lunes, 24 de junio de 2013

Echarse al bosque en San Rafael. Peña Blanca y Cueva Valiente.

No está de más, de vez en cuando, hacer un alto en la incesante actividad para tirar de los recuerdos.
Bosques claros que no agobian, frondosos pinos, exuberante sotobosque, frescura y agua por doquier, atalaya continua sobre la próxima sierra de Guadarrama de la cual “se estira” este ramal de la sierra de Malagón, con entretenida trepada por granito para rendir visita a “Los Amantes”. Zonas relegadas y solitarias, cuya belleza y condición se mantiene y conserva gracias precisamente al olvido en el que se encuentran.
Salir de San Rafael(1.250m) supone automáticamente entrar en el bosque. Abundantes sendas y caminos discurren entre los árboles.
Conviene “apuntar” bien en el comienzo, e ir eligiendo acertadamente entre las distintas alternativas que se van encontrando. Nosotros hemos fijado en el Collado Hornillo nuestro primer objetivo, y hacia él apuntamos.
Enormes pinos erguidos hacia el cielo atraen nuestras miradas.
Vamos moderadamente orientados, acompañando arroyos y regajos, siguiendo un cartel hacia “El Mirador del Águila”, lugar que mi memoria no recuerda, a lo cual no damos relevancia. Hoy lo que buscamos es deambular por lo frondoso, qué más da si atinamos o no a la primera.
Y así, al rato de movernos entre pinos y helechos, salimos momentáneamente del bosque; junto a un pináculo rocoso.
Estamos en el Mirador del Águila. Aquí se acaba la senda. A lo lejos, el pico de la Cueva Valiente nos ofrece su referencia, con la que marcamos de nuevo el rumbo, constatando que hemos derivado ligeramente hacia el Oeste.
Desde el Mirador del Águila, al fondo, la peña de Cueva Valiente
Descendemos retornando unos 20 metros por la trocha que nos ha traído hasta aquí, y cruzamos una cancela adentrándonos de nuevo en el pinar. Ahora sí vamos en la dirección correcta.
Enfrente, al final de la parte superior de la senda, tras los árboles, el telón azul oscuro del cielo señala la llegada al Collado Hornillo (1.637m). Lo cruza de Sur a Norte la estrecha carretera que une Peguerinos con el Alto del León. Aparte de un grupo de caballos que pastan al otro lado de la calzada, y de nosotros dos, el lugar está desierto y tranquilo a esta temprana hora de la mañana. Se respira paz y frescura hasta que aparece un todo terreno cuyo conductor, al ver los caballos, se pone a tocar insistentemente el claxon. Tal estentórea manifestación y desentono con la naturaleza deja sobresaltados tanto a los potros y yeguas como a nosotros, mientras que tal espécimen de energúmeno desaparece tras la curva, sonriendo por su “gracia” y bien aferrado al volante. Relinchos nerviosos y turbación quedan como consecuencia de su paso.
En fin, vuelta la calma, tornan los equinos a su hierba y nosotros a nuestra marcha, siguiendo por la carretera hacia Peguerinos unos 30 metros más hasta encontrar el inicio de la senda que la abandona, para enfilarse por una media ladera entre pinos y tapizada de gayuba.
Tan sólo se oyen nuestros pasos y el trinar de los pájaros (Si viniera Luís iría identificando el nombre de cada uno de ellos).
A la izquierda tenemos a la vista la loma que, desde el Alto de León, se extiende por Cabeza de Líjar, la Salamanca y el Palanco. La mañana sigue fresca.
En la parte superior de la senda por la que vamos, al otro lado de una vaguada boscosa, aparece frente a nosotros el conjunto de la Peña Blanca (1.650m). Nos dirigimos hacia ella.
Al poco llegamos al entorno rocoso y granítico de la Peña; un rincón solitario y recoleto cuyo silencio impregna el ambiente y cala en el ánimo.
Tras corto y adherente gateo por la parte más accesible de la misma se alcanza una plataforma escondida entre los bloques redondeados de la parte superior, donde “los Amantes” perpetúan su sólido abrazo, ajenos a los escasos visitantes ocasionales que tienen el antojo de encaramarse hasta este mirador, escondido de la vista de quien, desconocedor de su existencia, se conforma con quedarse a pie llano.
Los Amantes de Peña Blanca
Ninguna indicación advierte de la proximidad de tal enclave, únicamente las trazas difuminadas de esporádicas pisadas sobre la hierba hacia el pie de la pared, y la curiosidad para subir y ver desde arriba, motivan la trepada.  
De vuelta en la base de la roca emprendemos la marcha hacia la Cueva Valiente. Vamos rondando los 1.800m de altitud, cota lindera del bosque, donde los ejemplares aislados de pino comparten el espacio con las rocas y los arbustos aromáticos. El perfume del cantueso impregna el ambiente.
Atravesamos las Navas del Toril y alcanzamos la cumbre de la Cueva Valiente (1.903m) siguiendo los restos de una antigua pista alquitranada. En esta zona nos cruzamos con varias personas que han ascendido por la vía más común desde el Collado Hosquillo.
La Pedriza vista desde la cima de la peña de Cueva Valiente
Abajo, en la distancia, es visible San Rafael. Decidimos descender dando un rodeo que nos lleve lo más posible por bosque, así que emprendemos el camino hacia el Alto de Gargantilla (1.648m). Los campos de enebros y jaras acogen nuestras zancadas.
En el Alto consultamos la brújula para seleccionar la pista que hemos de tomar, de entre las 3 alternativas que se nos ofrecen. El trote nos lleva a través del reino del pino y del helecho. El entorno es fresco y bello. Deseamos que no se acabe, que dure el paseo, pero estamos completando el circuito de hoy.
Al final, tras un recorrido de unos 13km, salvando un desnivel total de unos 800m de D+, alcanzamos las afueras de San Rafael totalmente oxigenados y con los sentidos llenos de verdor y de plácida naturaleza.

