lunes, 29 de abril de 2013

Pedriza Anterior: Recovecos y formas pétreas para la imaginación.


Intrincada, compacta, moles graníticas desafiantes para el escalador, cuyos contornos incitan a asociaciones mentales con animales, personas o cosas, propiciando una estrecha relación con el entorno para quien recorre sus laberintos y se interna por sus escondidos vericuetos y recovecos, donde jaras, carrascas y robles ponen la nota vegetal en el dominio de la piedra.
Una oportuna reseña sobre la Umbría Calderón, encontrada por mi amigo Manuel, propicia que descubra el muy útil blog sobre la Pedriza “Tras los pasos del maestro Giner”, de Rafa. R, dando todo ello lugar a lo que tantas veces ocurre: una zona que tienes delante, pasas continuamente a su lado, pero otras miras te llevan a no reparar en lo próximo, hasta que ello toma cuerpo y se convierte, por derecho propio, en un objetivo en sí mismo.
La extensa y empinada ladera Norte que se extiende entre el refugio Giner y el Collado de la Dehesilla recibe el nombre de Umbría Calderón. Observada desde la base, junto al bloque del Tolmo, en su parte más alta se distingue una cadena de formaciones pétreas cuya relevancia queda disminuida por la distancia. Nada parece anunciar la primitiva y áspera belleza que se encuentra en ellas.
La primera sorpresa agradable del día es el sol que luce sobre la Pedriza a esta hora de la mañana, mientras una gran masa de nubes permanece retenida tras la Cuerda Larga.
Son las 9:30m cuando comienzo la marcha desde el Tranco, cuyo entorno muestra bien a las claras el resultado de la abundancia de lluvias durante los meses pasados. Vegetación y río rebosantes.
El río Manzanares, a su paso por el Tranco.
El frío da alas al trote mientras voy recorriendo la margen izquierda de la garganta del Manzanares, primero, y del Arroyo de la Majadilla después. El estrecho y solitario sendero que sigo, camino del Refugio Giner, me obliga a ir esquivando las altas jaras entre las que discurre ¡Qué diferencia con la amplitud de la concurrida Autopista del otro lado del arroyo!
Sin pizca de calor llego junto al Tolmo, lugar desde donde recorro con la vista la Umbría Calderón, hasta topar con la barrera rocosa de la parte superior, de la que sobresale el risco de La Maza.
La Maza, sobresaliendo casi en el centro.
La precisa indicación reseñada en el blog de Rafa. R me permite localizar, a unos 100m del Tolmo, el inicio de la difuminada trocha que, separándose del camino habitual hacia el Collado de la Dehesilla, se adentra entre las abigarradas jaras que cubren este primer tramo de la subida; no hay mojón, apenas el débil rastro de hierba más pisada que el resto indica que por aquí hay que comenzar. Los hitos de piedra se encuentran más adelante.
Jaras de troncos retorcidos y leñosas ramas, altas y bajas, constituyen punzantes y duros obstáculos de los que proteger codos y piernas.     
Los poco abundantes mojones van guiando la subida hacia el Collado de las Vistillas. La Maza se va agrandando a medida que se gana altura.
Alcanzo la franja rocosa que hay al pie de la cadena, y hago un alto para la contemplación de la gran mancha boscosa que, más abajo y en la distancia, cubre la Pedriza Posterior.
Las Cabezas de Hierro, al fondo y nevadas. En el plano anterior, la Cuerda de las Milaneras y Las Torres
La constatación de que estoy a punto de descubrir algunos de los más relevantes componentes de la concentración de formaciones rocosas singulares de la Pedriza Anterior me mantiene en estado de euforia.  Así que recorro estos últimos metros mirando en todas las direcciones, no perdiendo ni un solo ángulo, yendo y viniendo sin parar, sonriendo ante cada hallazgo:
Parece como si un felino estuviera sopesando cómo abordar el inmenso paredón Norte de la Maza.

Mientras, un estilizado Vigilante se recorta en el horizonte.

