lunes, 14 de octubre de 2013

Corriendo por el Monte del Pardo. Medio maratón por bosque, dehesa y ribera.

Ayer era verano, hoy es otoño; empieza a hacer frío y la lluvia ha estado golpeando las ventanas durante la noche. No pinta la cosa como para aventurarse por la sierra, así que echo mano de lo que bien a mano tengo: el Monte del Pardo.

Este espacio natural, mirador de la Sierra de Guadarrama, bosque de pinos, encinas y alcornoques, atravesado por el río Manzanares, ofrece  recorridos variados con desniveles moderados que, convenientemente enlazados, dan para mucho, tanto en desnivel acumulado como en longitud. A la postre, la dureza de un itinerario la marca quien por él transita.

El circuito de hoy lo haré, mayormente, paralelo a los muros y alambreras que delimitan la zona pública de la privada.  Largo perímetro de unos 25km de longitud cuyo trazado lleva por trochas y senderos nítidos, entre pinos y encinas primero, para acabar transitando por la ribera del río Manzanares: variado, natural, duro.

Dejo el coche en la zona de aparcamiento de Somontes. Primer tramo de subida entre bosque de pinos hasta alcanzar el muro de la Quinta. Continúo ascendiendo, siguiendo la tapia hasta que se acaba, enlazando entonces con la alambrera.

El sendero desciende durante unos cuantos kilómetros. Encinas y fresnos alternándose.


Entro en una zona más plana, el arbolado se aclara. Las encinas predominan. Es la dehesa.

A la izquierda, lo público y yo; a la derecha, lo privado y los corzos.


Entre ambos, la malla de alambre. Artificial, metálica, limitadora. Lástima que no haya otros medios para preservar la vida tranquila y natural.

Me cuenta mi amigo Luís que antes, hace varios lustros, acudía con su padre aquí mismo para que los corzos comieran de la mano. No había separación entonces.

Encaro el último tramo del recorrido por la parte más elevada del monte; toca ahora un verdadero rompepiernas, encadenando subidas y bajadas cortas (de unos 30m a 50m), pero muy pendientes, por medio de pinar. La inacabable alambrera, insensible a mis resuellos en las subidas, marca inexorable la dirección a seguir. Parece que nunca torcerá. La urbanización de Mingorrubio queda allí abajo.

Por fin el alambrado hace un giro de 90º, internándose en el pinar. Lo agradezco y de qué manera. Desciendo velozmente por amplia senda hacia la urbanización.


Alcanzo la ribera del río Manzanares y busco la represa que corta el cauce del río, gran losa de hormigón de unos 15m de amplitud, surcada en su parte central por un canal de aproximadamente 1,5m de anchura que sirve para canalizar “toda el agua” que lleva el Manzanares. Un ciclista me dice que: “Ya no existe, la retiraron hace más de un año. Si quieres cruzar por allí, o vas en bicicleta o te mojarás”.

A los pocos metros alcanzo el lugar donde estaba la losa. El ciclista tenía razón. De hormigón ni rastro. Así que, sin titubeo alguno y para asombro de los que están en ambas orillas, vadeo el río a zancadas, sacudo el agua cuando llego a tierra firme y continúo la carrera aguas arriba, hasta la presa, por zona de fresnos todavía con sus hojas verdes.

Una vez en el aliviadero del embalse, el camino se acaba: parada, marcha atrás, y trote por el margen derecho hacia abajo; a mí izquierda el río, a mi derecha la alambrada de nuevo.

La vegetación se beneficia de la proximidad del agua.


Los juncos tapizan el cauce.

Algo se mueve entre ellos.


Llego al puente de los Capuchinos. Desde aquí hasta el de la Zarzuela, el sendero sigue discurriendo paralelo a la malla metálica. Por delante, un estrecho camino, muy poco frecuentado y naturalmente bien conservado, que huele a ribera.

La vegetación junto al río se va tiñendo de los colores tibios del otoño, de esos contrastes tan característicos de la época.

En cambio, cuando el sendero se aleja tan sólo unos pocos metros de la orilla,el paisaje se presenta amarillo y agostado, con la avena loca y los cardillos pugnando por adherirse a la ropa.


Paso bajo el puente del ferrocarril, ya estoy cerca del final; me preparo para vadear el arroyo de la Trofa, y cuando llego a él descubro que está seco. Me planteo volver a atravesar el Manzanares para pasar directamente a donde he aparcado el coche, pero prefiero seguir hasta el puente de la Zarzuela, cruzarlo a pie seco, y completar un itinerario que bien puede calificarse de “Medio Maratón, generosamente medido”.

2 comentarios:

  1. Recorrido periférico de este ecosistema mediterráneo, limitado por muros y alambradas, tan cerca de la gran urbe pero que conserva un bosque de encinas adehesadas que nos transporta imaginariamente al campo charro. Buen campo de pruebas para entrenar cuestas, cambios de ritmos, carrera continua. Cada uno elige su rutina, su método, su trazado, su tempo. El aire fresco y limpio regenera los pulmones y permite recargar las fuerzas para seguir dibujando nuevos objetivos. Salud y Montaña a zancadas ligeras y secas, a ser posible.

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    1. Secas mejor que húmedas, sí, que bien me ha costado remontar el amago de catarro que me anduvo rondando toda la semana. Un abrazo, Manuel.

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