lunes, 15 de febrero de 2016

El Parque de la Casa de Campo de Madrid. Un lugar para correr entre árboles singulares.

Lago y surtidor de la Casa de Campo
En su origen fue un coto de caza real. Con 1.722 hectáreas resulta el mayor parque público de Madrid, atravesado por dos arroyos, el de Meaques y el de Antequina, con un gran lago y poblado por gran variedad de árboles: encinas, pinos, olmos, fresnos y plataneros, principalmente, entre los que correr resulta placentero a la par que ilustrativo.

Algunos de sus árboles, en función de su: peculiar aspecto, altura, diámetro de la copa, perímetro del tronco o antigüedad, están catalogados como “árboles singulares”. Merece la pena detenerse unos instantes para contemplarlos.

Sólo hay que decidir por cuál de las varias puertas de acceso se entra al recinto, que está delimitado por una larga tapia de la época de Sabatini, e iniciar la exploración, que en mi caso comenzó a fin de otoño, culminada con esta de principios de febrero. Si bien ambas son complementarias, la diferencia substancial entre una y otra radica en los colores, luminosos y descollantes de la primera, frente a los apagados de la segunda, amén de que en otoño me circunscribí al interior de la Casa de Campo, mientras que ahora en invierno decidí completar el circuito “extra muros”, como describiré más adelante.

Opto por acceder a través de la Puerta del Rey, justo frente al río Manzanares. Una gaviota otea desde su elevada posición.

Nada más entrar, a mano derecha, me acerco a contemplar el Cedro del Reservado (Cedro del Himalaya – 150 años de antigüedad), tan alto (25m) que está encinchado para evitar que se escore todavía más y acabe cayendo.

Cedro del Reservado
Tras la visita inicio la carrera en dirección al lago artificial por un paseo muy transitado flanqueado por altos plátanos, vestidos de otoño entonces y ahora deshojados.

Paso bajo un par de esbeltos pinos y al poco llego al lago, en cuyo centro hay un potente surtidor.

Lo flanqueo en sentido contrario a las agujas del reloj fijando la mirada en el gran platanero que veo enfrente y al otro lado del agua, el Plátano Gordo (Platanus Hybrida), que en sus 200 años de vida ha conseguido alcanzar los 20m de altura, desarrollando un tronco de  4m de perímetro.

Al otro lado del agua: el Plátano Gordo
El Plátano Gordo
La vegetación otoñal ofrece a la vista su abigarrada paleta de colores antes de extinguirse bajo el influjo del invierno.

Robinia pseudoacacia

Acacias
El fuerte viento riza la superficie del agua. Me ajusto bien el cortaviento, mantengo el trote y con un instintivo quiebro evito “in extremis” ser atropellado por un ciclista que ni siquiera gira la cabeza.

Sauce
Completo la circunvalación y continúo la carrera por una senda paralela a la carretera que se dirige hacia el Zoo hasta llegar al siguiente árbol singular,  un emboscado y algo maltrecho Taray del Humedal, de cuyo tronco tumbado salen varias ramas nuevas.

Taray del Humedal
Continúa el sendero por una olmeda por la que se corre bien.

Al poco la senda desemboca en el Pinar de las Siete Hermanas, lugar de altos ejemplares a donde retornaré posteriormente, una vez haya llegado al Zoo, para subir hacia la estación del Teleférico.

Pinar de las Siete Hermanas
De momento continuo en la dirección que llevaba, dejando la subida al Teleférico para después, adentrándome ahora en el Encinar del Batán, donde añejos ejemplares mantienen su porte acusando el paso del tiempo.

Encinar del Batán
Sigue luego una fresneda, luminosa en otoño y apagada en invierno.

Fresneda
Para alcanzar finalmente el arroyo de Meaques y el puente de hierro que lo cruza. Junto a él se encuentra la Encina del Puente de Hierro (Quercus Ilex), que cuenta con 200 años en su haber, cuyo tronco se divide en dos gruesas ramas principales.

Encina del Puente de Hierro
Unos cientos de metros más y llego al Zoo, rodeado de resplandecientes acacias.

