Valle de las Batuecas |
En el corazón del Parque Natural
de la Sierra de Francia la singularidad y belleza del valle de las Batuecas ha
dado lugar al dicho “estar en las Batuecas”, expresando la sensación de estar
distraído, absorto y embelesado.
Angosto y solitario valle cuyo recorrido
parece una consecuencia lógica tras haber visitado las Hurdes durante la
jornada anterior.
Monasterio carmelita del siglo
XVI a la entrada del valle, distintos abrigos albergando pinturas rupestres
esquemáticas datadas en el neolítico (10.000 años AC) ubicados no lejos de la
misma, cañones emboscados por donde el agua fluye entre bosques de alcornoques,
constituyen el poderoso atractivo que nos lleva a recorrer este itinerario de
ida y vuelta con una longitud total de 11km, salvando un desnivel en
ascenso de algo más de 400m de D+.
Caminar, ver, observar,
abstraerse, embelesarse con el paisaje.
Son poco más de las 8 de la
mañana cuando comenzamos la marcha tras dejar el coche en el reducido
aparcamiento que hay en el km 34.5 de la carretera que une la población de las
Mestas (Extremadura) con la de la Alberca (Salamanca).
Comienzo de la marcha, todavía a la sombra |
La primera parte del camino se hace sobre una pasarela pensada
para sillas de ruedas, con paneles explicativos de la fauna y la flora,
escuchando el fluir del río Batuecas, atravesando el comienzo del bosque por el
que deambularemos las próximas horas.
Llegados junto al Monasterio
aparecen las señales blancas y amarillas que seguiremos en adelante.
Al principio el sendero bordea el
muro del recinto monacal permitiendo discretas y ocasionales vistas del
interior.
Tras la fronda exterior se ven los cipreses del monasterio |
De entre los árboles que
encontramos nos llaman especialmente la atención los tejos, así como un gran
eucaliptus cuya presencia se huele desde la distancia y los alcornoques de gran
porte. El recogimiento del trayecto trasciende.
Tejo |
Eucalipto |
El sendero se sigue sin problema
alguno.
Pronto llegamos al arranque de un tramo con escalones que, saliendo
hacia la derecha y con pasamanos de soga blanca, conduce al abrigo de las
Cabras Pintadas, ubicado unos 50 metros por encima del sendero.
Abrigo de las Cabras Pintadas, desde su base junto al río |
Tras el necesario ajuste de la
vista a las rojas pinturas comenzamos a ver las cabras, alguna escena de caza y
los motivos simbólicos en forma de puntos y barras alusivos a estrellas.
Desde la aérea plataforma en la
que se encuentra el abrigo las vistas son vastas y atractivas.
Poza del río Batuecas vista desde el abrigo |
Retornamos por las mismas escaleras
al sendero de la parte baja, junto a la poza que veíamos desde arriba, y
continuamos hasta las siguientes pinturas rupestres, las que se encuentran
sobre el Canchal del Zarzalón.
Para acceder al abrigo, de nuevo
hay que abandonar la senda principal junto al río y ascender por una trocha que
se encamina ladera arriba, entre los alcornoques, hasta alcanzar la parte
vertical de las rocas.
Una vez superada la cuesta se sigue una
cornisa que lleva directa al abrigo del Zarzalón, donde de nuevo la vista ha de
adaptarse antes de empezar a identificar las pinturas sobre la piedra.
Abrigo del Zarzalón |
Continuamos por una trocha
descendente que nos conduce al sendero principal. Comenzamos ahora la última parte
del itinerario, la que nos llevará hasta la cascada del Chorro.
La senda junto al río Batuecas
cada vez es más emboscada. La vegetación resulta exuberante.
A tramos caminamos por el mismo
lecho del río, para luego alejarnos un poco y volver a retornar a él.
Seguimos aguas arriba hasta que
llegamos a la confluencia con el regajo del Chorro que desemboca por nuestra
izquierda en el Batuecas cuyo caudal aguas arriba ha disminuido notablemente.