¿Podrá finalmente ese antediluviano reptil / cocodrilo superar la barrera rocosa?

Contorneo el Vigilante, continúo la ascensión hacia el Collado de las Vistillas, me giro hacia atrás, y localizo La Señora con el Hato, en actitud de serena espera, con su moño indiferente al fuerte viento que se canaliza por aquí.

Alcanzo el plano rocoso y cerrado que constituye el Collado. Lo cruzo, y ante la mole de la cara Norte del Yelmo decido que, como es temprano y el tiempo aún se aguanta, no estaría mal subir a su cima por la angosta fisura que lo cruza por la izquierda. Y tengo suerte, porque tan sólo encuentro a 4 personas reptando por ella, con lo cual formamos un grupo de cinco que progresa rápido, toca cima, aguanta poco rato el vendaval y retorna rápidamente a la fisura, saliendo de la misma sin apenas hacer esperar a las 3 personas que aguardan para subir.  
Cara Norte del Yelmo. Señalada la fisura de acceso a la cima
Me encamino ahora hacia las estrechas Hoces que se abren justo al pie de la cara sur de la barrera rocosa de la Maza. Comienza un tramo por senda apenas marcada, donde perder la guía de los hitos es garantía de embarque seguro; lugar para la intuición y los destrepes entre paredes a ambos lados.
En primer plano, a la dcha, La Maza. Al fondo se extiende la Cuerda de los Porrones
Las filigranas de las rocas acompañan este transitar junto a paredones graníticos.

Al fondo, justo por la estrecha escotadura sé que alcanzaré el Corral Ciego, lugar recoleto, oculto entre altas rocas.

Llego a él y trato de encontrar por dónde seguir. Pruebo de frente bajando unos cuantos metros hasta que me embarco, por lo que retorno al punto de partida. Voy a intentar ahora hacia la izquierda, en dirección al paralelo Hueco de las Hoces que adivino al otro lado, y en ello estoy cuando veo que aparecen dos personas por donde yo accedí al Jardín hace unos minutos, son Rafa y Guille que me dicen que les han dicho que el paso buscado se encuentra junto al roble que hay al pie de las paredes Sur, en lo alto de aquel par de rocas.
Así orientados la cosa ya es distinta; trepamos a lo alto de los bloques, irguiéndonos junto al roble, viendo y evaluando el gimnástico destrepe que nos espera, tras el cual ya se vuelven a ver los hitos.
A partir de este punto la senda se sigue bien. Mirada hacia atrás antes de continuar.

El camino nos conduce hasta el pie de la imponente cara Sur del Camello.

En este “reino del bloque” y de ocasionales carrascas se amontonan rocas de diversas formas y tipos, como la de este vociferante y aislado cíclope.

Y así vamos completando nuestro recorrido, sobresaltando con nuestra presencia a los “habituales”, de camino hacia el Arroyo de la Majadilla.

Me despido de Guille y Rafa, gracias a ellos orienté mis pasos en el Corral Ciego, porque ya tengo prisa para estar de vuelta en el Tranco, y acabo el recorrido a la carrera, alcanzando el coche a las 14h, justo en el momento en que comienza a nevar, tras un itinerario novedoso y duro, para repetir, ampliar y completar en futuras salidas.

lunes, 22 de abril de 2013

Las Milaneras y el Laberinto. Contornos y Callejones de la Pedriza.