lunes, 17 de junio de 2013

Collados de la Ventana y la Dehesilla desde el Hueco de San Blas.

Collado de la Dehesilla, desde el Hueco de San Blas
Tres son los collados que se abren en la rocosa barrera de moles y picachos que conforman la herradura granítica que contiene en su interior a la Pedriza: el del Miradero (1.878m), el más occidental y elevado, entre las Milaneras y las Torres; y los dos orientales: el de la Ventana (1.785m), entre las Torres y la Pared de Santillana; y el más bajo de todos, el de la Dehesilla (1.451m), entre la Pared de Santillana y el Yelmo. A todos ellos se accede, comúnmente, desde dentro de la Pedriza.
Son pocos los que, una vez llegados a ellos, se aventuran a descubrir “sus vertientes exteriores”. Es como si una invisible barrera impidiese sobrepasar estos límites.
En esta ocasión planteamos un circuito “desde el exterior”, es decir, iniciaremos y terminaremos nuestro recorrido en el Hueco de San Blas, vecino “oriental” de la Pedriza:
Canto del Berrueco à Collado de la Ventana à Collado de la Dehesilla à Canto del Berrueco.
Son las 8:30h cuando: Nati, Luís, Paolo, Manuel y yo iniciamos el trote en el Canto del Berrueco del Hueco de San Blas, remontando el curso del Arroyo Mediano. Cuatro kilómetros por delante para calentar las piernas y ajustar las zapatillas, primero por una senda que discurre por zona amplia y pletórica de vegetación,

