miércoles, 27 de marzo de 2013

Las Ferraturas. Remanso de paz para el esquí de montaña, escondido tras la Foratata.

La Foratata, cara Sur
En la vertiente Sur de los picos fronterizos de Soques y las Ferraturas, y al Norte de la Foratata, entre Formigal y el Portalet, en sentido Este – Oeste se extiende un valle ondulado que acoge en su seno montículos y resaltes, conteniendo los últimos ejemplares de altura de un bosque de pinos. Panoramas embelesadores mostrándose ante los ojos desde perspectivas poco habituales, componen un sube / baja por palas amplias de unos 600m a 700m de desnivel, hasta llegar a los pies de la muralla fronteriza con Francia.
Nada hace suponer su existencia a los que atropelladamente se agolpan en la estación de esquí de Formigal, ni tampoco hay cimas relevantes en él como para llamar la atención de los más intrépidos buscadores de lo extremo. Queda algo así como en un limbo, visitado ocasionalmente por aquellos que desean realizar la vuelta a la Foratata, o por los que, como hoy Manumar, Pablo y yo, tan sólo buscan el deleite de lo bello por entornos nevados donde el silencio es el rey.

Desde lo más alto de las urbanizaciones de Formigal iniciamos la subida bordeando por el Oeste la mole de la Foratata. La pendiente no es muy exigente y ello permite ir descubriendo y reconociendo los picos que van apareciendo por la línea del horizonte.

El fiero perfil de la cara Sur de la Foratata pronto queda dulcificado por este entorno donde todo parece diferente: los pinos sobresaliendo del inacabable manto blanco alternan con las rocas, suaves ondulaciones van llevando cada vez más hacia lo alto.

Cara Norte de Telera
Al fondo, a la izquierda, la Pala de Ip
Te detienes un instante, miras hacia atrás y descubres que la cara Norte de la Foratata está ya bastante lejos.
Al fondo, cara Norte de la Foratata
Al frente, la cadena de Soques y Ferraturas. Al otro lado Francia, a éste, España. Primer descenso del día, unos 300m de amplia pala, sobre nieve que desliza como en los mejores documentales.

Tras ello, ponemos de nuevo las pieles y nos encaminamos hacia el Pico de la Inclusa (2.350m), cima modesta en la estribación de la cresta ¡A algún sitio hay que subir, para mirar desde lo alto!
 Finalmente accedemos sin mayores dificultades a la estrecha cumbre.

Tenemos por delante la segunda bajada de la jornada. Unos 600m de giros continuados, con una nieve que se mantiene espléndida, en un día de primavera donde los 18ºC de temperatura ya hacen sudar.  

Las nubes han ido cobrando cuerpo y se muestran formadas en el horizonte, marchando hacia nuestro encuentro.
El Pico de Anayet cierra, por la derecha, la cadena que se extiende ante nuestros ojos
Alcanzamos la loma que separa este valle de la estación de esquí de Formigal, y nos dejamos caer hasta ella, en una jornada en la que el tiempo y la tormenta que ahora se ve tan próxima, nos han respetado. Lo que es muy de agradecer.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Con los güellos (ojos) en ta baixo, atentos a los detalles


Para deambular por trochas y sendas que poca traza guardarán de su paso, no le importa emprender la jornada al punto del alba, entre el aire y el hielo de los eneros o con la fresca de las mañanas de verano, preámbulo de calores agobiantes.
Por delante unas cuantas horas para pensar, entre solanas y umbrías, pasando calor o frío,
Se para a cada rato, cuando  algo llama su atención. Enfoca el detalle, para luego levantar la vista hacia lo alto y constatar lo adivinado.
Queda momentáneamente absorto para después continuar un trecho con los güellos en ta baixo, interiorizando y asimilando.
Habiendo hecho del minimalismo su compañía, de esa guisa se adentra en lo natural sin desentonar, como un ser más del entorno que le acoge, y que le empapa.
Habrá gente que lo crea raro, pero qué cosa más natural que la de ver, observar, constatar, sonreír y seguir nuestro camino en busca de más.  





domingo, 10 de marzo de 2013

Chapoteando por la Sierra de Hoyo de Manzanares.

