lunes, 27 de mayo de 2013

Pedriza Anterior: Huecos, callejones y jardines, paraíso para los exploradores errantes.


Manuel y yo tenemos como objetivo para hoy  recorrer a fondo los callejones y huecos que se encuentran entre la cara Norte del Yelmo y los farallones del cordal de la Maza y las Hueveras: Hueco de las Hoces, Hoz Cimera, Corral Ciego, Jardín del Predicador, Jardín de Peña Sirio, etc.; recorrido zigzagueante al pie de moles graníticas, por pasadizos estrechos, agrestes y ciertamente exigentes a tramos, por donde transitar con soltura requiere una dosis alta de recursos y experiencia.

Conviene adentrarse por estos poco frecuentados entornos sólo si se desea, nunca por equivocación o al azar. Si se pierden las señales, es aconsejable parar, retornar hasta la anterior, y vuelta a buscar.
Comenzamos la marcha a las 8:30h, desde una zona de aparcamiento entre Manzanares el Real y el Tranco. La primera parte del circuito de hoy discurre por la Senda Maeso, hasta la base de la cara Sur del Yelmo.
La persistencia de lluvias y nieves de los meses pasados han conseguido que esta cara Sur, tan agobiante en verano, resulte fresca y reconfortante a esta hora de la mañana. Las jaras en flor y el agua surcando por cualquier regajo contribuyen a dar al entorno una agradable sensación de placidez y frescura.

A lo largo de la Senda Maeso encontramos numerosas formas rocosas que la imaginación asocia de forma automática con imágenes conocidas (pinchar aquí).
El Caracol
El Candelabro
Como vamos de exploración, nos desviamos un momento para visitar la Cueva del Ave María.

Su tamaño permite albergar cómodamente una decena de personas, a la par que ofrece una vista amplia de toda la ladera, hasta su base en Manzanares. Buen observatorio para bandoleros.
Embalse de Santillana y castillo de Manzanares el Real
Tras atravesar la Gran Cañada la marcada senda se empina y se hace más intrincada, obligando a ir atentos, con algún que otro paso gimnástico sin más dificultad que la de estirar algo las piernas. Las rocas de formas curiosas salpican este entretenido tramo.
La Senda Maeso discurre entre altas peñas y variada vegetación
Finalmente atravesamos una clara portilla en la cadena rocosa, y accedemos algo a la derecha de la Cara Sur del Yelmo.
Continuamos nuestra marcha bordeando el Yelmo hacia el Collado de las Vistillas, desde donde echamos una ojeada a la Umbría Calderón y a la Pedriza Posterior.
Iniciamos ahora el descenso del callejón que, entre la Norte de la Hoz Cimera y la cara Sur de la Maza, acaba en el Corral Ciego: praderita encerrada entre altas rocas, cuyo único acceso / salida parece ser, en principio, este corredor por el que transitamos.
Abajo, el Corral Ciego
Una vez llegados hasta el Corral vemos que tiene dos salidas más: a) una de frente, trepando fácilmente por las rocas que lo cierran hacia el Oeste, al pie de la Bola de San Antonio, y otra b) trepando hacia el Sur, para acceder directamente hasta la pradera que hay al pie de la cara Norte del Yelmo. Nosotros elegimos la primera opción.
Antes de abandonar el Corral Ciego, camino del Jardín del Predicador, echamos la vista atrás, hacia el callejón por el que hemos llegado hasta aquí
Iniciamos el tramo que lleva al Jardín del Predicador, alcanzado el cual, y por una inapreciable fisura estrecha (que no difícil) en los paredones de la cara Sur, abandonamos temporalmente este paraje recoleto para, a través de la portilla, volver a asomarnos sobre la Umbría Calderón, al pie de la mole del Predicador, y desde donde recorremos con la vista la difusa senda que discurre en altura al pie de la Norte del Cordal de la Maza, tachonada de rocas y formaciones curiosas, hasta el collado de las Vistillas, al Este, y por el otro lado, al Oeste, acaba en el Camello.
¿Distinguimos en esta cara Norte: el Dedo, el Cocodrilo, la Maza?
Retornamos al Jardín del Predicador, donde de nuevo tenemos dos opciones para seguir, ninguna de ellas evidente: a) hacia el Suroeste, trepando por unas franjas rocosas, que nos llevaría al Hueco de las Hoces, o b) hacia el Oeste, bien pegados al paredón Sur del Predicador, hasta un solitario roble que hay sobre un bloque de granito, cerrando el paso de un estrecho corredor que hay detrás y que no se ve desde la distancia.
Justo enfrente, al pie de la mole de granito, el roble que indica el paso
En este caso, seguimos la segunda opción, hacia el solitario roble. Llegar a él conlleva una incómoda trepada con alguna dificultad, hasta colocarnos encima del bloque, junto al árbol. Manuel trepa por un lado y yo por el otro. En ningún caso resulta fácil.
Tras encaramarnos en la roca continuamos por un estrecho pasadizo de no más de 2 metros de ancho, que se ciega algo más adelante por otro bloque que hay que sortear.

