lunes, 25 de febrero de 2013

FRÍO, PERO QUE MUCHO FRÍO.


El frío es sinónimo de silencio, de introspección, y cuando llega se muestra implacable, como la fuerza de la naturaleza que es.
En términos objetivos se puede definir el frío como la ausencia total o parcial de calor. En un razonamiento subjetivo piensas que la pérdida de calor es lo que produce la sensación de frío, y por lo tanto te abrigas concienzudamente, te sellas para que ni una sola caloría emitida por el cuerpo vaya más allá de la prenda que lo cubre, que no la traspase. El frío quedará fuera y el calor dentro.
Y de esta guisa pertrechado, mental y materialmente, te lanzas al monte en esos días de mucho frío, con vientos helados que azotan laderas y cumbres, en medio de una borrasca que lejos de amainar se refuerza con el paso del tiempo. Sí, a esa montaña que “debe de estar” dentro de esas grandes y grises nubes que sólo cubren las cimas a las que te diriges, mientras en el resto hay claridad.

Hace un frío que congela, el hielo rigidiza y blanquea las copas y ramas de los árboles que el viento dobla peligrosamente, las ventanas están decoradas con encajes de hielo y tú precisamente quieres salir al monte.

No importa que fuera haga demasiado frío y las condiciones no sean las más aptas para el esquí de travesía, acudes a la montaña.  
Vas abriendo huella, surcando la ladera helada a la luz todavía incierta del amanecer esperando, contando con un sol que nunca llega. Mueves vigorosamente los dedos que pinchan a pesar de los guantes; consigues reactivar la circulación. Todo tú te vas cubriendo de blancas bolitas de nieve, lágrimas y moquita convertidas en minúsculos carámbanos. Te ajustas, te amoldas y el movimiento, la respiración, la marcha, empiezan a fluir.

Hasta que en una revuelta, en pleno calvero de roca y hielo, azotado brutalmente por la ventisca, y con los ojos anegados pugnando por interpretar las difusas imágenes que percibes a través de la visión congelada, concluyes que has de volver, que no es ni el momento ni el lugar para ti. Emprendes entonces una razonada y convencida retirada.

El concepto de frío hace referencia a la baja temperatura y a la sensación que se expresa ante dicho fenómeno. Dicho de otra forma ¡Qué frío está haciendo estos días!
Crónica pergeñada durante el trayecto del Puerto de Navacerrada al Alto de Guarramillas, entre las 8 y las 9 de la mañana, con una temperatura de -14ºC y viento constante en torno a los 40km/h, alcanzando los 70km/h en el dichoso recodo del calvero.

martes, 19 de febrero de 2013

Ventisqueros al Sur de la Cuerda Larga. Esquí de travesía por zonas infrecuentes.

La Maliciosa, al fondo, se yergue sobre un mar de nubes
El circuito diseñado para esta ocasión incluye el recorrido integral de las cimas que constituyen el tramo Oeste de la Cuerda Larga, uniendo el Puerto de Navacerrada (1.858m)  con la Cabeza de Hierro Menor (2.321m), realizando los jeribeques necesarios para no olvidarnos de hollar la Maliciosa y realizar sendas incursiones / esquiadas a los dos hermosos ventisqueros que guardan el nacimiento del río Manzanares y de su primer afluente, el arroyo de Valdemartín.
Tal itinerario cuenta con tres descensos continuados de los más largos posibles en Guadarrama, que por esta zona significa entre 400m y 500m seguidos de pala,  con la correspondiente acumulación de un D+ total generoso en subida.
Son las 8:15am cuando Manuel y yo iniciamos la marcha en el Puerto de Navacerrada, enfilando la primera cuesta de la jornada camino de la Bola del Mundo. La masa de nubes está concentrada en las laderas Sur.
La densa bruma va quedando abajo, lamiendo el collado del Piornal, mientras por encima sobresale la cumbre de la Maliciosa. El tiempo está calmo, sin viento, pero la borrasca, en lugar de disiparse, parece que va cobrando cuerpo.

Al poco llegamos al Alto de Guarramillas (2.258m) o Bola del Mundo, con sus características antenas. No volveremos a ver su cima con tanta claridad en el resto de la jornada.

