viernes, 7 de diciembre de 2018

Cascada del Cancho Litero en circular desde Villavieja del Lozoya ¡Una belleza escondida!

Cascada del Cancho Litero


Hay dos poblaciones en el valle del Lozoya desde las cuales se puede acceder, en salidas “mañaneras”, a dos bonitas cascadas; es San Mamés la puerta de acceso a la Chorrera de San Mamés (estilizada y abierta a las miradas), y es Villavieja del Lozoya el punto de partida para encontrar la Cascada del Cancho Litero (rotunda  en su escondrijo).

Ambas pueden visitarse integrándolas en un amplio circuito, pero describimos aquí sólo la circular desde Villavieja a la Cascada del Cancho Litero.



El otoño es una estación especialmente adecuada para deambular por los extensos robledales que cubren las laderas de las montañas que conforman el valle del río Lozoya. Al norte los Montes Carpetanos; al Sur la Cuerda Larga.

El frío de la mañana mantiene la escarcha sobre los campos que están a la sombra cuando inicio la marcha en Villavieja. La bruma todavía no se ha disipado hacia el Sur.


Donde la neblina lo permite el tibio sol ilumina el itinerario hacia la cadena de los Montes Carpetanos, en cuyo pinar, en algún lugar no visible desde la población, se encuentra la Cascada del Cancho Litero, confiriendo al paisaje un colorido especial, como de fábula.


Bien abrigado voy siguiendo aguas arriba un curso de agua. La lluvia de la víspera y las hojas caídas hacen que los abundantes charcos permanezcan ocultos, por lo que remojarse es bastante probable. Me detengo un momento, no mucho porque el frío es intenso, ante la Poza del Caz.


Continúo con esta circular, que estoy realizando en el sentido contrario a las agujas del reloj, en busca de la larga Colada de la Solana que seguiré en su totalidad, manteniendo siempre a la vista el amplio Puerto Linera y a su izquierda la Peñota con el cortafuego que llega hasta su cima.


Por encima de los omnipresentes muretes observo las nevadas cumbres Carpetanas alzándose sobre el extenso robledal.


Por encima de uno de los muretes soy observado.


Hacia atrás, un lecho de niebla pertinaz de la que sobresalen la Sierra de la Cabrera  y la mole del Mondalindo.


El camino me lleva por un robledal esclarecido al principio, adentrándose después en “la Solana” (atención en verano), siempre pegado a algún muro de los muchos que hay.

El roble da paso al terreno abierto donde el esparto medra. Cruzo la mirada con un flaco becerro que, curioso, alza la cabeza tras los espigados tallos. No me encontraré con persona alguna durante toda la jornada.


Transito por una zona de arbustos que se recorre agradablemente: acebos, endrinos (arañones, por mi tierra) y majuelos; bien cargados de bayas ofrecen sus frutos a cualquiera de los animales que los quieran aprovechar de cara al invierno que se acerca. Es un tramo bastante “espinoso” en el que conviene andarse con cuidado, tanto por los enganchones como por las frecuentes zonas encharcadas por las que se pasa.

Acebo repleto de bayas

Endrinos grandes y lustrosos a la espera de las primeras heladas que los harán endulzar
Antes de alcanzar el pinar, que cada vez se ve más próximo, unos solitarios y espléndidos acebos llaman mi atención.


La despejada Solana acaba abruptamente y el camino se “da de bruces” con el frontal de un denso pinar de muy altos y rectos ejemplares. El paisaje se transforma radicalmente y se torna frondoso y umbrío, donde las setas abundan.






Descendiendo en una corta diagonal llego a la conjunción de las aguas de los arroyos del Cancho Litero y del Espino.

Me aproximo al cauce, que baja crecido tras las fuertes lluvias habidas, y lo sigo aguas arriba por su orilla izq. orográfica (dcha. en sentido de la marcha). Hay indicios de trocha que aprovecho, y cuando no, continúo subiendo sin dificultad.


El rumor del agua acompaña mis pasos al tiempo que conscientemente me sumerjo en un baño de bosque, algo que me resulta especialmente gratificante.