La Cascada del Covacho
La cortina se ve venir, se ha originado en la Sierra de Guadarrama, allá donde la nieve se remoja y encostra, va descargando su contenido por los campos que hay entre los altos montes y esta cadena más modesta desde la que oteo, evalúo y constato que el aire la trae hacia mí.


Tuerzo el gesto, ajusto las zapatillas y salgo disparado, abandonando la inhóspita cima rocosa del Cancho Hastial.
El Cancho Hastial
Voy corriendo, perseguido por la tormenta, huyendo vanamente de un destino claro. Trochas convertidas en torrenteras por donde el agua desciende a raudales.
Con zancadas y apoyos rápidos voy chapoteando en este entorno en el que el aguacero se transforma en nieve, porque son bolitas de nieve las que descarga la nube que me ha cazado.

El cielo se ha puesto gris oscuro, el viento que sopla moderadamente a favor me empuja hacia el Pico del Estepar. Las jaras me engullen, me envuelven con un tenue y pringoso aroma que se desprende al roce, aunque nada que ver con el empalago del verano, bajo el sol.

Me gusta salir en días así, a correr por las trochas y los regajos de estas montañas graníticas en las que el barro no existe, donde hundes el pie en el lecho y sacas la zapatilla cargada de agua clara y arena.
Mientras no me paro el calor se mantiene; las piedrecitas embarcadas se ajustan bajo el arco del pie, y sigo corriendo. La molestia se atenúa, y continúo absorbiendo el entorno. Las zancadas seleccionan automática, rítmicamente los apoyos. La vista va por delante. Alcanzo el Pico del Estepar.
Cima del Pico del Estepar
Atención extra en las bajadas. Si no hay otra opción, por dentro del curso del agua, pero siempre buscando el equilibrio, evitando el resbalón que podría provocar la torcedura.
Escuchando el ruido de las pisadas en el agua o en lecho de arena  voy pasando por medio de un encinar añejo, siguiendo una empinada traza en cuyos escalones se forman pequeñas cascadas.
Y así, sin apenas haberme percatado, estoy en el terreno llano, ya veo el coche, la nube queda atrás, el recorrido realizado también. Llevo conmigo las vivencias, el remojón y las zapatillas cargadas de arena, tanto dentro como fuera.

Peñascos, senderos, trochas, lluvia, torrenteras, encinas, jaras y aire puro, todo esto para quien se adentre por estos derroteros.

domingo, 3 de marzo de 2013

El Tubo Norte de Cabezas. Una perla del esquí de montaña en Guadarrama.

Tubo Norte de Cabezas. A la derecha, la Cabeza de Hierro Menor
La mañana muestra una montaña radiante, toda blanca y cubierta con un manto profundo e inmaculado. Tales espesores de nieve son poco frecuentes en Guadarrama ¿Qué vertiente estará mejor, la Sur o la Norte? Para contestar a esta pregunta hay que probar ambas y optar en función del resultado.
Vertiente Norte para comenzar. Salida desde el aparcamiento de Valdesquí (1.900m). A las 8:30h comienzo la marcha. Nieve polvo en la que me hundo hasta las rodillas. Me izo sobre los esquíes y todo recto hacia arriba, al Cerro de Valdemartín. Alguien ha hecho el esfuerzo de abrir la huella y no es caso, con esta nieve, de andar zigzagueando.
Voy a la sombra, en medio de una claridad cada vez mayor que va tiñendo de azul la blancura que rodea todo.


Peñalara recibe de pleno los rayos del sol.

Un grupo que me precede alcanza la cima de Valdemartín (2.270m).

La tentación de descender hasta el Ventisquero de la Condesa se hace irresistible cuando varios de los que están aquí inician la bajada. Observo su evolución y me lanzo yo también ¡Probemos un primer descenso franco por el Sur! Cuatrocientos metros para ajustar los parámetros a esta nieve polvo y profunda.    
Ahora, hacia arriba, hasta la Cabeza de Hierro Menor. Vértice donde confluyen unos cuantos de los mejores itinerarios de esquí de montaña de la sierra de Guadarrama. El paquete de nieve es considerable.