La nube sigue avanzando, cubriendo el collado del Piornal, al otro lado, la cumbre de la Maliciosa. Descendemos hacia el Piornal y pronto nos sumergimos en el velo, esquiando con precaución.
La Maliciosa, desde la Bola
Al llegar al pluviómetro que hay en el collado nos quitamos los esquíes, y para no perder tiempo en colocar focas, que luego hemos de despegar, los acarreamos hasta la cima de la Maliciosa (2.227m). Estamos solos, la niebla se va consolidando también en altura.
Saboreamos la quietud mientras trazamos mentalmente el itinerario que seguiremos por la cara Noreste, en lo que será nuestro primer descenso largo de la jornada, hasta el nacimiento del Manzanares. Lo fijamos bien en la memoria porque la zona del collado del Piornal se encuentra definitivamente confundida en la bruma.  
Y en esas estamos cuando unos estentóreos e inesperados gritos nos vienen a sacar del ensimismamiento: << ¡Vamos, vamos! Ánimo que ya estamos ¡Venga, venga!>> y aparece un individuo flaco, sudoroso, enrojecido por el esfuerzo, en pantalón corto, con zapatillas de running y con la boca abierta de par en par, que llega a la cima, toca el punto geodésico y detiene su cronómetro. Al instante asoma el otro, de la misma guisa y también boqueando, algo más descompuesto que el primero quien, al verlo llegar, balbucea: << Estupendo, estupendo, tú 59:50, yo 58:00; lo hemos hecho en menos de 1h>> Presos de la excitación, y del frío, porque como prenda adicional a los calzones tan sólo llevan una camiseta, no paran de dar vueltas hasta recuperar el resuello; tras lo cual, nos piden que les saquemos una foto, para inmediatamente lanzarse carrera abajo en pos de zonas más cálidas. Queda claro que acaban de realizar su kilómetro vertical en menos de 1h.
Nos calzamos los esquíes y emprendemos el descenso hacia el Manzanares. Una vez por debajo del collado del Piornal se abre un claro en la niebla que nos permite saborear a tope tanto el recóndito paisaje como la buena calidad de la nieve. Así hasta la confluencia con el arroyo de Valdemartín, lugar por el que remontamos el ventisquero de la Condesa, hacia la Cabeza del Hierro.
Abajo, al fondo, la confluencia del río Manzanares con el arroyo de Valdemartín
Solitario entorno, buena nieve y franja de nubes no demasiado altas conforman un paisaje altamente atractivo que recuerda a los valles pirenaicos.

Resulta dura la ascensión hasta la cima de la Cabeza de Hierro Menor. Los jirones de neblina no dejan de manifestarse sobre nuestras cabezas. Manuel va rápido, con ganas, se adelanta.

La niebla se espesa y me confunde; hace que yo crea que la cima está aún lejos, en algún lugar de “lo gris”. Te sientes solo en este entorno indefinido, pero sigues subiendo, cuentas los pasos hasta el próximo alto, y sigues subiendo, orientado por el instinto.
De pronto la bruma da paso a la claridad. La luz se hace de nuevo. El entorno cobra vida. El mar de nubes queda temporalmente algo más abajo, acechando pero contenido.  

Compruebo con satisfacción que la cima está muy próxima, al alcance, es cuestión de unos pocos metros.

Desde la cumbre de la Cabeza de Hierro Menor (2.321m), al Norte, el ambiente es claro. Peñalara con su penacho de nubes habitual, pero despejado. Buen día para hacer el Tubo Norte, pero hoy no toca, será el próximo.

Hacia el Este, la Cabeza de Hierro Mayor y el siguiente tramo de la Cuerda Larga; al Sur, mar algodonoso. Estamos en el punto límite de nuestro itinerario, y nos queda un largo recorrido de vuelta todavía.

Hacia el Oeste, las nubes engullen el paisaje, no hay nada más que sedoso manto derramándose lentamente sobre la vertiente Norte.
Las antenas de la Bola emergen del mar de algodón
Las antenas de la Bola, en el horizonte, sobresalen de lo irreal. Reclamo que nos aguarda, pues hasta ellas hemos de retornar.

