martes, 5 de febrero de 2013

El Monte del Pardo: atalaya, alternativa, destino.

La Maliciosa, desde el monte del Pardo
Ajeno a los brillantes reclamos, este lugar, a escasos 5 km de Madrid, ofrece a los amantes de la naturaleza mucho más de lo que se puede esperar de un sitio tan próximo a la gran urbe.
No era el propósito inicial de Manuel y mío para la mañana del domingo. Más bien, ni se encontraba como alternativa en nuestros planes.
De hecho, los dos estábamos en el Puerto de Navacerrada a las 7:45h, pertrechados de esquiadores intrépidos de montaña, esperando dentro del coche a que, con el amanecer, amainase la violenta ventisca que nos mantenía allí ateridos, con una temperatura exterior de -5ºC.

A medida que pasaban los minutos la ventolera, en lugar de amainar, mantenía todo su vigor. Cuando a las 8:30h los contornos ya eran más nítidos, pero la nieve seguía cayendo con insistencia, transportada en volandas por el fuerte aire, llegamos a la conclusión de que no era el día más adecuado para recorrer  con esquíes las cimas de la Cuerda Larga, si es que en algo valorábamos nuestra integridad y la posibilidad de ver paisajes, en lugar de ir arrastrándonos sobre el hielo luchando contra el viento cual condenados, no viendo más allá de unos metros, azotados por las insistentes ráfagas. El proyecto original queda pendiente para otro fin de semana, si la nieve aguanta, que en esta sierra es muy efímera.


Como el madrugón había sido notable (peaje que tiene el subir a la Sierra de Madrid en invierno), aún disponíamos de bastantes horas por delante, tantas como para volver cada uno a su casa y cambiar impedimenta de esquí por la más ligera de carrera de montaña, y qué mejor alternativa que el Monte del Pardo.
Este espacio natural, mirador de la Sierra de Guadarrama, bosque de pinos, encinas y alcornoques bien conservado, atravesado por el río Manzanares, ofrece  recorridos variados con desniveles moderados que, convenientemente enlazados, dan para mucho, tanto en desnivel acumulado como en longitud. A la postre, la dureza de un itinerario la marca quien por él transita.
En días así, qué diferencia se aprecia entre ver la Sierra desde la distancia a sentirla desde dentro.
Dejamos el coche junto al club de Somontes y emprendemos la carrera ascendiendo por entre pinos y encinas hasta dar con el muro de la Quinta; a partir de aquí todo es correr por bosque junto a la delimitación de la zona pública con la privada del Monte del Pardo.

Kilómetros de naturaleza por trochas y senderos nítidos, trotando sobre arena granítica,

con la Sierra de Guadarrama a nuestra derecha (cubierta de pertinaz nube), mostrando su lado más descubierto, el Sur,

mientras nosotros saboreamos un ambiente de arbolado fresco, luminoso y diáfano. Allá el crudo y blanco invierno, aquí el verdor que la humedad hace brotar en los pinares.

Alcanzamos a ver, en la distancia, la población del Pardo, abajo a la izquierda, a continuación la urbanización de Mingorrubio, más allá la zona deportiva, todo ello bañado por el Manzanares. Luego bajaremos hacia él. Atrás queda Madrid.

Entramos en el último tramo del recorrido por la parte más elevada del monte; toca ahora un verdadero rompe piernas, encadenando subidas y bajadas cortas (de unos 30m a 50m), pero muy empinadas, por medio de pinar. Procuramos no embalarnos demasiado en los descensos y no frenar del todo la carrera en las cuestas arriba que siguen inmediatamente.

El itinerario, en síntesis, discurre pegado a la alambrera de la zona privada con dehesa bien protegida que, esta vez, no permitió ver los corzos y jabalíes que la habitan.

Enlazamos con un camino franco que discurre entre pinos y alguna encina antigua y poderosa, para salir finalmente a la altura del campo de fútbol de Mingorrubio;

Nos acercamos hasta el río y seguimos carrera aguas abajo hasta alcanzar el puente de los Capuchinos. Lo cruzamos, y ahora por la ribera derecha, emprendemos el tramo final hacia el lugar donde dejamos el coche hace un par de horas.

Desde este puente hasta el de la Zarzuela, el sendero de nuevo discurre paralelo a la alambrera. A nuestra izquierda, el río Manzanares, a la derecha, tras la valla, lo privado se extiende en lontananza. Por delante, un estrecho y resbaladizo camino, muy poco frecuentado y naturalmente bien conservado, que huele a ribera.
Pasamos bajo el puente del ferrocarril, ya estamos cerca del final, y nos encontramos con el arroyo de la Trofa, la única dificultad de la jornada, que bien mirado no es tal, pues se puede cruzar de dos maneras: bien en plan equilibrista, si uno se anima a dar unos pasos laterales asido a la valla, sobre las aguas, confiando en que la alambrera resista y no se venza con el propio peso, o bien optar por vadearlo con el agua por la pantorrilla; en cualquier caso, no deja de ser un aliciente más en este itinerario que, un poco más allá, tras haber recorrido unos 22km, permite acceder de nuevo al lugar donde dejamos el coche hace poco más de dos horas y media.  

3 comentarios:

  1. Bienaventurados los capaces de crear un plan B en pocos segundos, porque de ellos será el premio del goce y disfrute! Buenos reflejos para aprovechar el momento. Y suerte de tener esos alrededores de Madrid tan bonitos y tan bien conservados.

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  2. Un plan B improvisado sobre la marcha para dejás atrás el crudo invierno de las sierras de interior, y pasar a una cuasiprimavera donde el verdor del sotobosque mediterráneo devuelve a uno a esas tierras nuestras de dehesas, para saborear un recorrido exigente a zancadas ligeras, como no podía ser menos. En suma un acierto de alternativa, un descubrimiento de un lugar privilegiado, y un reencuentro con esa cadencia que es el correr y que tan buenas sensaciones deja. ¡Que más se puede pedir! Pues si, compartir las emociones y tomar resuello para seguir. Salud y Montaña

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  3. Gracias Manumar y Manuel, tocayos ambos entre vosotros mismos, por vuestra reflexión sobre "el plan B"; término éste que debemos manejar con cuidado en estos días. Si buenos son los "B" improvisados, que transparentes resultan, no lo suelen ser tantos otros "B" que, no saliendo a la superficie, lo que dejan traslucir es una premeditación merecedora de mejores destinos.
    Pero volviendo a lo que nos ocupa, sí es verdad, Manumar, que alguna suerte tenemos los que habitamos en Madrid al tener estos entornos (algo había de haber, además de coches y agitación).
    También estoy de acuerdo, Manuel, en que acertamos en nuestra elección y que además, todo lo que se puede pedir lo encontramos a lo largo de esas zancadas que nos marcamos.
    Y a ver si ya podemos encontrar la nieve en condiciones, que ya va tocando. Salud y montaña.

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