Tres Cestos, en Las Milaneras
Mi amigo Manuel y yo, empedernidos buscadores de lo agreste y de lo poco transitado, nos planteamos para hoy un itinerario por una de las zonas más abruptas e intrincadas de la Pedriza. Empezar por la cuerda de las Milaneras, seguir con el recorrido áspero y rocoso que une los collados del Miradero con el de la Ventana, para acabar descendiendo por el Callejón del Laberinto, lugar escabroso y tupido donde los haya.
La cuerda de las Milaneras, cresta erizada de picachos, constituye el ramal occidental del circo de la Pedriza Posterior, siendo a su vez el sector más elevado del macizo.
Paraje alto y abrupto al cual resulta duro acceder, trepando por llambrias y quebradas, culebreando a trechos por el tupido pinar, tratando de no perder los trazos de pintura blanca y amarilla.  
Son las 8:45h cuando comenzamos el trote en Canto Cochino, en dirección al Collado del Cabrón; una vez alcanzado emprendemos fuerte subida hacia el primer risco relevante del recorrido, el Pajarito, para, salvando la empinada canal que se abre entre éste y el de la Campana, alcanzar el amplio Collado de la Romera.
El Pajarito
Desde la canal entre el Pajarito y la Campana, atrás queda el Cancho de los Muertos.
Hasta aquí hemos seguido sin problemas las señales de pintura blanca y amarilla. Ahora toca internarnos en un pinar, a la derecha, descender unos 50 metros y dar un rodeo para encarar por el sur las Milaneras. Tras varias incursiones y probatinas por el bosque iniciamos la trepada por las rocas y llambrías, guiados por escasos hitos de piedra. Casi inmediatamente somos conscientes de que ya hemos perdido las marcas de pintura. Ha ocurrido lo que pretendíamos evitar.
Siguiendo los hitos
Tras gimnástica trepada por terreno quebrado e irregular, nos plantamos ante el monolito de Tres Cestos, ya en plena cuerda.

Tres Cestos por fin
Es el momento de tomar un plátano y  beber agua antes de cambiar de vertiente para, en suave ascenso, ganar el Collado del Miradero, entre el Cancho Centeno y las soberbias Torres.
Cambio de vertiente. Al fondo, la Cuerda Larga aún mantiene algo de nieve.
Son las 11:30h cuando abandonamos el confort del Collado y nos encaminamos hacia el “Dedo de Dios”, original formación rocosa, en la vertiente Este de las Torres, a la que accedemos a través de una evidente brecha en la barrera de granito.
El Dedo de Dios
Decidimos continuar trepando por esta ladera hasta entroncar con el Comedor de Termes, lugar donde comienza la siguiente fase de nuestra marcha de hoy, en dirección al Collado de la Ventana.

Abajo, junto a la nieve, el Comedor de Termes
Roquedo inacabable donde transitamos por terreno conocido, observando los peculiares contornos de las moles de granito que la imaginación asocia con figuras conocidas ¿Acaso no está clara “la cabeza del león”?

A las 13:30h, mientras tomamos un segundo plátano en el Collado de la Ventana, optamos por subir a la cima de la Pared de Santillana.
Así que, en marcha y trepada por la Norte hasta la cumbre; breve intercambio de saludos con un escalador que acaba de coronar por la Sur, y descenso en dirección hacia el Callejón del Laberinto.
El inicio de la trocha que lleva hacia el Laberinto arranca justo detrás de una pequeña piedra marcada con un aspa que se encuentra, tras salir del bosquecillo de pinos que se extiende al pie de la cara Sur de la Pared de Santillana, en el sendero que va hacia el Collado de la Dehesilla.
El Laberinto es un barranco que salva 500 metros de desnivel, encajonado entre los altos riscos de las Buitreras (a la dcha, en bajada) y del Hueso (a la izq, en bajada). Estrecho y escarpado, pone a prueba la intuición y la destreza para seguir unas trazas mínimas,  destrepando por pedruscos y rocas.
Recorrido más conveniente para descenderlo que para  subirlo, tal es su pendiente y exigencia.
Los primeros metros son de toma de confianza. La atención es permanente, pues la maleza y la falta de marcas hacen que el instinto sea nuestra única guía.
Primeros pasos por el Laberinto
El rumor de un torrente próximo va en aumento. Por fin vemos el agua nítida y cristalina que dulcifica la aspereza.

Encaramados sobre un gran bloque granítico vemos, allí abajo, la zona despejada del Tolmo. Aún está lejos.

Volvemos a sumergirnos en la fragosidad de la piedra y la vegetación. Ha subido la temperatura. Ya no hace fresco.

Un alto momentáneo para contemplar el risco de la Muela, entre las ramas de vetustas carrascas de hojas punzantes y coriáceas.

