lunes, 28 de octubre de 2013

Los Siete Picos por las umbrías boscosas de Valsaín y Navazuela, en otoño.

La Cuerda de Siete Picos (antiguamente llamada Sierra del Dragón), es una de las rutas clásicas de la Sierra de Guadarrama. Cordal orientado de Este a Oeste, erguido entre los Puertos de Navacerrada y la Fuenfría, tiene un algo de “desorientador” para los menos iniciados:
  • Siendo siete los picos que lo constituyen, normalmente sólo salen seis como resultado del primer conteo. Y del segundo también. Hay que ampliar la panorámica, alejar el zoom mental, y volver a contar.
  • El primero y más modesto de la serie, el Pico de Majalasna (1.934m), queda algo descolgado al Sur del resto del conjunto.
  • El más próximo al Puerto de Navacerrada es el de mayor altura (2.138m), y es el que hace el número siete.

Amanece en Navacerrada; ya rompe el día, anunciando un sol que, en cuanto se alce del todo, irá desvaneciendo las brumas provenientes de las lluvias que han precedido.

Atrás queda la época en la que buscábamos alcanzar en coche la máxima cota posible, para comenzar desde allí la marcha. Ahora, Manuel y yo, decididos a embebernos a fondo del bosque otoñal, cruzamos el Puerto de Navacerrada y descendemos a la vertiente Norte Segoviana. Queremos recorrer desde abajo, desde el Puente de la Cantina, el inmenso pinar de la umbría de Siete Picos.

Fuente del Puente de la Cantina
Dejamos el coche junto a la fuente, a 1.250m de altitud, y comenzamos la marcha cruzando el puente sobre el río Eresma, encaminándonos hacia un paso con torno metálico que vemos a la derecha. Lo cruzamos y el sendero enseguida nos lleva a una pista asfaltada. Desde aquí caminamos por el GR-10 que seguimos durante los próximos tres kilómetros aproximadamente hasta el  puente que cruza el arroyo. Se respira otoño y humedad.

Poco después la pista asfaltada gira bruscamente a la derecha, en dirección norte. Nosotros abandonamos la pista para seguir por otra de tierra. A partir de aquí la pendiente se empina a base de bien. Vamos aguas arriba del Arroyo de Minguete. El terreno rezuma humedad, los sombreros de la amanita muscaria ponen su toque colorista al ocre del camino.

La sombra y el frío nos espolean en la subida, los bastones son de gran ayuda para superar este cortafuego disimulado por la hierba y las acículas de pino que lo tapizan. En el cielo, por encima de las copas de los altos y vigorosos pinos silvestres, la luna aún es visible en la primera claridad del día.

Finalmente salimos al calor del sol que sí toca el collado de la Fuenfría. El encanto es bruscamente truncado por las descargas de los que allí apostados disparan contra las aves que lo sobrevuelan.

Sin pausa, y sobresaltados por los tiros, emprendemos la subida hacia el Cerro Ventoso. De nuevo transitamos a la sombra de esta ladera Oeste; en lo posible vamos evitando el resbaladizo canchal. Coronamos, alcanzamos la cima del Cerro (1.965m) y nos reconfortamos con el sol que la baña. Bello otero a merced del viento. Al frente, el contrafuerte central del cordal de los Siete Picos.

Hacia atrás, las soleadas laderas Este del Cerro Minguete, collado del mismo nombre y Montón de Trigo; tras el collado asoma la Mujer Muerta. Un chaparro y retorcido pino silvestre da testimonio de los fuertes vientos que azotan este lugar.

Descenso rápido al Collado Ventoso y, por la Senda de los Alevines, a través de la umbría de Navazuela, nos encaminamos al primero de los Siete Picos, alcanzando en poco tiempo el collado de Majalasna. A partir de ahora, y durante un rato, abandonaremos las húmedas umbrías y deambularemos por la luminosa calidez de las caras Sur.

Primer alto en la cima del Pico de Majalasna, a nuestros pies la apacible y reducida pradera del mismo nombre.

Unos caballos pastan despreocupadamente. El granito de las rocas y sus esquirlas de mica y cuarzo relucen bajo el sol.

La silueta del segundo de los Siete Picos (2.093m), y lo que nos queda por delante, hace que nos pongamos en marcha.