Cuando el paraje comienza a embarrancarse “salgo” hacia la derecha siguiendo unos mojones que me guían hasta lo alto de unas rocas a donde me encaramo fácilmente. Abajo, entre la vegetación, al pie de un rojo arce, se intuye el escondrijo de la Cascada del Cancho Litero.


Abandono la atalaya y, descendiendo con cuidado por una mojada trocha, accedo al recoleto lugar donde el estruendo de la cascada aturde y el vapor del agua satura el ambiente.

Cascada del Cancho Litero
En un tramo de ida y vuelta retorno por el mismo camino al pinar que dejé hace poco y junto al arroyo que he seguido aguas arriba.

Busco el mejor punto para vadearlo, pues puente no hay. Voy arriba y abajo, desestimando las opciones de saltar sobre las piedras, por arriesgadas, ya que todo está mojado dentro y fuera del cauce, hasta centrar la vista en dos troncos paralelos, que no simétricos, húmedos y cubiertos de verdín (qué repelús me han dado siempre los troncos mojados), y que se me antojan como la opción mejor: o eso o vadear el arroyo con el agua hasta las rodillas.


Al final, con algún estiramiento que otro, alcanzo el otro lado “sin pescar”.

Una vez recompuesto, tan sólo me quedan unos metros más ladera a través hasta alcanzar una pista superior, la que desciende del Puerto Linera, y que tomo en bajada. Dejo atrás el pinar.


Siguiéndola por la Ruta de Matalambre re–corro su cómodo trazado a través de un bonito robledal.


Sin dejarla, llego primero a la urbanización de los Llanos y seguidamente a Villavieja del Lozoya, tras haber realizado una circular “mañanera” que me permite volver a casa a la hora de comer con la sonrisa y el regusto de haber visitado una de las cascadas más recónditas de la Comunidad de Madrid.

5 comentarios:

  1. Hola Carmar.

    Que bueno es alejarse aunque sea solo por la mañana de la contaminación de la gran ciudad para respirar aire limpio y de paso disfrutar de tan recóndita cascada, que si bien el tramo final resulta intrincado, el resto viendo el mapa es bastante sencillo.

    Un saludo

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    1. Recorrido agradable y sin complicaciones con final feliz. Tiene su encanto.

      Un saludo

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  2. Desde luego que es un rincón escondido digno de perderse en él. Fascinante espacio natural con todo tipo de naturaleza variada.
    ¿Pasaste por esos troncos babeados por la humedad sin resbalarte? Eres un todoterreno de marca. A mí también me horroriza el hecho de pensar sólo en pasar sobre ellos.
    Un abrazo.

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    1. Que cómo pasé preguntas, querido Javier, pues te lo explicaré:

      A horcajadas sin problemas hasta la mitad llegué, mientras ambos troncos estaban a nivel; ahora que cuando luego empezaron a divergir, ay entonces, entonces sí me paré, y sobre ellos montado, pensé que si seguía seguro que antes de llegar al otro lado, me caería.

      Reculé pues pausadamente, con ambos pies colgando a cada lado del resbaladizo soporte, y como pude y con mucho apuro, deshice lo arrastrado, y volví a encontrarme del arroyo, en el mismo lado.

      Pero había que pasar, y los troncos de asidero sí valían, así que, sobre una primera piedra dentro del arroyo, cuya resbaladiza punta del agua apenas sobresalía, puse primero el ojo, y luego el pie derecho, a la par que a los troncos me asía. De esta guisa estando, y con medido movimiento, alargué la pierna izquierda para, en máxima extensión, con el pie al cabo de la misma, y a los troncos abrazado, alcanzar una segunda piedra prácticamente sumergida sobre la que, tras rápido apoyo, me impulsé y pude por fin llegar el otro lado sin haberme apenas mojado.

      Un abrazo

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    2. Jaja...Eres un crak. Seguro que tendrías mucho que enseñar sobre alto riesgo en montaña a Jesús Calleja.

      Un abrazo.

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