viernes, 27 de diciembre de 2013

Los Pinares de Venecia en Zaragoza.

Un lugar sin pretensiones que acoge y que requiere pulmones para re-correrlo.

Longevos ejemplares que resisten, que oxigenan y que fueron respetados, o mejor dicho, dejados a su ser.

Descuidados y ralos en la proximidad, ofreciendo mullidas trochas y veredas, rectas unas, sinuosas otras. Alfombras de pinochas que amortiguan las zancadas de quien entre ellos transita.

A menudo arguellados y enjutos, formando corrillos, alzan troncos y ramajes en busca del sol invernal.

Entrelazando ramas y hojas crean tenues cortinas por las que la luz se filtra. Sesgadas sombras y contraluces de las primeras horas, invitando a la carrera.

De pronto se acaba el bosque y nos damos de bruces con la solana, con lo inhóspito. Nos detenemos, como sopesando. Esquilmado territorio “exterior” que poco invita.

Giramos la cabeza y echamos la vista hacia el interior. Denso y poblado se muestra en la distancia. Verdor que atrae y que llama. Es momento entonces de retroceder, de volver a adentrarse en el pinar.


De nuevo entre los enjutos pinos, en descenso ahora, atención a las piedras sueltas y raíces que, de vez en cuando, asoman entre las acículas caídas.

Solitario entorno. Alguna que otra figura se cruza de vez en cuando, no muchas veces. Es sitio de individuos más que de grupos.

Ya queda poco, estamos en las lindes del lugar. Quebradas barandas delimitan este tramo, a un lado la senda, al otro, la pendiente ladera. Cuesta salir de él para poner de nuevo el pie en la urbe.


Los Pinares de Venecia quedan atrás, asequibles, sobrios y tan a la mano.

viernes, 20 de diciembre de 2013

A little nostalgia is just what we need at the end of a long year.

La nostalgia es un sentimiento temporal que, con cierto dejo de tristeza, nos lleva a desear volver, en pensamiento o de hecho, a un tiempo o a unos lugares anteriores.


Bajo su influencia añoramos lo que ya existió. Evocamos unas situaciones en las que nos sentimos especialmente bien. Vívidos momentos vividos se suceden uno tras otro en nuestro pensamiento. No tienen cabida en ella las penurias pasadas que, si acaso, asoman muy tímidamente y amortiguadas.

La nostalgia se alimenta de recuerdos. De airosos picos, de deslumbrantes paisajes, de exigentes recorridos, de fríos intensos, de descensos vertiginosos, de todas esas cosas que ocurren en el silencio: creer, compartir, reconocer, ayudar, percibir, sentir,...

Apoyados en ella olvidamos las fatigas pasadas, nos evadimos también de las que nos rodean, y encontramos la manera de seguir con nuestro caminar, en la convicción de que iremos generando nuevos recuerdos que, a su vez, nutrirán nostalgias futuras.

Para comenzar con un Año Nuevo, deseo:
  • Que descubramos la serenidad y la tranquilidad, encontrando momentos para integrarnos en la naturaleza que nos rodea,
  • Que sepamos contemplarlo todo como si fuera la primera y la última vez, con miradas largas y espaciosas, apreciando el valor de la sombra que da cobijo, del agua con la que apaciguamos la sed, y del precario abrigo en invierno.
  • Que vivamos, en fin, nuestro tiempo y nuestras circunstancias ya que, si vividas, serán nuestra vida.

Welcome to this bittersweet longing for persons, things, or situations of the past. 






















Happy Year 2014. Salud y Montaña!

domingo, 15 de diciembre de 2013

Nidos: escondrijos arbóreos que el otoño descubre.

Hojas que pardean, prestas a caer dejando a la vista las leñosas ramas que el verano había tupido.

En lo vertical, ocultos entre las ramas, buscados cobijos que, en función del tamaño de la abertura, seleccionan a sus ocupantes, restringiendo el acceso de oportunistas de mayor envergadura y amigos de lo ajeno.

En los más elaborados el agujero no está al ras del tronco, para impedir el acceso de serpientes al interior.

Otros, más sencillos, aposentados en las horquillas más altas.


El reducido número de los nidos hechos por las  mismas aves, y la poca abundancia de troncos huecos, albergues alternativos, lleva al hombre a tratar de paliar la situación, construyéndolos artificialmente y ubicándolos en la espesura.

Suspendidos y sin demasiado apoyo, entre caducifolios y perennes, aguardan el retorno de las aves que, con los primeros fríos, ya han emigrado. El silencio y el sosiego reinan en el entorno.



Matas con frutos maduros, a disposición de todo aquel que los necesite acopiar para su sustento de cara al invierno.


Parsimoniosos ejemplares unos, como sopesando y henchidos contra el relente.

Ágiles y nerviosos otros, vulnerables y esquivos en la proximidad del agua.

Y así pasará el invierno, descuidándose los nidos. 

Hasta que, con la primavera, los esqueletos de los arboles muestren las señales de vida, y retornen los pájaros en su búsqueda permanente de albergue, para poblar ramas, devorar brotes,

y habitar de nuevo sus esenciales y rústicas moradas. Y otra vez todo estará poblado de hojas y aves.



domingo, 8 de diciembre de 2013

Un lugar llamado Pedriza.

Las cosas con calma. No hay prisas. Buscamos una senda poco frecuentada, localizamos su comienzo, y adelante. La imaginación abierta, receptiva; las piernas distendidas, prestas para la gimnasia y las grandes zancadas; la vista atenta a los regueros helados que acechan en las umbrías.

Frío, roca, sol y algún hielo es lo que encontramos si, en la antesala del invierno, deambulamos por la Senda Maeso y la Gran Cañada, lugares por los que, a menos que surja un despiste, transitaremos cómodamente por el mundo del caos pétreo sin alejarnos demasiado del embalse de Santillana y del castillo de Manzanares el Real.

Por un lado nos sentimos atraídos por lo inhóspito y por los detalles que, a nuestro entender, lo dulcifican,


Mientras que por otro, encontramos paredones y enclaves que preferimos contemplar desde una “prudente” distancia.


De esta manera, lo mismo a la vez atrae y aleja.


Un mundo granítico que estimula la imaginación, en el que cada roca o rincón evoca formas diversas. 



Así es la Pedriza. Any one can walk through this chaos.