lunes, 7 de mayo de 2012

Peña Blanca. En un lugar cautivador y relegado de la sierra de Malagón.

Curioso bastión rocoso en medio del pinar, tranquilo, en un entorno magnifico. Aislado roquedo que emula a sus “vecinos” pedriceros (que son los que se llevan el renombre y popularidad, a la que son merecedores, sin duda alguna) quedando este apartado lugar  a la espera de que algún solitario buscador de “rarezas” deambule por estas peñas, transite por los callejones, se asome a sus balcones y cornisas, cuidando de dónde pone manos y pies en su trepar por las moles de granito que tanto contrastan con el verdor de las praderas que las circundan, el bosque de pinos y las laderas tapizadas de gayuba. Aquí reside precisamente su encanto.
Y hacia este objetivo nos hemos encaminado Manuel y yo en esta mañana fría y húmeda, partiendo desde la localidad de San Rafael, esperando que el sol pueda con la niebla que cubre la montaña por encima de los 1.500m.
Los 5ºC de temperatura hacen que comencemos abrigados y que el paso sea vivo mientras nos dirigimos hacia el collado Hornillo por el GR-88.
La sucesión de días de lluvia, vamos ¡Semanas van ya! hace que el bosque de pinos se  muestre  magnífico y el agua baje a raudales por el Arroyo Mayor, paralela a cuyo cauce discurre la primera fase de la subida.
En cualquier sitio encontramos torrentes subsidiarios al Arroyo, que hemos de saltar, rodeados por  el colorido collage que aportan  troncos, musgos y helechos.
A medida que ascendemos hacia el collado de Hornillo, el bosque se va abriendo, y el sol, aunque todavía no puede con la niebla, la va empujando ladera arriba hacia cotas cada vez más altas. Nosotros avanzamos fascinados por este entorno tan salvaje y natural que estamos teniendo el privilegio de contemplar y respirar.
Sin apenas percatarnos alcanzamos el collado; seguimos durante unos 20 metros la carretera que viene de Peguerinos para enseguida dejarla y tomar una senda que sale hacia la derecha, en sentido Suroeste, que nos lleva hacia el reducto de la Peña Blanca.
La gayuba en flor tapiza las laderas bajo el pinar. Vamos rondando los 1.650m manteniendo a nuestra izquierda la loma que une las cimas de Cabeza Líjar, la Salamanca y el Palanco.
Alcanzamos la base de la Peña Blanca. Las huellas de moto en el sendero y el ruido que generan tres motoristas que están rodando por la zona, nos disturban. Afortunadamente se van por otros derroteros y la calma vuelve a implantarse. De nuevo se escucha el canto de los pájaros y el sonido de nuestras pisadas. Estamos al pie de las rocas que componen estas prominencias graníticas.
Manuel y yo nos miramos mutuamente, sopesamos lo resbaladiza que está la roca, mojada en más de un tramo, pero de mutuo acuerdo, alcanzado sin mediar palabra, comenzamos a tantear el mejor sitio por el que trepar hacia zonas más altas, bordeando la Peña Blanca. Con la humedad la adherencia es muy precaria, así que vamos con sumo cuidado. Probamos, corregimos, nos izamos.
Saltamos, procuramos apoyar “de plano” la zapatilla, el resbalón acecha.
Finalmente alcanzamos una plataforma elevada desde donde contemplar el horizonte. El sol, que ha podido con la niebla, no ha conseguido disipar las nubes, pero la vista es amplia, el musgo cubre las rocas, y en esta reducida tribuna natural hacemos un alto para tomar algo de fruta antes de emprender el descenso, camino del Valle de Enmedio, que queremos recorrer antes de subir al pico de la Cueva Valiente.
Compartimos plataforma y atalaya con una pareja de amantes petrificados
Cargamos con las mochilas y nos ponemos en marcha. Lo primero que hemos de hacer es encontrar una vía adecuada para bajar, que nos evite alguno de los pasos entretenidos que hemos tenido que superar en la subida hasta aquí.
Oteamos, miramos y finalmente optamos por un destrepe que obliga a refrotarnos un poco contra el granito en algún que otro pasito estrecho. Nos lleva un rato poner de nuevo los pies sobre el terreno llano de la base.
El itinerario por el Valle de Enmedio es una verdadera delicia; el sol comienza a iluminar los claros del bosque, el terreno está empapado de agua, caminamos por una alfombra verde y mullida. La humedad y el olor a naturaleza nos impregnan.
Ascendemos en dirección al Norte, hacia la cima de Cueva Valiente, pasamos por el plano de las Navas del Toril y alcanzamos los restos de carretera asfaltada que nos lleva hasta el refugio y punto geodésico que marca la máxima altitud de esta sierra de Malagón, los 1.903m de la Cueva Valiente.
La panorámica desde esta atalaya sobre las cumbres más elevadas de Guadarrama no tiene impedimento alguno.
Valle del río Moros. Mujer Muerta a la izq. Montón de Trigo a la dcha.