para internarnos luego, después de acceder a una pista y traspasar una barrera metálica junto a una zona de aparcamiento, en un bosque de altos pinos que cubre la ladera que, a nuestra izquierda, delimita el Hueco de San Blas con la Pedriza.
Seguimos la pista hasta la altitud de 1.250m, atentos a no pasar de largo el comienzo de la empinada traza que, a nuestra izquierda, se interna entre los árboles, ladera arriba. Por delante 250m de desnivel serio, hasta entroncar con otra pista que hay más arriba, a los 1.500m de altitud.  Como digo, se trata de una traza, que no sendero, que más bien se intuye, ya que verse, no se ve.
Abajo va quedando el Hueco de San Blas
En caso de duda, todo tieso y hacia arriba. La dura pendiente hace que cese la conversación y que ésta dé paso al sonido del crujir de ramas caídas cuando las pisamos, alternando con resoplidos y más de un estentóreo estornudo fruto de la alergia que tan exultante primavera provoca en alguno de los componentes de la partida.
Llegados a la pista superior hemos de encontrar el emboque del siguiente tramo de traza que nos ha de llevar, pasando por la lagunilla del Lomo, o de los Lobos, hasta el collado de la Ventana.
No es sencillo encontrar el camino correcto a la primera, y la pendiente continúa siendo bastante fuerte, pero con perseverancia y sentido de la orientación llegamos a la lagunilla del Lomo,
esta vez sin agua, en su lugar la alta hierba tapiza la cubeta, bonito rincón entre pinos,

al pie de los agrestes y enhiestos paredones Oeste de las Torres de los Buitres y de Santillana.

Al otro lado de la lagunilla encontramos fácilmente los mojones, que seguiremos hasta alcanzar el collado de la Ventana.
Aparte de un par de ciclistas en la parte baja del Hueco, no hemos encontrado a nadie más durante esta primera parte del recorrido.
En el collado hacemos un alto para recomponer las fuerzas del grupo. El día promete calor, aunque una agradable brisa refresca de momento el collado. Se nos van los ojos hacia los paredones del Cerro de los Hoyos.
Cara Sur del Cerro de los Hoyos o Risco del Nevazo, desde el collado de la Ventana
Y decidimos que es un buen momento para circunvalarlo en un bucle, por la Senda Termes, que recorre su cara Este, dando vista al Hueco de San Blas, contornea su vertiente Norte y retorna de nuevo por el Oeste hasta el collado de la Ventana.
Como Nati, Luís y Paolo tienen hora fija para comer en familia, no disponen de tiempo para realizar este extra discurrido sobre la marcha, así que ellos emprenden el descenso hacia el collado de la Dehesilla, mientras Manuel y yo nos encaminamos hacia el Cerro.
Deambulamos por lugares conocidos cuyas formas no dejan de sorprender. Está bien recorrerlos en momentos diversos.
Rocas apiladas en singular composición contrapesada
En este tramo, hasta alcanzar la vertiente Norte, hay dos pasos que exigen de cierta pericia y recursos. Granito adherente, y vacío bajo los pies, en los que cuanto más largas tengas las piernas mejor te va.


Cara Norte del Cerro de los Hoyos. Al fondo, a la izquierda, la Esfinge
 
Espléndido abedul. Al fondo el entronque con la variante de la Senda Termes que rodea al Cerro por el Oeste
Al pie del único paso algo complicado del callejón que lleva hasta el Puro encontramos un perro. No nos hace mucho caso, pero nos acompaña hasta la salida de la canal. Aquí se detiene y nos abandona. Cada cual sigue su camino por estos parajes.
A la derecha, se yergue el Puro
Hace mucho calor, la deshidratación comienza a notarse. Vamos tomando bebida isotónica pero el balance se decanta en nuestra contra.
Apretamos la marcha hacia la Pared de Santillana. Un escalador se pelea, literalmente, con la fisura inicial de la cara Sur. Le observamos durante unos minutos, “leyendo” cada paso que ha de dar como primero de la cuerda y anticipando cada dificultad que va a encontrar.
Seguimos nuestra marcha abandonando la Pared de Santillana.
Descendiendo de la Pared de Santillana, a la derecha, el Mogote de los Suicidas
Alcanzamos el jardín de Navajuelos. Paraje fresco y rocoso por el que tantas veces hemos pasado y cuya belleza siempre recompensa.
En el centro, la Bola de Navajuelos
Al pie de la cara Norte del Risco de Mataelvicial, en un rincón a la sombra, entre robles recién brotados, hacemos un alto para tomar energía (barrita, plátano y almendras) y casi acabar con la bebida que nos queda. Tan sólo un último trago dejamos,por seguridad. El calor aprieta de veras.
En esto estamos cuando llega un mensaje de Luís: comunica que están ya en el coche, van bien de tiempo con su compromiso y anuncia que “nos han dejado una sorpresa fresca y agradable para cuando lleguemos”. Se nos hace la boca agua. Recogemos prestos para encaminarnos sin más demora hacia el próximo collado de la Dehesilla.
Tras un rápido destrepe alcanzamos el collado. Ni nos detenemos. Seguimos en carrera hacia el Hueco de San Blas. A pesar de ir corriendo encontramos tiempo para admirar la belleza por la que transitamos: justo un senderito estrecho entre la frondosa vegetación. El calor aprieta fuerte. Son las 2 de la tarde.
Un abejorro permanece impertérrito ante el tórrido entorno. 