¿Descendemos hasta el ventisquero de la Condesa o trazamos una diagonal hacia Valdemartín, bordeando la niebla? Esto sería lo más rápido y lo menos comprometido, pero ¿Cómo vamos a dejar sin esquiar la hermosa pala que tenemos ante nosotros, y por la que hemos subido? A fin de cuentas, hasta puede que se abra algún que otro claro.
Sin más disquisiciones, nos lanzamos a saborear el segundo descenso notable de la jornada. Nieve en perfectas condiciones. Relieve algo engañoso a causa de la bruma en algunos tramos, que recomienda no bajar la guardia.
Y de nuevo en el ventisquero. Ni se ve ni se oye nada ni a nadie. Estamos solos en medio de la velada y mortecina claridad que difumina el entorno. Tratamos a continuación de ascender lo justo para, bordeando la loma que baja del cerro del Telégrafo, separando los valles de Valdemartín y del Manzanares, salir directamente al collado de Guarramillas.
La densidad de la niebla se ha vuelto preocupante. Procuramos no separarnos para no perdernos de vista. Ir juntos supone un plus de ánimo y seguridad que conviene mantener. Consultamos la brújula. La fuerte inclinación de la pendiente desaconseja seguir con el ladeo a ciegas y optamos por subir ligeramente.

Por fin encontramos un mojón que nos reconforta. Seguimos adelante y llegamos al cerro del Telégrafo (2.270m), constatando una ligera deriva que nos ha regalado una propina de un centenar de metros de subida.
Siguiendo los palos indicadores de la pista descendemos esquiando hacia el collado de Guarramillas. Ni con gafas de ventisca ni sin ellas se distingue el relieve. Suerte que vamos por una pista de esquí amplia y conocida, por la que, a base de giros a tientas y tambaleos frecuentes, alcanzamos el collado y la portilla de cañas que indica el cambio de vertiente y el camino a seguir hacia las antenas.
Del collado a la cima de Guarramillas (Bola) porteamos los esquíes. No queremos perder tiempo en maniobras. Estamos en medio de la sopa, de lo intangible que rodea y confunde todo. Pero ahora el sentido de marcha es claro.
Menos para un  despistado con el que topamos que, habiendo subido en el telesilla de la Bola, se había alejado de él para dar una pequeña vuelta hasta las antenas y que, desorientado totalmente, pretendía volver al telesilla marchando en dirección contraria, hacia Valdesquí. Suerte tuvo de encontrarse con nosotros.
Apenas se distinguen las enormes antenas de la Bola pasando a 10 metros de ellas; nada en el vaho que nos envuelve indica el lugar donde acaba la abrupta cara Norte y comienza la pista de esquí para descender al Puerto de Navacerrada. Todo es difuso, amorfo y monocromo.
Optamos por la prudencia y buscamos los palos que marcan la carretera de acceso al alto, hoy irregularmente cubierta de nieve. El relieve se percibe inexistente. El descenso exige máxima prudencia y la primitiva “cuña” es el único recurso que tenemos para controlar la situación, y al que recurrimos sin el menor de los sonrojos.
Tras unos 100 metros de desnivel descendidos mediante tan sofisticada técnica, por fin la niebla queda arriba, encontramos la pista de esquí, y podemos saborear los últimos 200 metros de plácida y elegante esquiada hasta el mismo aparcamiento.
Circuito exigente realizado, ante, bajo, en, entre, hacia, hasta, por, sin, sobre, tras la niebla, con un desnivel acumulado de 1.600m de D+, que nos permite llegar al coche a las 4:30pm con la adrenalina suficiente como para retornar a casa y, tras una buena ducha, muy poquitas cosas más, pero con una dosis elevada de entornos solitarios compartidos, esquí, esfuerzo, alguna penuria, paisaje y ambiente que nos dejan altamente oxigenados. 

martes, 5 de febrero de 2013

El Monte del Pardo: atalaya, alternativa, destino.

La Maliciosa, desde el monte del Pardo
Ajeno a los brillantes reclamos, este lugar, a escasos 5 km de Madrid, ofrece a los amantes de la naturaleza mucho más de lo que se puede esperar de un sitio tan próximo a la gran urbe.
No era el propósito inicial de Manuel y mío para la mañana del domingo. Más bien, ni se encontraba como alternativa en nuestros planes.
De hecho, los dos estábamos en el Puerto de Navacerrada a las 7:45h, pertrechados de esquiadores intrépidos de montaña, esperando dentro del coche a que, con el amanecer, amainase la violenta ventisca que nos mantenía allí ateridos, con una temperatura exterior de -5ºC.