Toca cruzar el cauce casi seco del río Batuecas |
Cruzamos el exiguo cauce unos
metros por encima de la desembocadura del regajo y nos encaminamos ladera
arriba por el barranco del Chorro aprovechando una senda que se aprecia
nítidamente en la otra orilla.
La subida, corta pero muy
pronunciada, discurre por un alcornocal antiguo y bien arraigado que hace
reflexionar sobre la dura existencia de las personas que, en épocas pasadas,
subsistían a base de realizar tareas como la de ir a coger el corcho allá donde
la naturaleza lo había puesto.
Salimos a terreno descubierto,
por encima del arroyo del Chorro, junto a los muretes de un aprisco en desuso.
Terreno áspero y seco que para nada advierte de la proximidad de la cascada que
andamos buscando.
Nos detenemos unos instantes bajo
la exigua sombra de un enebro. Necesitamos imperiosamente hidratarnos y comer
algo. Enfrente, al otro lado del barranco, los paredones de las Torres captan
la atención.
Continuamos la marcha por una
difuminada trocha que, hacia el Oeste, se interna en el barranco.
De nuevo los alcornoques, luego
la vegetación se va espesando, algunos troncos hospedan abundantes colonias de
hongos. La humedad va en aumento.
Finalmente damos vista a la
cascada del Chorro. Estamos a pocos metros de llegar.
Cascada del Chorro |
El sendero desciende y termina a
ras de la poza que recibe el agua de la cascada. Es un rincón que no tiene
salida más que por donde hemos llegado. Fresco, recoleto y escondido, donde nos
quedaríamos mucho rato.
En la cascada del Chorro |
Pero hemos de retornar, que el
calor se va aposentando y aún nos queda la vuelta, así que tras una nueva
hidratación emprendemos el retorno, ya sin las incertidumbres del terreno
desconocido, lo que nos permite ir admirando todavía más los paisajes por los
que transitamos.
A tramos la exuberante vegetación
sorprende y encanta a la vez.
Tras cruzar el Batuecas
retornamos al cobijo de la sombra continua.
Marchamos por un tramo de amplia
cornisa al pie de unas rocas cuando, de repente, un macho cabrío salta al
camino desde una repisa superior con el consiguiente sobresalto, tanto para él
como para nosotros.
Se detiene a pocos metros; nos
miramos, estira los músculos del cuello, nos volvemos a mirar, se da media
vuelta y desaparece lentamente.
A partir de este punto empezamos
a cruzarnos con los menos madrugadores que se dirigen a ver las pinturas
rupestres.
Llegamos de vuelta hasta los
muros del convento.
Atravesamos el bonito puente
sobre el arroyo de Barrigoduro que desemboca en el río Batuecas.
Flanqueados por el alto muro seguimos
aguas abajo, completando el último kilómetro de un itinerario de ida y vuelta
que, durante unas horas, nos ha permitido explorar y descubrir los bellos e
intrincados rincones del valle de las Batuecas donde nuestros antepasados muy
remotos dejaron su impronta.
“¡Cosa no vista jamás, ni imaginada en España!, pero tal es la montaña
que hemos dejado atrás que, según tengo mirado, hace un castillo cerrado de
peñas que al cielo llegan” (Lope de Vega).
Hola Carmar.
ResponderEliminarBuen recorrido, perfecto en extensión, que permite disfrutar de una recóndito valle, sin sufrir en demasía el calor de la zona, y de la época en la que nos encontramos.
Un recorrido muy bien elegido, por bonitos paisajes, agua, vegetación, y pinceladas de historia, con esos abrigos rupestres, donde aquí por lo poco accesible del terreno, parece que se conservan mejor que en otras zonas, y no hace falta "ir con el pincel" a retocarlas.
Salud y Montaña!
Esperando que fuese bonito resultó mucho más atractivo de lo que esperábamos. En el valle de las Batuecas se hace realidad aquello de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
EliminarSalud y Montaña, Eduardo.