martes, 15 de julio de 2014

Al pie de la Cuerda de los Pinganillos, en la Pedriza Posterior.

En la Pedriza de Manzanares a los pináculos los llaman “pinganillos”. La Cuerda de los Pinganillos, pétrea estructura que constituye la parte SE de la herradura que delimita la Pedriza Posterior, está formada por una serie de abruptos y difícilmente accesibles riscos de granito cuyo punto más relevante es El Pájaro o Pinganillo grande, siendo la Muela y los Guerreros componentes no menos reseñables de la misma.

Al Sur de la Cuerda, el Callejón del Laberinto; al Norte de ella, un recorrido a pie de farallón ideal para espíritus curiosos y dispuestos a sortear grandes bloques, deleitarse con recoletas placillas, refrotarse en estrechas grietas, u “opositar” si la abertura lo permite, así como reptar bajo amontonamientos de enormes bolos que forman largos pasos subterráneos para salir, finalmente, a la radiante luz, confluyendo con la parte superior del Laberinto.

Déicar y yo salimos del aparcamiento de Canto Cochino con la idea de recorrer esta desconocida ruta, y el propósito de visitar el jardín del Pájaro, cuyo acceso arranca de la misma.

Al poco de comenzar el sendero hacia los Llanillos, justo antes de llegar al vadeo del Arroyo de la Ventana, tomamos una trocha no muy marcada, señalizada con un mojón, que sale hacia la derecha, en sentido de la marcha, y que cruza el arroyo sin dificultad. Estamos en la vertical de la cara Sur del Pájaro.

Al otro lado del curso de agua, la trocha asciende fuertemente, entre pinos al principio y matorral después, encaminándose hacia la base del Pájaro. Los mojones se siguen bien.

El terreno es duro y las carrascas cubiertas de liquen confieren un aspecto añejo y montaraz al entorno. 

Ascendemos entre rocas graníticas erosionadas caprichosamente; el sol toca las partes altas mientras nosotros nos acercamos cada vez más a la base de la Cuerda.


Una vez que la alcanzamos, en el lugar donde comienza la vía de escalada por la Sur del Pájaro, derivamos hacia la izquierda manteniéndonos tan próximos a la pared como lo revuelto y caótico del terreno nos permite. Comienza el recorrido del “callejón” al pie de la cara Norte de los Pinganillos.

Pasamos por donde nos parece más accesible. Ante cada obstáculo elegimos la opción que, a nuestro entender, da más continuidad.

El risco de La Muela ha quedado ya atrás. El acceso al jardín del Pájaro también. Debimos haber tomado el canalón que vimos más abajo, y que decidimos no subir; así que sigue pendiente para otra vez.

El risco de La Muela
Unos cuantos buitres están posados, a la espera de que el sol caliente suficientemente el aire como para que empiecen a formarse “las térmicas” que les ayudarán a volar sin demasiado esfuerzo.

<<Hasta que las térmicas nos alcancen>>
Nosotros vamos ascendiendo por un ámbito enmarañado donde la intuición, la elasticidad y la técnica en algún que otro paso, son convenientes y necesarias.


En un momento determinado nos encaramamos sobre la Cuerda para, tras observar que “la placilla” a la que acabamos de acceder no tiene continuidad, descender de nuevo al callejón.

El último tramo, unos quince metros de longitud, discurre “bajo” una aglomeración de grandes bolos graníticos que dejan una especie de túnel subterráneo, del que se sale finalmente tras un paso por oposición de no demasiada dificultad.

Al fondo, la entrada al túnel bajo los bolos
Por dentro del túnel
Boca de salida, o de entrada, según se mire, del túnel
Tenemos a la vista el Mogote de los Suicidas y la pared de Santillana. 

Mogote de Los Suicidas; tras él, la pared de Santillana
Como vamos bien de tiempo pensamos que ascender a la Santillana, por su chimenea de la cara Norte, es una buena opción para, desde arriba, otear cómodamente el horizonte.

Bosque y formaciones rocosas en el camino hacia la pared de Santillana
Pared de Santillana; cara Sur
Cima de la pared de Santillana. Abajo, en primer término, el Mogote de los Suicidas. Marcado el trayecto desde el callejón de los Pinganillos.
Embalse de Santillana, desde la cima de la Pared de Santillana
Tras un tiempo de contemplación en su cima iniciamos el descenso hacia el collado de la Ventana, lugar desde donde emprendemos el retorno a Canto Cochino, a través del bosque y siguiendo el curso del Arroyo de la Ventana. En verano se agradece sobremanera transitar bajo los árboles.

En una parada, mientras a la sombra tomamos unos frutos secos y bebida isotónica, nos fijamos en las formas rocosas que nos rodean. Bien sea por la calenturienta imaginación inducida por la radiactividad (del sol de mediodía o del granito), o bien sea por la falta de alimento contundente, el caso es que en los roquedos de la Pedriza “se ven cosas”.  Cada quien ve las suyas, pero en nuestro caso, aquí vimos un par de caras: una rústica y con boina (a la derecha) y otra más medieval y con capirote (a la izquierda).


En la Pedriza se ven "cosas"
Boletus edulis
El hermoso “boletus edulis” que encontramos después, y que tanto alegró a Deicar, fue el digno colofón de una jornada que nos llevó a realizar un circuito poco habitual, sin aparente rumbo fijo, que nos condujo por parajes a tramos inéditos y gimnásticos, mayoritariamente solitarios, aprovechando la sombra de paredones y árboles, para acabar observando cómo los buitres, por fin impulsados por las térmicas, sobrevolaban  la Cuerda de los Pinganillos. 

Cuerda de Los Pinganillos
Buitres sobrevolando El Pájaro (dcha) y La Muela (izq)

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Lo bueno si breve, dos veces bueno. Contento con tu reaparición. Salud y Montaña, amigo.

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