Los quinientos metros de desnivel hasta la cima se recorren bien, la pendiente es tendida. A medida que voy ascendiendo voy pensando que el sol va a poner esta vertiente “pesada”, y que seguramente el tubo Norte puede estar hoy en su punto.
En la concurrida cima de la Cabeza de Hierro Menor (2.365m) nos reunimos un grupo numeroso; a los que han subido andando, siguiendo el cordal desde Valdemartín, o llegan desde la vecina Cabeza de Hierro Mayor (los menos), nos unimos los que venimos con esquíes desde el Ventisquero. Y aquí es el escuchar los comentarios de cada uno. Mientras varios optan por descender hacia el bello ventisquero del Arroyo de la Sierra del Francés (uno de los más atractivos de la cara Sur), otros hablan de que quizá el tubo Norte esté hoy transitable. Una pareja inicia el descenso hacia el collado de Cabezas y se enfila hacia la confluencia de los dos tubos que surcan la vertiente Norte de Cabezas, el Noroeste y el Norte propiamente dicho. Desde la cima no se alcanza a ver por cual de ellos optan. Es profunda la huella que van dejando en la nieve.
Los demás siguen “repostando” en esta cumbre, así que ahora me toca a mí.
Aunque pueda parecer lo contrario en virtud del terreno por el que estoy esquiando, cuando abandono la poblada cima de la Cabeza de Hierro Menor, y voy sorteando los montículos de hielo que tachonan la abrupta salida y llegada hasta el collado, sí que llevo presente a quien me recomienda siempre prudencia.
Alcanzo la zona que precede la entrada del tubo Norte. Nieve polvo con alguna que otra previsible placa de hielo que aflora de vez en cuando. Todavía puedo decidir si salgo hacia el más moderado tubo Noroeste o bien me decido por el exigente tubo Norte; en cualquiera de los dos casos, una bella esquiada de unos 400m. Van quedando pocos giros para optar. Veo a un grupo de cinco personas que, a pie, están ascendiendo los últimos metros de la empinada pendiente del Norte, y actúan como un imán sobre mí.

Me decido y voy por donde ellos han venido; enseguida quedan más arriba, busco y no encuentro traza alguna de quien me haya podido preceder, estoy abriendo huella y desciendo concentrado, la inclinación es bastante fuerte. El entorno está amortiguado, no hay ruido, tan sólo rumor y polvo de nieve levantada; la pronunciada pendiente facilita el descenso en tres dimensiones que requiere esta nieve profunda. Los giros se encadenan casi solos, las tablas apenas se ven, son las espátulas las que sobresalen, las espinillas apoyadas sobre las lengüetas, las rodillas muy flexionadas y hacia delante, el busto ligeramente inclinado, también hacia delante, y los brazos en posición avanzada. Viviendo cautelosa y conscientemente este regalo de la Naturaleza.
Se me está haciendo corto. Por delante el último lomo de fuerte inclinación, abajo el comienzo del bosque ¡Va por ti compañero Manuel que no pudiste venir! así que apuro la esquiada al máximo; sigue la nieve virgen y sin rastro hasta los mismos árboles.

La pendiente toca a su fin, el bosque espera, al fondo Peñalara.
Por medio del bosque continúo esquiando y flanqueando en dirección a las Cerradillas.
Voy esquivando las ramas cargadas de nieve. Huella profunda, tanto la que dejo yo como la que estos entornos imprimen en mi mente.


Pongo de nuevo las focas y poco a poco llego a la linde del bosque, para encarar el escondido valle de las Cerradillas.

El día, que comenzó calmo y sereno, ha ido evolucionando, y el aire del Sur revuelve la nieve de las cimas que unas horas antes estaban serenas.
Al fondo a la izquierda, la  Cabeza de Hierro Mayor, a su derecha, la Menor, entre ambas, el tubo Noroeste. Al pie, el valle de las Cerradillas.
Alcanzo el collado que limita el valle de las Cerradillas con la estación de Valdesquí. La llegada del telesilla deposita esquiadores continuamente. Lanzo una mirada hacia atrás, grabo una vez más en la mente la imagen del entorno por el que hoy he transitado y bajo por las pistas hasta el coche, al que llego a la 1:30pm.
Un itinerario con tan sólo 1.200m de D+ con una calidad y cantidad de nieve que muy ocasionalmente se tiene la suerte de encontrar en Guadarrama.

¡Que siga haciendo frío y que, a poder ser, venga otra borrasca más, para que esto tarde como mínimo un mes en desaparecer!