A medida que pasaban los minutos la ventolera, en lugar de amainar, mantenía todo su vigor. Cuando a las 8:30h los contornos ya eran más nítidos, pero la nieve seguía cayendo con insistencia, transportada en volandas por el fuerte aire, llegamos a la conclusión de que no era el día más adecuado para recorrer  con esquíes las cimas de la Cuerda Larga, si es que en algo valorábamos nuestra integridad y la posibilidad de ver paisajes, en lugar de ir arrastrándonos sobre el hielo luchando contra el viento cual condenados, no viendo más allá de unos metros, azotados por las insistentes ráfagas. El proyecto original queda pendiente para otro fin de semana, si la nieve aguanta, que en esta sierra es muy efímera.


Como el madrugón había sido notable (peaje que tiene el subir a la Sierra de Madrid en invierno), aún disponíamos de bastantes horas por delante, tantas como para volver cada uno a su casa y cambiar impedimenta de esquí por la más ligera de carrera de montaña, y qué mejor alternativa que el Monte del Pardo.
Este espacio natural, mirador de la Sierra de Guadarrama, bosque de pinos, encinas y alcornoques bien conservado, atravesado por el río Manzanares, ofrece  recorridos variados con desniveles moderados que, convenientemente enlazados, dan para mucho, tanto en desnivel acumulado como en longitud. A la postre, la dureza de un itinerario la marca quien por él transita.
En días así, qué diferencia se aprecia entre ver la Sierra desde la distancia a sentirla desde dentro.
Dejamos el coche junto al club de Somontes y emprendemos la carrera ascendiendo por entre pinos y encinas hasta dar con el muro de la Quinta; a partir de aquí todo es correr por bosque junto a la delimitación de la zona pública con la privada del Monte del Pardo.

Kilómetros de naturaleza por trochas y senderos nítidos, trotando sobre arena granítica,

con la Sierra de Guadarrama a nuestra derecha (cubierta de pertinaz nube), mostrando su lado más descubierto, el Sur,

mientras nosotros saboreamos un ambiente de arbolado fresco, luminoso y diáfano. Allá el crudo y blanco invierno, aquí el verdor que la humedad hace brotar en los pinares.

Alcanzamos a ver, en la distancia, la población del Pardo, abajo a la izquierda, a continuación la urbanización de Mingorrubio, más allá la zona deportiva, todo ello bañado por el Manzanares. Luego bajaremos hacia él. Atrás queda Madrid.

Entramos en el último tramo del recorrido por la parte más elevada del monte; toca ahora un verdadero rompe piernas, encadenando subidas y bajadas cortas (de unos 30m a 50m), pero muy empinadas, por medio de pinar. Procuramos no embalarnos demasiado en los descensos y no frenar del todo la carrera en las cuestas arriba que siguen inmediatamente.

El itinerario, en síntesis, discurre pegado a la alambrera de la zona privada con dehesa bien protegida que, esta vez, no permitió ver los corzos y jabalíes que la habitan.

Enlazamos con un camino franco que discurre entre pinos y alguna encina antigua y poderosa, para salir finalmente a la altura del campo de fútbol de Mingorrubio;

Nos acercamos hasta el río y seguimos carrera aguas abajo hasta alcanzar el puente de los Capuchinos. Lo cruzamos, y ahora por la ribera derecha, emprendemos el tramo final hacia el lugar donde dejamos el coche hace un par de horas.

Desde este puente hasta el de la Zarzuela, el sendero de nuevo discurre paralelo a la alambrera. A nuestra izquierda, el río Manzanares, a la derecha, tras la valla, lo privado se extiende en lontananza. Por delante, un estrecho y resbaladizo camino, muy poco frecuentado y naturalmente bien conservado, que huele a ribera.
Pasamos bajo el puente del ferrocarril, ya estamos cerca del final, y nos encontramos con el arroyo de la Trofa, la única dificultad de la jornada, que bien mirado no es tal, pues se puede cruzar de dos maneras: bien en plan equilibrista, si uno se anima a dar unos pasos laterales asido a la valla, sobre las aguas, confiando en que la alambrera resista y no se venza con el propio peso, o bien optar por vadearlo con el agua por la pantorrilla; en cualquier caso, no deja de ser un aliciente más en este itinerario que, un poco más allá, tras haber recorrido unos 22km, permite acceder de nuevo al lugar donde dejamos el coche hace poco más de dos horas y media.