El Canto del Berrueco parece reverberar a esta hora.

Manuel y yo nos abalanzamos sobre el estupendo gazpacho que nuestros queridos y amables compañeros nos han dejado en un termo que lo mantiene fresquísimo ¿Qué más se puede pedir como colofón de una intensa jornada por los flancos de la Pedriza?
Consejo para excursionistas: “A la sierra de Guadarrama, en tiempo de verano, conviene acudir pronto y acabar temprano”. Que no siempre sucede que los buenos compañeros se apiaden de uno.

domingo, 9 de junio de 2013

La Pedriza Anterior: un lugar para curiosear. El Elefantito, la Lagunilla del Yelmo y el Jardín de Peña Sirio.


Los recorridos por el mar de rocas que constituye la Pedriza Anterior, realizados en plan vagabundo, esto es, sin un aparente orden ni concierto, con el único objetivo de ver qué hay detrás de esos bloques, o adónde se irá por esa trocha que continua tras la roca marcada con un aspa, deparan sorpresas para los espíritus errabundos, ávidos de naturaleza y soledad. En algunos casos es el desconcierto el que se apodera de uno, cuando te encuentras en medio de altos bloques, pisando un terreno sin huellas, dudando entre trepar para seguir o retornar; en otros, la fascinación por lo que te rodea sirve de acicate para sortear recias jaras y redondeadas rocas, en pos del siguiente indicio. 
Amanece cubierto; el pronóstico es de muy nuboso, con lluvias débiles; tendencia a la estabilidad….. los días siguientes. Pero bueno, siendo débiles, vale la pena probar. Con cuidado, eso sí, porque en la Pedriza, cuando llueve, el áspero y adherente granito se convierte en deslizante losa que está ahí, al acecho de la pisada descuidada.
Son las 8:15h cuando inicio la marcha en el Tranco, emprendiendo la empinada subida hacia el Mirador y la Gran Cañada. Llovizna.
Esta vertiente Sur, que tan calurosa y agobiante resulta en verano, está hoy espléndida. Las flores se muestran radiantes; huele a cantueso y a jara.
Digitalis y Cantuesos
Malvas y jaras
La tormenta amenaza desde la Cuerda Larga, y el viento trae en volandas la lluvia.

Enseguida alcanzo la pradera por la que cruza la Gran Cañada; justo enfrente, el callejón de las Cerradillas, que es el lugar por el que me voy a adentrar en busca del Elefantito. Desde aquí, a la izquierda del barranco, distingo ya la mole de Cinco Cestos. El repiqueteo de las finas gotas de lluvia sobre la cara trae a mi memoria el sonido de la tormenta de verdad que me pilló el otoño pasado exactamente en este lugar.

Solitaria senda la de las Cerradillas, que discurre junto a un regato de agua, sorteando piedras y jaras. Los Cinco Cestos se yerguen sólidos y majestuosos. Hoy nadie viene a escalarlos.
Si se cuentan los bloques que componen la columna, salen 5
Unos metros más de subida y, a la derecha, se recorta la silueta del Elefantito que ofrece su cara N.O.