La pendiente del camino se acentúa; un pino, altivo, descortezado y blanco, se yergue entre sus congéneres. Al poco accedemos trepando a la cima del segundo de los Picos.

A partir de éste, el recorrido del espinazo del Dragón supone un sube y baja continuo, alternando la sombra de la cara Norte con el templado entorno de la vertiente Sur.

La ventana del diablo
Amontonamientos de grandes bloques, pétreas ventanas, húmedo Norte y seco Sur sucediéndose.


Procuramos trepar a las sucesivas puntas por las zonas soleadas, rehuyendo en lo posible la húmeda roca, controlando cuidadosamente la adherencia.

Camino del Quinto Pico la visión completa del contrafuerte rocoso hace que nos detengamos un momento. En su cima, una persona de pie; en el extremo opuesto, donde comienza la línea de rocas que culminan en la cumbre, una silueta cuanto menos "sorprendente".

¿Un moai de la Isla de Pascua en plena Sierra de Guadarrama?

La cumbre del Quinto Pico (2.109m) es un buen lugar para recorrer el cordal con la mirada. Hacia atrás, en primer plano, el “pequeño” Majalasna y los demás.

Por delante, los más concurridos Sexto y Séptimo (éste con punto geodésico incluido).

Con el Séptimo se acaba el cordal y comenzamos el retorno al punto de partida, de nuevo por el bosque, siguiendo el Arroyo de Matasalgada primero y el del Telégrafo después. Para lo cual hemos de descender hacia el Puerto de Navacerrada, hasta cruzar con el telesilla de la pista de esquí del Telégrafo. En este punto y por la pista de esquí abajo (¡Que menuda cómo se pone de hielo en tiempo de invierno!), comenzamos a cerrar el circuito internándonos en el hermoso bosque de Valsaín compuesto por enhiestos ejemplares de pinos de característico tronco asalmonado.

Ocasionales concentraciones de musgo sobre las rocas dan la nota de brillante color verde.

Vamos siguiendo el cauce del arroyo, inmersos en un pinar denso y abigarrado, percibiendo el inagotable rumor del agua, a ratos mansa, a ratos turbulenta, encajonándose en pequeñas cascadas.

Los altos ejemplares, alzándose sobre el sotobosque otoñal de helechos, recibiendo los oblicuos rayos solares del atardecer, quedan prendidos en nuestras retinas.


Poco después llegamos al coche que dejamos en el Puente de la Cantina, tras haber realizado un recorrido de unos 20km, salvando un desnivel total de unos 1.100m de D+.

martes, 22 de octubre de 2013

Hoyo Cerrado y su entorno. Lugares singulares y especialmente tranquilos.

Amaneció el día muy cubierto; totalmente nublado sería más correcto decir; vamos, de hecho, lo preciso del todo es que cuando me levanté, aún de noche, no se veía estrella alguna y el ambiente rezumaba humedad; poseedor de un optimismo a toda prueba y confiando en el parte meteorológico, que había vaticinado una ventana entre borrascas, desayuné fuerte y cuando me estaba preparando para salir de casa:¡Llovía mansamente!

Preso de un voluntarismo merecedor de otros fines pensé que, ya que estaba preparado, valdría la pena ir y ver amanecer “in situ”, por si mejoraba.

No obstante, y dadas las circunstancias, pergeñé un circuito que discurriera lo más posible por senda o trocha, evitando canchales húmedos y resbaladizos.

Y así fue cómo, de camino hacia “la zona de la Pedriza”, mientras el cielo iba dejando ver la luna y algún claro que otro, tracé este itinerario:

Canto del Berrueco – Hueco de San Blas – Hoyo Cerrado – Collado al Sur de Asómate de Hoyos – Peña Linderas – Alto de Matasanos – Pedriza Posterior – Collado de la Ventana – Hueco de San Blas – Canto del Berrueco.

La bruma lo envuelve todo y la humedad inmediatamente cubre de vaho los cristales de mis gafas cuando empiezo el trote al pie del Canto del Berrueco.

El Canto del Berrueco
Voy siguiendo la margen derecha del arroyo de Mediano cuando,de pronto, las nubes se abren dejando ver una Cuerda Larga soleada, prometedora. La imagen despeja todas las dudas ¡El tiempo va a ser bueno!

Llego a una zona de aparcamiento en la que no hay ningún coche. Cruzo la barrera y sigo la marcha por la pista que se interna en el bosque de pinos. A cada zancada voy constatando que la bruma se levantan dando paso a una mañana luminosa.


