Interior del hayedo de la Pedrosa |
Principio de noviembre; Samaín, el año nuevo de los celtas, ha
comenzado. Lo viejo debe morir para volver a renacer. Dijo “e-cuervo”.
El de La Pedrosa, en Segovia (no
lejos de la población de Riaza), es el más pequeño de los tres hayedos
“supervivientes” del Sistema Central. El de Montejo, en Madrid, y el de Tejera
Negra, en Guadalajara, son los otros dos. Se distingue de ellos por crecer en
un sitio mucho más expuesto a las inclemencias climatológicas.
El pequeño hayedo se encuentra entre
los 1.500m y 1.700m de altitud, en las amplias y muy pendientes laderas de la
montaña, orientadas al Norte - Noroeste y barridas por el fuerte viento que
suele azotarlas sin contemplaciones ni obstáculos naturales. Estas condiciones
son la causa de que los árboles en el hayedo de la Pedrosa sean de menor
envergadura que sus congéneres de la vertiente Sur, estando sus troncos
retorcidos y firmemente enraizados sobre la fuerte pendiente.
El hayedo está “insertado” entre
las grandes extensiones de robles que cubren mayoritariamente la montaña que
separa Segovia de Guadalajara, ofreciendo el conjunto una otoñada espectacular.
Verde del brezo, ocre del roble y rojizo del hayedo coloreando la ladera de la montaña |
Brezo, haya y roble hasta donde alcanza la vista. Al final el embalse de Riofrío de Riaza |
Nos adentramos en el bosque y sin senda, que ni la hay, ni la
buscamos, seguimos nuestra intuición ladera arriba.
Inicio del recorrido por el bosque: izq. ejemplar de roble; centro y dcha. comienzan las hayas. |
Caminamos en zigzag buscando
moderar el efecto de la pendiente, deteniéndonos cada poco, fascinados por el entorno.
La mirada vaga en todos los sentidos: alrededor mayormente, hacia abajo luego,
a la hora de avanzar, para seguidamente dirigirse hacia la bóveda boscosa de
lo alto.
La roja alfombra de hojas de haya
amortigua los pasos. El paraje resulta de lo más primigenio.
Seguimos hacia arriba, buscamos
llegar al robledal que sabemos que hay una vez acabada la franja del hayedo.
Marchamos mirando atentamente a dónde ponemos los pies, la hojarasca oculta
huecos y rocas.
Vemos que ahora las hojas caídas
son una mezcla de haya y roble. Estamos cerca del límite superior
del hayedo.
Hojas de haya |
Hojas de roble |
Alzamos la vista, al alcance una
franja vegetal de brezo y rododendro, de unos cuatro metros de ancha, tras la
cual sólo hay robles que, retorcidos y enjutos, forman un apretado conjunto que
atravesamos con cierta dificultad hasta llegar a su final, un centenar de metros
más arriba.
En el límite superior del hayedo. El brezo se vislumbra a continuación. |
Por entre enjutos robles seguimos hacia arriba |
Alfombra de hojas de roble |
Alcanzamos el límite superior del robledal. |
A partir de ahí sólo brezo hasta
coronar el cordal.
Como lo que nos ha movido a venir
es admirar el cromatismo del otoño decidimos retornar al bosque y darnos la
segunda inmersión en él, esta vez cuesta abajo, saturando los sentidos del sorprendente
colorido que el otoño saca de los árboles caducifolios.
Descendemos de vuelta al hayedo que se encuentra tras salvar la franja de matorral que lo separa del robledal. |
Retornando por el hayedo |
Culminamos un itinerario de ida y
vuelta que nos deja extasiados y cuyas imágenes permanecen vivas en la memoria
durante mucho tiempo habiendo experimentado el abrazo de robles y hayas que la
naturaleza da a quien por ella se adentra con respeto y quietud.
Uffffffffffffffff... "Alfombra de hojas" que tanto me encantou quando vi e senti o outono espanhol pela primeira vez. Uma mistura de encantamento e divertimento pisar nas folhas secas, caminhar em silêncio e sentir o aroma delicioso que domina o ar... foram vários passeios inesquecíveis! Sempre "un itinerario de ida y vuelta que nos deja extasiados y cuyas imágenes permanecen vivas en la memoria durante mucho tiempo habiendo experimentado el abrazo de robles y hayas que la naturaleza da a quien por ella se adentra con respeto y quietud." Grata por me recordar... preciosa rota, graciosa entrada com tantas imagens de sonhos...
ResponderEliminarUm beijo
Alfombras sobre las que arrastrar los pies a medida que un suave crujido de hojas secas acompaña nuestras pisadas. Oliendo el bosque, sintiendo el embrujo del entorno.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Teca.
Un abrazo.
Qué agradable es transitar por los bosques de haya. Siempre limpios y despejados.
ResponderEliminarGusta disfrutar de las hojas con sus colores otoñales antes de caer, pero casi disfruto más arrastrando los pies bajo el manto tras su caída.
Gracias por el reportaje.
El bosque del hayedo siempre tiene lustre. Sus ramas caídas difícilmente se tronchan y en cambio se muestran flexibles a nuestro paso. Esclarecidos y espaciosos acogen y envuelven a quien por estos bosques se adentra. La humedad persiste en ellos.
EliminarConocidas sensaciones que cada vez te parecen nuevas.
Gracias por tu comentario.
¿Quién ha visto sin temblar
ResponderEliminarun haya en un pinar?
Mi abuelo Carmelo(+), testigo de la repoblación-profanación que sufrió Moncayo me contaba sobre un acebal que nacía en el Barranco de Morca y ascendía hasta la Ermita de San Gaudioso. A veces, buscando el rebollón o el boletus misterioso en el pinar casi centenario me salía al encuentro un acebo añoso bajo el que abrazarse a la tierra ancestral. El haya nueva extiende sus garras donde han decidido que el pino debe partir. Algún día el haya nueva y el acebo añoso, futuro y pasado, volverán a abrazarse a la tierra madre que espera.
Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
Eliminarte erguiste en desnudez y desaliento,
sobre una gran alfombra de hojarasca
que removía indiferente el viento…
Esperemos pues, y demos tiempo al tiempo para que, cuando el haya nueva se abrace con el añoso acebo podamos alguno tal hecho presenciar.
Un abrazo, Andrés.
Que preciosidad de hayedo. Nosotros llevamos varios otoños visitándolo, y cada vez me fascina más. Hace unos quince días lo cruzamos camino de la Crestas del Dragón; el año pasado lo cruzamos camino de La Buitrera y ermita de Hontanares; hace dos años lo cruzamos para ascender al Granero (Tiñosa); y hace tres hicimos lo que vosotros, subir y bajar por él, sin más: seguiré volviendo cada otoño a este mágico lugar...y como las meigas, senda haberla hayla jajaja. Un abrazo
ResponderEliminarConstato de nuevo cómo el bosque "tira" de los enamorados de la naturaleza. Estos hayedos son para rendirles pleitesía.
EliminarGracias por tu comentario y un abrazo.
Hola Carmar.
ResponderEliminarCon senda o sin ella, atravesar este tipo de bosques, es un deleite para los sentidos. A ver si podemos disfrutar alguna salida más del otoño, aunque en pirineos ya no es posible.
Un saludo.
Atravesar, deambular, perderse mientras uno se reencuentra con lo primitivo, todo esto y más proporciona el bosque, especialmente bello en otoño.
EliminarTarde es ya para la otoñada en el Pirineo, pero seguro que encontramos algo que satisfará nuestra afición por lo inédito e intrincado.
Un abrazo, Eduardo.