
A unos 100m del puente comienza el sendero que discurre por la orilla izquierda del Manzanares, hasta casi llegar a la Charca Verde. Agreste, vegetación natural y apretada, pendiente y solitario
¡Suerte que está en cara Sur (voy pisando sobre nieve pero al sol), porque la otra orilla, Norte y a la sombra, muestra unos hielos bien poco acogedores!
Atrás quedan el pico de la Maliciosa Alta, con su pala, y el tramo por el que yo he descendido para llegar hasta el río.
Comienzo la bajada. Cruje la nieve, pero está firme; el trote es rápido. Me interno en un profundo barranco. Los pinos autóctonos y las jaras predominan. El río se desploma en saltos, el caudal es agitado y tumultuoso, el fragor envuelve.
Enfrente, entre los retorcidos pinos, a lo lejos, se ven las cimas de la lejana Pedriza.
Voy encontrando a mi paso mudos testigos de tiempos pasados que, aún caídos y casi deglutidos por el entorno, contribuyen a la belleza primitiva de este lugar.
El estruendo del agua aumenta considerablemente. Me acerco a ver “los Chorros del Manzanares” y sus hermosas pozas.

Ya va quedando menos. Continúo ahora por un bosque de arizónicas; piso mullido, ni rastro de nieve desde los Chorros, y tengo a la vista “el Puente del Retén”.
Me paro, lo observo y, ¡Sí, a la sombra y con los tablones cubiertos de fina capa de escarcha! Paso de equilibrista y suspiro en la otra orilla.
En pocos metros alcanzo los escalones de piedra que me dejan en la pista que lleva hasta la Charca Verde.
Desde aquí, tomo una senda que, pasando por Canto Cochino, me conduce de nuevo hasta el Collado de Quebrantaherraduras.
Son las 14h 15m cuando llego al coche, tras haber realizado un circuito de 15km, salvando un  desnivel acumulado 900 de D+, en un día en el que salí con la intención de no pisar nieve, y acabé transitando sobre ella durante la mayor parte del tiempo.
Casi siempre se descubren nuevos parajes en las zonas “de sobra conocidas”