En el momento indicado abandono la ancha pista y continúo subiendo por estrecha y cómoda senda entre altos pinos. No hay  más sonidos que los que producen mis pisadas y, de vez en cuando, los cantos de los pájaros. Tenue es la neblina que cubre la zona.

La humedad ambiente es notoria, permitiendo que los helechos todavía sigan verdes a finales de octubre.

Finalmente accedo al Hoyo Cerrado, disimulada y pequeña pradera situada unos 400m por debajo de Asómate de Hoyos y Los Bailanderos, a 1.770m de altitud, lugar íntimo y recoleto cuyo acceso no resulta fácil de encontrar (itinerario) y del que tampoco es ni cómodo ni frecuente salir por “la parte de arriba”. Hoy es el día en el que voy a llevar a cabo una tarea que tengo pendiente desde la primera vez que lo visité: “trazar” y “marcar” el itinerario para alcanzar la Cuerda Larga desde aquí.

El Hueco Cerrado. A la derecha, línea de trazos indicando la salida a la Cuerda Larga
El tiempo sigue siendo bueno. Recorro la imaginaria línea que tracé al llegar al Hueco. Procuro mantenerme alejado de la zona de bloques de granito, superando las sucesivas terracitas, entre piornos y rocas no muy grandes; la intuición me va guiando mientras voy poniendo los mojones. Me detengo un momento para contemplar lo que ya llevo recorrido. Abajo, el Hueco sigue en la sombra y las nubes se van aproximando.

Una cabra de aspecto simpático me observa construir los hitos que quizá el viento del invierno hará tambalear. No encuentro tantas piedras menudas como serían de desear, así que levantar cada uno me lleva un rato, amén de unas cuantas genuflexiones.

Finalmente, y con menos dificultad de la prevista, alcanzo la parte superior del barranco, accediendo a una ladera de pendiente moderada que baja del cordal que une el Pico de Asómate de Hoyos con Peña Linderas. Sigo jalonando la trocha hasta entroncar con el camino que surca la loma. Espero que, en adelante, alguien más aproveche esta opción.

A mis espaldas, camino de Peña Linderas, veo cómo las nubes se han apoderado de la vertiente Este que acabo de abandonar. De hecho, están pugnando por desbordar la cuerda y derramarse hacia el otro lado.

Camino en medio de la bruma. Desde Peña Linderas busco orientarme hacia las Torres de la Pedriza. No veo bien. En un determinado momento, y durante breve tiempo, distingo la inconfundible silueta del “Dedo de Dios” que, casi inmediatamente, vuelve a ser engullido por la niebla.

El "Dedo de Dios"
Orientado ya, desciendo con precaución por la pedregosa ladera. Las piedras resbalan. Al poco paso junto a un grupo de cabras que parecen tan despistadas como yo, percatándose de mí presencia sólo cuando estoy a no más de un par de metros de ellas.

Entre la bruma me resulta difícil identificar el camino que da acceso al Comedor de Termes. De hecho lo dejo de lado, y sigo hacia el collado del Miradero, hasta que me doy cuenta; entonces rectifico y vuelvo.

Por fin lo alcanzo y sin parar continúo rápido, bordeando la Pedriza Posterior alternando tramos envueltos en la niebla con otros donde la claridad es mayor. La roca está menos resbaladiza de lo que esperaba, pero hay que andar con cuidado.

La Esfinge se muestra imponente en este medio tan gris y húmedo.

La Esfinge
Últimos metros de destrepe hasta alcanzar, seguidamente, el Collado de la Ventana, lugar donde tomo unas barritas energéticas y bebo agua, antes de emprender el descenso hacia el Hueco de San Blas atravesando la Lagunilla del Lomo, para completar el circuito de hoy.

Las nubes quedan más arriba, la visibilidad es perfecta; por delante 900m de desnivel por buena y empinada senda en la que las piernas vuelan y las zancadas cunden.


Qué delicia deambular por estos bien conservados bosques donde prevalece la comunión con el entorno.

lunes, 14 de octubre de 2013

Corriendo por el Monte del Pardo. Medio maratón por bosque, dehesa y ribera.