Por el agujero entre los dos bloques hay que destrepar
Hay que realizar unos 4 metros de destrepe en los que la altura y la flexibilidad del individuo constituyen un plus.


Pasé por aquí hace unas semanas, junto con dos personas que había encontrado en el Jardín del Predicador, y recuerdo, sonriendo, sus palabras tras acabar de destrepar la roca: ¡P’habernos matao! No es para tanto, pero sí que no vienen mal los recursos que uno pueda tener.
El corredor se ensancha, la trocha desciende fuertemente entre las altas paredes de la Sur de las Hueveras y la Norte de las estribaciones de la Cueva de la Mora. Zona de anidamiento de buitres, que aquí crían tranquilos.

Vamos buscando el paso hacia el Hueco de las Hoces. Lo encontramos, salimos del encajonamiento trepando por fáciles rocas y por fin damos vista al amplio Hueco.

Nuestro siguiente destino está justo enfrente, se trata del Elefantito del Yelmo y de la Torre de la Valentina, ubicados ambos en la estribación más al Oeste de la mole del Yelmo.

Descendemos al fondo del Hueco, procurando incordiar lo mínimo a un rebaño de cabras que pastan en las zonas verdes y húmedas que hay al pie del Pan de Kilo, y que se sorprenden al vernos aparecer por donde no suelen recibir visitas, encaminándonos hasta la base del Yelmo tras cruzar el Hueco.
Queríamos ver de cerca si el Elefantito es tan “reconocible” como dicen, pero nuestra imaginación no está suficientemente ágil en esta ocasión como para adivinar otra cosa que una oreja, una trompa múltiple y poco más,

así que, mirada en derredor y vuelta a bajar hasta el Hueco de las Hoces, cuyo trazado descendente seguimos en pos de nuestro siguiente objetivo, el Jardín de Peña Sirio.
Desde el Elefantito, abajo el Hueco de las Hoces
Transitamos al pie del otro coloso de la zona, la Cueva de la Mora, siguiendo las marcas de pintura de color rojizo, hasta que encontramos el paso entre ésta y  Peña Sirio.  En este punto abandonamos las marcas y seguimos los mojones que nos conducen al Jardín de Peña Sirio.
Hasta nosotros llegan las voces de una cordada que “se está trabajando” la Peña. El lugar es otro de los sitios recónditos y con encanto que encierra la Pedriza Anterior, donde la humedad de esta primavera y las hojas brotando de serbales y robles explican el porqué del nombre. Es un jardín entre las rocas.

Toca ahora descender por una zona muy pendiente, entre carrascas y lajas húmedas de granito, extremando la atención para evitar resbalones, hasta alcanzar la zona muy humanizada del sendero que, por la izquierda orográfica, discurre paralelo al Arroyo de las Majadillas.
Hasta este punto, a lo largo del recorrido previo, nos hemos cruzado con tres personas, una en la Senda Maeso, y las otras dos en el Jardín del Predicador, a partir de este punto, somos un par que corre hacia el Tranco, sorteando la procesión de caminantes, huyendo de la aparente tormenta que se está formando sobre las cimas de Maliciosa y la Bola y que los vientos traen hacia la Pedriza.
Son las 2:30pm cuando llegamos al coche, tras un recorrido exhaustivo por lo  más intrincado de la Pedriza Anterior, en un día de primavera donde la hierba crece en cualquier zona plana, surcada por cursos de agua y rodeada por altas paredes de granito. Circuito que hemos realizado sin un aparente orden determinado, pero cuyo trazado hemos seguido en pos de una meta de la que hemos sido explícitamente conscientes en todo momento.

lunes, 20 de mayo de 2013

El Hoyo Cerrado. Grato hallazgo en el Hueco de San Blas.