Lo circunvalo y alcanzo la pequeña pradera que hay en su cara S.E. Resultan sorprendentes estas figuras esculpidas en el granito, de las que la Pedriza es un museo.

Encuentro una estrecha trocha hacia el Este que discurre bajo la impresionante mole del Yelmo, y la sigo sin perder altura hasta que se cruza con la Senda Maeso.

El tramo de Senda Maeso hasta la portilla que da acceso a la pradera Sur del Yelmo discurre entre bloques y robles, con rocas erosionadas amontonadas por doquier.  

Al pie de la pared del Yelmo la lluvia cobra fuerza momentáneamente. No sé bien qué opción tomar, así que, para mantenerme en calor, me pongo a correr hacia la Torre de la Valentina al pie del enorme paredón. Nadie lo escala ni lo contempla hoy.
Al llegar a la base de la Torre veo a una persona, otro solitario, que deambula por las proximidades. Hablamos, se llama José María, y me dice que va buscando la Lagunilla del Yelmo. Hacemos causa común y, entre su GPS y mi mapa de cordales, nos ponemos en marcha destrepando por los bloques, buscando el camino.
Cabezas de ajo petrificadas, emulando a Capadocia, se muestran indiferentes a nuestro paso. La humedad lo moja todo.

Finalmente damos con el recoleto enclave de la Lagunilla. El brezo y los gamones en flor adornan el lugar. Por la escotadura del fondo se canaliza un fuerte y frío viento que nos azota de pleno. Es momento de ponerse algo más de ropa.

Bien abrigados, traspasamos le brecha y descendemos hacia el Hueco de las Hoces. Próximo destino: el Jardín de Peña Sirio.
Dejamos atrás la Lagunilla y emprendemos el descenso al Hueco de las Hoces
Alcanzado el arroyo que surca el fondo del Hueco lanzamos una mirada hacia el segundo paquidermo de la zona, el Elefantito del Yelmo; bastante más descomunal que el primero, aunque sea algo más difícil de visualizar su semejanza. El agua chorrea por las paredes de granito.

Una vez que se vislumbra la oreja, resulta más fácil ver el resto de la cabeza.
Remontamos unos metros el sendero que discurre junto al arroyo y tomamos la guía de los mojones que conduce a la brecha entre Peña Sirio y la mole de la Cueva de la Mora.

Tras las carrascas superiores se abre el paso al Jardín de Peña Sirio. El lugar, recogido y solitario, hace honor al nombre. Al fondo, dentro de la nube, se intuye la Pedriza Posterior. Brilla un tímido sol sobre nuestras cabezas.
Acceso al Jardín de Peña Sirio
Un camuflado pingüino de granito reposa en las alturas.

Cruzamos el Jardín hacia el Norte y nos acercamos al comienzo de la empinada e intrincada bajada hacia el Arroyo de las Majadillas. Al fondo, en la Pedriza Posterior, en la cresta de las Milaneras, la silueta de Tres Cestos (el Patriarca, le hemos rebautizado algunos) se recorta solitaria y claramente bajo la lluvia.

Hacemos un flanqueo lateral al pie de la Norte de la Cueva de la Mora, sin perder altura, hasta encontrar los mojones que indican recto y hacia abajo.  Bajada agreste y áspera como pocas que, con las rocas mojadas, nos obliga a extremar las precauciones para evitar resbalones. Aún así, tanto José María como yo protagonizamos sendas “sentadiñas” sin consecuencias físicas de relevancia.
Nos despedimos en el cruce de Canto Cochino y yo emprendo la carrera hacia el Tranco, llegando al coche a las 12:15h, tras haber realizado un recorrido poco común, solitario en su primera mitad, bien acompañado en la segunda, transitando y enlazando lugares de forma poco habitual, y teniendo la fortuna de sentir los perfumes y los colores realzados por la humedad y la lluvia.