Ayer era verano, hoy es otoño; empieza a hacer frío y la lluvia ha estado golpeando las ventanas durante la noche. No pinta la cosa como para aventurarse por la sierra, así que echo mano de lo que bien a mano tengo: el Monte del Pardo.

Este espacio natural, mirador de la Sierra de Guadarrama, bosque de pinos, encinas y alcornoques, atravesado por el río Manzanares, ofrece  recorridos variados con desniveles moderados que, convenientemente enlazados, dan para mucho, tanto en desnivel acumulado como en longitud. A la postre, la dureza de un itinerario la marca quien por él transita.

El circuito de hoy lo haré, mayormente, paralelo a los muros y alambreras que delimitan la zona pública de la privada.  Largo perímetro de unos 25km de longitud cuyo trazado lleva por trochas y senderos nítidos, entre pinos y encinas primero, para acabar transitando por la ribera del río Manzanares: variado, natural, duro.

Dejo el coche en la zona de aparcamiento de Somontes. Primer tramo de subida entre bosque de pinos hasta alcanzar el muro de la Quinta. Continúo ascendiendo, siguiendo la tapia hasta que se acaba, enlazando entonces con la alambrera.

El sendero desciende durante unos cuantos kilómetros. Encinas y fresnos alternándose.


Entro en una zona más plana, el arbolado se aclara. Las encinas predominan. Es la dehesa.

A la izquierda, lo público y yo; a la derecha, lo privado y los corzos.


Entre ambos, la malla de alambre. Artificial, metálica, limitadora. Lástima que no haya otros medios para preservar la vida tranquila y natural.

Me cuenta mi amigo Luís que antes, hace varios lustros, acudía con su padre aquí mismo para que los corzos comieran de la mano. No había separación entonces.

Encaro el último tramo del recorrido por la parte más elevada del monte; toca ahora un verdadero rompepiernas, encadenando subidas y bajadas cortas (de unos 30m a 50m), pero muy pendientes, por medio de pinar. La inacabable alambrera, insensible a mis resuellos en las subidas, marca inexorable la dirección a seguir. Parece que nunca torcerá. La urbanización de Mingorrubio queda allí abajo.

Por fin el alambrado hace un giro de 90º, internándose en el pinar. Lo agradezco y de qué manera. Desciendo velozmente por amplia senda hacia la urbanización.


Alcanzo la ribera del río Manzanares y busco la represa que corta el cauce del río, gran losa de hormigón de unos 15m de amplitud, surcada en su parte central por un canal de aproximadamente 1,5m de anchura que sirve para canalizar “toda el agua” que lleva el Manzanares. Un ciclista me dice que: “Ya no existe, la retiraron hace más de un año. Si quieres cruzar por allí, o vas en bicicleta o te mojarás”.

A los pocos metros alcanzo el lugar donde estaba la losa. El ciclista tenía razón. De hormigón ni rastro. Así que, sin titubeo alguno y para asombro de los que están en ambas orillas, vadeo el río a zancadas, sacudo el agua cuando llego a tierra firme y continúo la carrera aguas arriba, hasta la presa, por zona de fresnos todavía con sus hojas verdes.

Una vez en el aliviadero del embalse, el camino se acaba: parada, marcha atrás, y trote por el margen derecho hacia abajo; a mí izquierda el río, a mi derecha la alambrada de nuevo.

La vegetación se beneficia de la proximidad del agua.


Los juncos tapizan el cauce.

Algo se mueve entre ellos.


Llego al puente de los Capuchinos. Desde aquí hasta el de la Zarzuela, el sendero sigue discurriendo paralelo a la malla metálica. Por delante, un estrecho camino, muy poco frecuentado y naturalmente bien conservado, que huele a ribera.

La vegetación junto al río se va tiñendo de los colores tibios del otoño, de esos contrastes tan característicos de la época.

En cambio, cuando el sendero se aleja tan sólo unos pocos metros de la orilla,el paisaje se presenta amarillo y agostado, con la avena loca y los cardillos pugnando por adherirse a la ropa.


Paso bajo el puente del ferrocarril, ya estoy cerca del final; me preparo para vadear el arroyo de la Trofa, y cuando llego a él descubro que está seco. Me planteo volver a atravesar el Manzanares para pasar directamente a donde he aparcado el coche, pero prefiero seguir hasta el puente de la Zarzuela, cruzarlo a pie seco, y completar un itinerario que bien puede calificarse de “Medio Maratón, generosamente medido”.