Acacias junto al Zoo
Es momento de retroceder hasta el Pinar de las Siete Hermanas, en otra ocasión seguiré el perímetro de la tapia.

De vuelta en el Pinar tomo una senda ascendente hacia la estación del Teleférico. Van quedando atrás los efímeros colores de la zona baja.

A partir de este punto las trochas y sendas discurren entre pinos y encinas. Continuos sube y bajas por un bosque en el que me acabo desorientando; tal es el número de senderos posibles.


De manera que cuando topo con la tapia, en la que hay una entrada principal, pregunto a los que por allí andan y, para mi estupor, me informan de que estoy en la Puerta de Somosaguas ¡He tenido una deriva de casi 90º!

Asumido esto, y tras tomar una barrita energética, decido seguir paralelo al tapial para alcanzar unos kilómetros después la Reja y el arroyo de Antequina, junto al cual troto durante un centenar de metros hasta alcanzar el lugar al que quería llegar originalmente, el Puente de las Garrapatas. 

Puente de las Garrapatas
En este punto cojo una amplia pista que, tras salvar el arroyo y atravesar un paso sobre las vías del tren de cercanías, abandona el recinto de la Casa de Campo a la altura de las estribaciones de Aravaca.

Y aquí llego a una conclusión evidente: ¡Como yo quiero acabar llegando al Parque de la Dehesa de la Villa, trazo una línea mental mediante la cual, con tan sólo ir atravesando las carreteras que me separan del objetivo, lo tengo hecho!

Así que salgo  del recinto de la Casa de Campo y me lanzo a la búsqueda de las pasarelas por las que cruzar la M500, la A6 y la carretera del Pardo. No tan sencillo, realmente.

Con tesón y preguntando de vez en cuando, voy encontrando los pasos elevados de las carreteras. 

Con el Parque de la Dehesa en el horizonte emprendo, con ciertos titubeos, la bajada de la Cuesta de las Perdices por un senderillo que discurre paralelo a la autovía, ganando confianza a medida que compruebo que tiene continuidad.

Resulta sorprendente que todavía se mantenga alguna trocha medianamente transitable junto a los modernos trazados de las carreteras, pero es así.

Tras tanto subir y bajar, primero por lo vegetal, después por lo urbano, habiendo conseguido “cerrar el círculo”, empiezo a sentir las punzadas inequívocas del hambre. Con el pensamiento fijo en las tortitas de maíz recubiertas de chocolate que no había querido tomar en el desayuno, recorro las conocidas pendientes del Parque de la Dehesa de la Villa que me llevan a finalizar un circuito de 17 kilómetros de longitud habiendo salvado un desnivel total de 300m de D+.


Parque de la Dehesa de la Villa
Las flores del almendro son fieles reflejo del benigno invierno que ni gota de nieve está dejando este año en la zona Centro.

 “La flor de febrero no llena el granero”

6 comentarios:

  1. Hola Carlos, esto es lo único que me da envidia de Madrid: sus parques, son una preciosidad, los pocos que conozco los he recorrido paseando, al trote tienen que ser una pasada.
    Salud(os),

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    1. De Madrid, además de sus hermosos y extensos parques, yo ampliaría el zoom para no dejar fuera la Sierra de Guadarrama, en general, y la Pedriza, en particular.
      Salud y Montaña.

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  2. Hola Carlos.

    Menuda vuelta que le distes a la Casa de Campo, desde luego un recorrido muy didáctico por este vergel de la ciudad de Madrid.

    Con estos parques tan grandes, casi no es necesario salir de la ciudad, para disfrutar de la naturaleza, aunque esa pedriza, a mi me tira muuuucho.

    Salud, y montaña, amigo Carlos.

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    1. Aún da para más la Casa de Campo, pero ya le iremos dedicando tiempo. La Pedriza en primavera es de lo más agradecida ¿lo vamos pensando?
      Salud y Montaña, querido Eduardo.

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  3. São esses detalhes que você descreve lindamente nesta bela reportagem que me trazem plena curiosidade de conhecer Madri.
    Um beijo

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    1. Los parques de Madrid son amplios reductos de naturaleza en medio de la urbe. Abundantes y bellos son todos ellos. Una delicia para los sentidos. Saludos, Teca.

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