Para quien se quiera adentrar en la Naturaleza, dejando atrás los ajetreos y las preocupaciones del mundanal ruido,  el Hueco de San Blas es un lugar muy adecuado.
La hoya o hueco de san Blas es un valle situado a los pies de La Pedriza, Cuerda Larga y La Najarra donde las verdes praderas y los extensos pinares ponen una nota de vida al pie de los riscos graníticos que los circundan. Los blancos parches de nieve y el fulgurante amarillo de las flores completan la colorida paleta de un enclave natural atrayente y delicado.
El Hoyo Cerrado es una disimulada y pequeña pradera situada unos 400m por debajo de Asómate de Hoyos y Los Bailanderos, a 1.770m de altitud, de cuya existencia uno se percata cuando va recorriendo en altura la cuerda montañosa a cuyos pies se encuentra.
Son las cabras sus habituales moradores, que aquí viven y se desenvuelven tranquilas, muy raramente disturbadas por los ocasionales visitantes que consiguen alcanzar este enclave, ya que no es tarea fácil dar con el camino para acceder a este escondido lugar. Una vez en él, resulta costoso abandonarlo, no por la dificultad de la senda, sino por la reticencia natural a dejar atrás un rincón tan apacible.
Tanto si se parte del Canto del Berrueco (900m), como si se hace desde la explanada donde se dejan los coches, junto al curso del Arroyo de Mediano (1.150m), algo por encima del embalse de los Palancares o de Mediano, un claro camino, posterior pista, se adentra en el pinar en suave ascenso.
Puntos azules: itinerario de ascenso. Puntos verdes: itinerario de descenso
Entre los árboles, en la distancia se recorta el perfil de la Cuerda Larga, con las cimas de La Najarra y de los Bailanderos. A sus pies, el amplio valle del Hueco de San Blas.

Todavía queda nieve en las alturas, en torno a la Najarra.

De la pista que vamos siguiendo en sentido NE, justo antes de una pronunciada curva hacia la derecha, en sentido SE, a la altitud de 1.300m, arranca a nuestra izquierda un claro cortafuegos que cruza el pinar en sentido NW. Subimos por él, junto a una pared de piedras que lo cierra por la derecha.
Atávica calavera coronando el murete. Nos adentramos en el hábitat de las cabras monteses
Tras haber superado unos 80m de desnivel se ve una abertura en el murete, por la cual pasamos, abandonando el cortafuego, siguiendo a continuación por la senda que arranca desde el otro lado del muro, y que en sentido NW entronca, a la altitud de 1.400m, con una segunda pista forestal que discurre más arriba.

Vista del Hueco de San Blas, en sentido Norte - Sur. Al fondo el embalse de Santillana
Continuando hacia nuestra derecha por la pista a la que acabamos de llegar, y a los pocos metros alcanzamos una zona amplia y de pradera, habilitada para el manejo de ganado, en donde la pista en la que estamos hace una curva clara hacia el SE. La seguimos durante aproximadamente 1km (parece que nos aleja del objetivo), hasta encontrar una barrera metálica que cierra el acceso a una senda (1.400m), hacia nuestra izquierda, que se adentra en el pinar, ahora ya en sentido hacia el N / NW. Hemos de atravesar esta barrera y continuar por el camino del otro lado de la misma.

El sendero es muy cómodo, el terreno tapizado de piñas y pináculos secos resulta mullido. Las lazadas contribuyen a ir ganando altura sin demasiada exigencia.  Al cabo de un rato la senda abandona el bosque y se estrecha; los pinos comienzan a escasear; sobre nosotros se ve el collado entre la Najarra y los Bailanderos, hacia donde claramente apunta el camino que vamos siguiendo. Hay que ir atento ahora para, a la altura de 1.600m, no pasar de largo el arranque hacia la izquierda de una trocha (hay algún mojón en este punto), que abandona el sendero principal para iniciar una clara travesía lateral, en sentido NW, al pie de la Cuerda Larga.
Ésta trocha continúa bien señalizada con hitos, y nos permite observar el paisaje de las cumbres de la Pedriza.
Arroyo Vitros
Al poco de atravesar el arroyo de Vitros ya se intuye próximo el Hoyo Cerrado, estamos a 1.770m y, tras un recodo del sendero, la panorámica se abre y tenemos a la vista  la pequeña pradera del Hoyo,
El Hoyo Cerrado
donde un rebaño de cabras monteses pasta y bebe apaciblemente.

Tras un momento de contemplación, acabamos accediendo a la pradera, totalmente cubierta de flores, enclavada entre las montañas.