Nevadas, la Bola y las Cabezas del Hierro. A la dcha. con restos de nieve, la Maliciosa
Desde la población de San Rafael, visible desde aquí 700m más abajo, el viento nos trae las inconfundibles notas de “un afilador”. Sonido armónico y arcaico que nos sorprende y hace sonreír.
Pero hace frío, el aire arrecia y el sol no acaba de “poder”, así que a descender tocan, ¡Y por el sitio más directo posible! Nos encaminamos recto hacia el Peñoncillo, por empinada ladera, sobre matas de enebro que afortunadamente sostienen bien nuestro peso. Los bastones ayudan de lo lindo.

Un recio tronco, recuerdo de lo que fue, soporta solitario el paso de las estaciones
Dejamos atrás los enebros para  internarnos en el bosque de pinos; ahora ya hemos encontrado una senda que seguir, y la pendiente se modera.
La sensación de apoyar la mano sobre el mullido y embebido musgo, apretando suavemente para conseguir que el agua rezume por entre los dedos, es de lo más gratificante. Te sientes conectado y en sintonía con la naturaleza más elemental.
El sendero se sigue bien, cada vez es más amplio, nuestra marcha es rápida, cómoda, y llegamos de vuelta a San Rafael con el sol dándonos en la espalda. Se conoce que al final sí ha podido.
Recorrido de unos 13km, salvando un desnivel total de 800m de D+, por bosques claros que no agobian, frondosos pinos, exuberante sotobosque, frescura y agua por doquier, atalaya continua sobre la próxima sierra de Guadarrama de la cual “se estira” este ramal de la sierra de Malagón, con entretenida trepada por granito húmedo. Zonas relegadas y solitarias cuya belleza y condición se mantiene y conserva gracias precisamente al olvido en el que están.   

4 comentarios:

  1. ¿Cómo se percibe la naturaleza cuando detienes el paso y miras, escuchas, hueles a tu alrededor? Observas la vida que da el agua por donde pasa y el vuelo esquivo del rabilargo, oyes el graznido estridente de los grajos alborotados por el cortejo nupcial, y percibes la fragancia de las plantas y la frescura del ambiente que despiertan tus sentidos. Todo ello aderezado con unas peñas escondidas y disfrutonas, con pasos que ponen la pimienta a la salida. Y el punto de humanidad que supone un gesto tan simple y profundo a la vez como es hundir las manos en el musgo. ¡Ah!, y el muérdago que nos da su protección frente al Fauno, que vaga por esos bosques. Salud para disfrutar y curiosidad para sentir. Manuel

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Afortunados pueden considerarse aquellos a los que la naturaleza "toca" y alcanza, haciéndoles partícipes de sí misma. Tales dichosos seres no tienen más que "ponerse" a su alcance y dejar que ella obre. Agradecidos estamos pues de tener tal privilegio. Salud y ¡Sienta quien pueda,y quien pueda sienta!

      Eliminar
  2. Me sobran circunstancias en otras ocasiones para expresar lo que veo y me hace sentir un recorrido tan escondido, tan perdido de rutas habituales que la mantienen intacta y en condiciones.
    Me sobran y me faltan palabras en esta ocasión donde sólo la mirada lo dice todo, las fotos.
    Contemplar, apurados y al límite del patinazo, unas formas de rocas que comparten juntas el compañerismo eterno, es pasar a la posteridad local sin pretenderlo. Esas antropomorfas graníticas que pidieron a “las orogénesis” nacer ya abrazados; son espléndidas.
    Las trepadas posibles se pueden convertir en agobios si contienen agua. Prudencia, el agua es vida, qué no sea lecho de dolor…ese musgo al que no sólo contempláis sino que tocáis para “con-tactar” con la tierra, La Tierra.
    [Nosotros subimos la diaclasa norte del Yelmo y descendimos por Valentina con los lomos de ballena mojados y con mucho musgo. Ni los pies de gato hubieran podido soportar tanta falta de adherencia. Un par de cuerdas resolvieron los trechos. Para montar reuniones a “cordino perdido” la primera con sus nudos dobles, la segunda siempre recuperable regresó a la mochila al tomar tierra en su base.
    Aquellos que los trozos negros encuentren les vendrán bien, siempre, mientras allí duren]
    Deica logo amicus… d:D´

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las acogedoras y sonrosadas Valentinas (así consideradas en el tiempo seco o en las "Crónicas del Alba")pueden ocasionalmente tornarse reservadas y aún hoscas en condiciones adversas. En tales circunstancias tan sólo con cuerda debieran transitarse, esmerando el cuidado y sin renunciar a la retirada si la situación se pone seria de veras. En cambio, en la diaclasa norte, el mismo agua que atragantó el descenso, sirvió para lubricar el pasadizo por el que nada más que de perfil se cabe.
      Sólo yendo y curioseando encuentras cosas y parajes que, de otro modo, no más de unos pocos sabrían de su existencia. Salud, montaña y que no nos falte la inquietud.

      Eliminar