Nuevo claro que nos permite constatar que el Tolmo está ya casi al alcance de la mano. Unos cuantos metros más de descenso y llegaremos a terreno despejado. El calor se intensifica en esta parte inferior del Laberinto.

Más destrepes

y por fin estamos saliendo de la maraña de maleza y vegetación que obstaculiza el cruce del torrente que baja del collado de la Dehesilla, unos metros tan sólo para alcanzar  la pradera del Tolmo.
Tenemos la sensación de ser dos jabalíes que se sacuden de encima polvo y hojas mientras, impregnados del aceite de las jaras, contemplamos complacidos el Callejón del Laberinto que acabamos de descender.
Último trago de agua, barrita energética, y trote sostenido por la concurrida Autopista, hasta llegar de vuelta a Canto Cochino a las 15:30h, con ganas ya de tomar el bocadillo que nos espera, tras una marcha enlazando un trayecto atípico y altamente gratificante por zonas poco o nada frecuentadas de la Pedriza del Manzanares.

lunes, 15 de abril de 2013

Montes del Castellar. Zona de barrancos esteparios.


Junto a Zaragoza, en la margen izquierda del Ebro, los tonos ocres y terrosos de los montes del Castellar contrastan con los verdes de las tierras de cultivo y de los bosques de ribera.
Terreno estepario que termina abruptamente en forma de farallón al llegar a las proximidades del río, a lo largo de cuyo cauce se alinea durante más de 25km. 

Zona de esparto y alacranes surcada por innumerables barrancos.  Lugar donde resulta imposible alcanzar un punto en el horizonte siguiendo una línea recta, tales son sus entresijos de trochas y sendas en todas las direcciones. Correr e internarse por estos lugares requiere tesón y espíritu aventurero a partes iguales.

El galacho de Juslibol, pleno de agua tras un invierno sobrado de precipitaciones, contrasta con la aridez de los peñascos que se alzan justo detrás. Un par de kilómetros hasta llegar aquí no vienen mal para calentar las piernas antes de ascender a la parte superior del cortado.

Continúo la carrera por lo alto, siguiendo el borde rocoso. Excelente mirador para divisar un paisaje de gran belleza: el valle del Ebro, la huerta, el Moncayo.
El nítido Moncayo, permanente y refrescante imagen en la lejanía.
Se acaba la senda. Enfrente, al otro lado de un profundo y amplio barranco, el castillo de Miranda.

Desciendo al seco cauce y me adentro en la estepa. Ni rastro aquí abajo del frescor anterior. Aspereza y guijarros. Formaciones de yeso y matorral bajo.

Sube / bajas continuados, alternando sendas amplias con estrechas trochas cuya anchura es apenas suficiente para poner un pie tras otro. Empinadas subidas sobre escalones de yeso cuidando los apoyos.

Cuando alcanzo el borde izquierdo del amplio barranco de los Lecheros me detengo. Busco infructuosamente con la mirada un posible descenso al mismo, a la ancha pista que lo surca en su base y por la que llegaría fácilmente a Alfocea. La vista se pierde en la vasta estepa sin encontrar trocha próxima, la bajada “recto y a través” resulta nada recomendable. Así que opto por seguirlo en altura hasta que al fin encuentro una angosta barranquera que desciendo con cuidado.

En la parte baja llego a las afueras de Alfocea en donde, haciendo honor al origen del nombre: Al-Hauz, "lugar de descanso", aprovecho para tomar una barrita energética antes de emprender el retorno. De agua, ni rastro.

En la medida de lo posible voy corriendo próximo al acantilado. El calor castiga, la vista de Zaragoza, al fondo, sirve de estímulo para seguir sin aflojar el trote.

El majuelo en flor pone una nota de brillo y anima la subida. Voy avanzando.

Escenarios primigenios, trazas, sendas, barrancos, yesos especulares y restos de refugios cavernarios, conforman la belleza de un paisaje áspero y agreste por donde adentrarnos a la búsqueda de la naturaleza en todas sus manifestaciones.