Es un lugar en el que es recomendable dedicar un rato a recorrer sus rincones, a observar un antiguo chozo resguardado entre los pinos y a comer algo bajo la atenta mirada de las cabras. El tiempo corre despacio. Pocos ruidos disturban el ambiente.
No hay camino trazado que permita un acceso simple a la cuerda superior, si bien sí puede hacerse encaminándose hacia el Collado de Pedro de los Lobos.
Para el descenso puede desandarse el itinerario de subida, o cruzar la pradera y tomar una senda que nace justo enfrente del lugar por donde accedimos. Los mojones son visibles desde el comienzo, y el sendero está muy bien trazado, con unas lazadas pensadas para subir, con lo cual, resulta muy cómodo y descansado.
Vivac natural
Así, rápidamente, de forma muy directa, atravesamos un pinar por una senda que nos deposita en la pista de la subida, en el punto donde hay, a los pocos metros, una zona amplia y de pradera, habilitada para el manejo de ganado. A partir de aquí el itinerario coincide con el seguido durante el ascenso.
La descansada bajada permite ir observando y localizando los grandes collados de la Pedriza, que se marcan en el horizonte. Primero el de la Ventana,
Collado de la Ventana, desde el Hueco de San Blas
y después, ya más abajo, el de la Dehesilla. Accesos ambos evidentes al interior de la Pedriza desde la Hoya de San Blas.
Collado de la Dehesilla, desde el Hueco de San Blas
La contemplación del brioso arroyo Mediano acompaña nuestros pasos hasta llegar al lugar donde dejamos el coche por la mañana.

Tras la primera visita al Hoyo Cerrado, ya hace más de un  año, me dije a mí mismo que era un lugar al que volver, sólo o acompañado. Pocos sitios e itinerarios ofrecen tanta calma y recogimiento como éste.

lunes, 13 de mayo de 2013

En la Sierra de Guadarrama, divisoria entre Segovia y Madrid: San Rafael – Peña del Águila.


Entre el Alto del León (1.511m) y la Peñota (1.945m) se extiende un cordal con orientación  Sur – Norte / Noreste que, a lo largo de unos 6km, constituye un itinerario clásico en la Sierra de Guadarrama.
Mi amigo Manuel y yo lo teníamos en la cartera para “trotarlo” cuando la nieve se retirase y antes de que las temperaturas del verano lo transformasen en un penoso deambular. El recorrido original discurre por el lomo descubierto de la cuerda, entre los 1.500m y los 2.000m, con cortas incursiones entre los pinos que alcanzan a cubrir los collados intermedios.
Generalmente en nuestro caso, desde el germen de la idea original hasta la confección del plan concreto suele haber un trecho. Para este recorrido en particular la génesis ha sido la siguiente:
·         Como los 6 km originales parecían pocos, decidimos realizar un itinerario de ida y vuelta, dejando los coches en un único punto; así saldrían 12km.

·         En cuanto al sentido de la marcha, nos decantamos por iniciar el recorrido en el Alto del León (1.511m), pero como el desnivel acumulado se nos quedaba corto (no más de 700m de D+), optamos por cambiar el origen de la marcha, y dejar los coches a 1.300m de altitud, en una zona de praderas y pinos en San Rafael, al pie de Cabeza Reina, desde donde sale una pista que se adentra por el bosque paralela al cordal de la parte superior. De esta forma ya tendríamos por delante unos 1.000m de D+. La cosa se iba ajustando.

·         Una vez puestos, y dado que las zapatillas de trial running han estado arrinconadas durante este invierno de esquí de travesía, pensamos que podríamos redondear el trayecto “alargándonos” hasta la Peña del Águila. Alcanzamos entonces una vuelta ideal de unos 20km, con aprox. 1.000m de D+.
Son las 9h cuando iniciamos la marcha. La mañana es muy fría, el bosque del lado segoviano de Guadarrama se muestra espléndido, con el agua empapando el prado y discurriendo por cualquier sitio.

Abandonamos enseguida el sinuoso trazado de la pista y acortamos entre los altos pinos. Es zona de verdes pastos en los que vamos sorteando las reses que encontramos. Desde el gran macho alfa que nos evalúa y decide no actuar,

hasta las menos temibles hembras y crías, a las que nosotros observamos más tranquilos.

Y así, sumidos en estas contemplaciones, nos damos cuenta de que nos hemos despistado, en el sentido literal. Tanto bosque a través, entre lazada y lazada de la pista, nos pone frente al primer imprevisto de la jornada: un cortafuegos recién arado, con una pendiente propia de las pistas de esquiar, sólo que sin nieve, que sube todo recto y sin que se vea el final de la cuesta. Lo afrontamos con decisión y resignación ¡Trescientos metros de todo tieso! que nos quitan el frío de encima y que nos llevan hasta la Peña del Cuervo (1.706m), en plena cuerda, desde donde ya vemos el resto del itinerario que tenemos por delante.
Aquí, mientras tomamos un plátano reparador, introducimos una puntualización de último momento en el circuito a seguir: “A la vuelta de la Peña del Águila, podemos derivar hasta el Collado Real, punto en el que se acaba todo vestigio de pista y camino, visitar el pino majestuoso que hay por allí, y cruzar hasta retomar el Collado de Gibraltar mediante un “cantillano” (faldeo) al pie de los paredones SE de la Peñota”. Queda procesado en la memoria.

Iniciamos la marcha por la loma hacia el siguiente objetivo claro, las 3 puntas rocosas de la Peñota, por un evidente sendero cada vez más bonito, en el que los narcisos ponen su nota de brillante color,

Dejamos el camino plácido para adentrarnos en el más sinuoso y áspero que continúa hacia la Peñota.

Deambulamos ahora por un tramo en el que el granito y el verde se complementan vistosamente.

Los contornos de las rocas evocan formas en nuestra imaginación.
Ceño y expresión adustos los de este vigilante del roquedo
La senda se sigue bien y sin dificultades técnicas, discurriendo al pie de los paredones que nos acercan a las puntas de la cumbre. Alguna zancada amplia o ligera trepada se practica en este tramo.
Desde la cima más al Norte (1.945m), mientras tomamos una barrita energética y bebemos agua, contemplamos relajadamente la vertiente Sur de los Siete Picos.
Al fondo, a la izq, Peñalara. Siete Picos en el centro. La Bola y La Maliciosa, a la dcha.
Hemos tenido que abandonar precipitadamente el pico central de la Peñota, ahuyentados por un bullicioso quinteto de corredores que lo habían tomado al asalto.
Fijamos los ojos en el punto final de la marcha de hoy, la Peña del Águila. Aún queda un trecho, así que nos ponemos en marcha.
La Peña del Águila
Resulta placentero correr por estos parajes, aromatizados por los pinos y piornos.
En el Collado de Cerromalejo
En la cima del Pico del Águila (2.010m) hacemos una breve parada, para inmediatamente iniciar el retorno rápido al Collado de Cerromalejo, desde donde descendemos a la vertiente de Cercedilla, al encuentro de la Senda Real, cuya pista seguimos hacia el Sur, hasta que se termina en el Collado del Rey.
En el collado nos damos cuenta de la gran deriva hacia el Este que nos ha supuesto llegar hasta este punto, y de la ladera sin trocha ni senda que, poblada de piornos y zarzas, vamos a tener que atravesar para llegar de vuelta al cordal, en el collado de Gibraltar  ¡Segundo imprevisto del día!
Vistazo al “pino relevante” y solitario, que nos ha motivado venir hasta aquí, y con determinación iniciamos el flanqueo de la incómoda ladera, transitando por un entorno que en verano podría conducir a un desfallecimiento más que probable, pero que en estas circunstancias nos permite descubrir unos rincones que, de otra forma, nunca habríamos visitado.
Casi al final de la travesía, al pie de los paredones de la Peñota,

encontramos una pequeña y aislada zona de altos pinos donde un manantial escondido hace las delicias de los sentidos, tanto por la frescura del agua y del lugar, como por el tamaño de los árboles.


Aquí, resguardados del calor, parece que hasta las ramas cobran vida en forma de rostros emboscados.

Entre este lugar y el vecino Collado de Gibraltar, un montón de zarzas esperan a que las atravesamos con resignación y a fuerza de enganchones.
De vuelta en el cordal iniciamos el trote descendente en pos del Collado de la Sevillana, pasando junto a los restos de bunkers y formas graníticas curiosas que van jalonando el recorrido.
En el collado tomamos hacia el Oeste una pista amplia y evidente (haciendo caso omiso del aspa blanca y roja pintada en su comienzo) que desciende internándose en el bosque, y por la que rápidamente corremos hacia el lugar donde dejamos los coches por la mañana.
Las vacas que encontramos en la parte baja vuelven la cabeza con indiferencia ante nuestro paso, mientras atravesamos unos prados y un entorno más propio de una zona Alpina que de unos bosques situados a tan sólo 70km de Madrid, al otro lado de la Sierra.
Son las 4pm cuando alcanzamos los coches, tras haber realizado un circuito algo inusual, habiendo recorrido unos 23km y salvado un desnivel total acumulado de 1.150m de D+, que nos dejan con los sentidos reconfortados.